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Ospina, Frankenstein y otros monstruos

El escritor se acerca al misterio de la fabulación y rinde homenaje al Romanticismo

Fotograma de la película 'La novia de Frankenstein' de James Whale.
Fotograma de la película 'La novia de Frankenstein' de James Whale.

El Romanticismo puso de moda una palabra de origen italiano: capricho. Literalmente podría significar "que procede como las cabras". Es decir: a salto de mata, desordenadamente. Pero los románticos, que hicieron de ella una fe de vida, dieron un sentido preciso a esta palabra: lo que se ejecuta por la fuerza del ingenio antes que por la observancia de unas reglas.

Con este gozoso método intuitivo, el escritor colombiano William Ospina (Padua, Tolima, 1954) recrea una anécdota central en la historia de la literatura moderna, hace su peculiar homenaje al Romanticismo y, ya de paso, como quien dice, al misterio de fabulación en general.

El punto de partida de es la erupción del volcán indonesio Tambora en 1815, la mayor registrada en la historia, que provocó desastres naturales por todo el mundo

El punto de partida de El año del verano que nunca llegó es la erupción del volcán indonesio Tambora en 1815, la mayor registrada en la historia, que provocó desastres naturales por todo el mundo y convirtió 1816 en ese famoso "año sin verano". En Ginebra, junto al lago Lemán, en la Villa Diodati, coincidieron unos días de junio Lord Byron, Percy Bysshe Shelley, Mary Godwin (futura Mary Shelley), John William Polidori, Claire Clairmont, la condesa Potocka y Matthew Lewis. El resto lo sabemos: durante tres noches que duraron tres días, los jóvenes escritores románticos jugaron a escribir el relato más terrorífico que pudieran imaginar. Contra todo pronóstico, fueron dos desconocidos quienes, quizás influidos por los extraños mecanismos climáticos, escribieron las obras perdurables: Polidori inventó El vampiro, germen del Drácula de Bram Stoker. Mary Shelley, el genial Frankenstein.

Pero El año del verano que nunca llegó no sólo es una recreación de esta anécdota. El narrador reconoce al comienzo que "aún no sabía que somos legión los que intentamos relatar aquellos días en Villa Diodati", por eso multiplica sus recursos: el ensayo literario, la novela histórica e incluso la tan traída autoficción (o autobiografía a secas), Ospina no rechaza ninguna herramienta para ahondar en una de las funciones de la literatura. Escribir, nos sugiere este libro, es dar un sentido al mundo y un orden al azar. Por eso, son muchas las genealogías curiosas y aventuras aparentemente digresivas que caben en él. Y por eso, a veces fugazmente, aparecen por estas páginas Galileo, Milton, Dante Gabriel Rossetti, Henry James, Borges, Conan Doyle y tantos otros. Cada uno de ellos da una puntada en ese curioso tejido que parece abolir el azar.

Si toda literatura es, en cierto sentido, la resolución de un misterio (como las huellas que originaron la escritura, según la curiosa interpretación del historiador Carlo Ginzburg, o esa gran trama criminal que es el Nuevo Testamento, en palabras de Chesterton aquí citadas), El año del verano que nunca llegó también es una novela de detectives, un caso del investigador Ospina.

Éste es uno de los mayores riesgos del libro, bien resuelto. Hubiera sido fácil repetir la fórmula del libro sobre cómo se escribe un libro, y cierta moda internacional lo hubiera avalado. Pero aunque Ospina escribe que "inventar un narrador me obligaría a falsear los hechos", el narrador de esta historia no deja de ser una invención sutil. Aquí, el reconocido escritor William Ospina (poeta, ensayista y premio Rómulo Gallegos por la novela El país de la canela, entre otras cosas) se nos muestra como un supersticioso que pasea la obsesión por Frankenstein y otros monstruos modernos en los “vanos encuentros literarios” a los que le invitan por medio mundo. La distancia respecto a sí mismo es lo importante: en este caso, la poco significativa vida de un escritor mientras espera ese instante en que el azar desaparece y nace la literatura.

Son muchos los registros de este ambicioso divertimento: erudición sobria, lirismo, remansos autobiográficos, imaginación del intérprete de mitos… En sus mejores momentos, Ospina busca “la profundidad en la claridad”, como dice Goethe en este libro; en los peores, pocos, la efusividad lírica desemboca en el cliché.

Pero no es éste un libro al que afeen sus deslices. Forman parte de la gracia de su estructura, del riesgo y de su envidiable ritmo. Porque este homenaje a la capacidad fabuladora es, en cierto sentido, un manual de seducción del azar: cómo acercarse y desviarse del plan trazado. Cómo acechar un tema sin asfixiarlo. El año del verano que nunca llegó avanza "caprichosamente". Y el lector queda atrapado desde el memorable comienzo hasta la última página.

El año del verano que nunca llegó. William Ospina. Literatura Random House. Barcelona, 2015. 304 páginas. 18,90 euros

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