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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El turno

Cuando muere una cara de esas que alcanzaron la familiaridad a través de la pantalla del salón, se muere con él una época de tu vida. Ha vuelto a suceder con Jesús Hermida

David Trueba
Don Juan Carlos entrevistado por el veterano periodista Jesús Hermida
Don Juan Carlos entrevistado por el veterano periodista Jesús HermidaSANTIAGO BORJA (EFE)

Cuando muere una cara conocida de la tele, de esas que alcanzaron la familiaridad a través de la pantalla del salón, se muere con él una época de tu vida. Ha vuelto a suceder con Jesús Hermida, que fue un periodista de televisión, miembro de una cofradía insustituible que va desde Rodríguez de la Fuente, Alfonso Sánchez o Gloria Fuertes hasta De la Quadra Salcedo, Jesús Quintero o Mercedes Milá. Asistes a su entierro televisado como si enterraras unos años vividos. En el caso de Hermida, se aunaban también el respeto profesional con la parodia cotidiana. En la Facultad de Periodismo se estudiaba su caso como uno estudiaba la fisión del átomo en Física. Había saltado a los hogares españoles con una fórmula que festejábamos anhelantes, “desde Nueva York, Jesús Hermida”, y ya nunca se movió del sillón familiar. Pilar Miró lo eligió para inventarse que hubiera tele por las mañanas en España. Las madres de los niños de mi generación tuvieron la suerte de no gozar de ese progreso, y él trasplantó vía intracatódica el contenedor norteamericano de entretenimiento, información, opinión y espectáculo.

Durante años, dirigió un programa de debate que se llamaba Su turno y que, tras la discusión acalorada de los invitados más indómitos, Hermida despedía dirigiéndose a cámara con otra fórmula exitosa: “Ahora, verdaderamente, empieza su turno”. Y ese turno era el nuestro. Crecimos dispuestos a tomarnos el turno, pero el turno no llegaba nunca, porque en las tertulias de la tele seguían discutiendo, cada vez con más vocerío y menos sentido. Se estaba entonces construyendo un país nuevo, que transitaba de Crónicas de un pueblo a Crónicas marcianas subidos a la bici de los chavales de Verano azul y silbando la sintonía de Bernaola.

Fue sintomático que cuando el rey Juan Carlos padecía las cotas más bajas de estima pública que precedieron a su abdicación, recurrieran a Hermida para proporcionarle una entrevista que tuvo más de reposición del Un, dos, tres que de lo que el país en ese momento demandaba con la urgencia del cabreado español. Pero hasta esa inmolación de Hermida tuvo su grandeza, un rasgo de fidelidad desacostumbrado. El tiempo no perdona, y el hombre, después de pisar la Luna, volvió a pisar los charcos eternos de la Tierra.

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