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El caso Otelo

Eduardo Vasco ha presentado en el Bellas Artes de Madrid una versión demasiado reducida

Marcos Ordóñez
Daniel Albaladejo, durante la representación de 'Otelo'.
Daniel Albaladejo, durante la representación de 'Otelo'.Chicho

Hace tiempo que no veía un Otelo montado en nuestro país. Es una de las tragedias más populares de Shakespeare, y al mismo tiempo de las menos representadas, quizás por el hecho de ser una de las más dolorosas. Y por su dificultad, desde luego. Eduardo Vasco la ha presentado este verano en el Bellas Artes, con escenografía mínima de Carolina González (un telón central para Venecia, un tríptico mostrando un mar agitado para Chipre), vestuario “romántico” (gorgueras blancas, ropajes negros) de Lorenzo Caprile y una iluminación un tanto tenebrista de Miguel Ángel Camacho. Su mayor atractivo son sus protagonistas, Daniel Albaladejo (Otelo) y Arturo Querejeta (Yago), que ya coincidieron a sus órdenes hará dos temporadas en la imaginativa y elegante puesta en escena de Noche de reyes. Lamento decir que, por el contrario, este Otelo no me ha convencido. Está, de entrada, muy podado. El texto completo suele ponerse en cuatro horas; la versión del Bellas Artes, que firma Yolanda Pallín, no supera la hora y cuarenta: Otelo, pues, de cámara, casi diría que de bolsillo. Los vuelos alucinadamente líricos del personaje titular han sufrido serias mermas; ha desaparecido el personaje de Bianca, amante de Casio, y, sobre todo, ha perdido matices y progresión la demencia de Otelo y, claro, el lento y torturante goteo al que le somete Yago. Rebajada su grandeza verbal y acelerada hasta lo abrupto la trama de su caída, la función queda convertida, en mi opinión, en “un caso”, el doble retrato de una enajenación y una psicopatía, una historia de celos y venganza. Una historia muy calderoniana: el marido que “se ve obligado” a limpiar bárbaramente su honor, a cometer, proclama, “no un crimen, sino un sacrificio”.

Me intriga que haya traducido por “vos habéis pensado lo que queríais pensar” el “what you know, you know” original

No hay en este Otelo, sin embargo, la menor sombra de tópico primitivismo, como demasiadas veces hemos padecido. Shakespeare dibujó a un personaje regio, casi un príncipe moro, y Daniel Albaladejo, muy bien elegido por Vasco, da admirablemente esa elegante hidalguía. Gran dicción, gran presencia, gran dolor: me recordó a un joven José María Pou. Mirada limpia, aunque con menos rímel estaría mejor. Aquí Albaladejo está muy cerca del atormentado rey de Portugal que bordó en la serie Isabel. Y de Anselmo, el Otelo cervantino de El curioso impertinente, que le vimos en el Clásico. Otelo es mucho más complejo de lo que aparenta, pero Yago le da sopas con honda en ese negociado. Se ha repetido que sus motivos van mucho más allá de la venganza por haber perdido el cargo que creía merecer. No es ese, ciertamente, el tipo de ascenso que parece anhelar: su desprecio hacia los hombres es más fuerte que su odio. Quiere convertirse en un maestro de marionetas y sentir el poder de empujar a todos (a Casio, a Rodrigo, a Otelo, a Desdémona) a la destrucción. Jan Kott le calificó, certeramente, de “director de escena infernal”, con el segundo placer, añadido y adrenalínico, de improvisar sobre la marcha. Auden, rizando el rizo, escribió que si algo desea Yago son los deseos ajenos (una figura recurrente en Shakespeare). Arturo Querejeta tiene probada fuerza, y en sus mejores momentos hace pensar en la aspereza inquietante de Ismael Merlo. Yo diría que no necesita desaforar la mirada en los apartes, ni mostrarse tan peligrosamente cercano al tartufismo (en la línea “mayordomo devoto”) en su relación con Otelo: se le ve demasiado el trole, y eso no es conveniente ni para su propósito ni para el buen discurrir de la tragedia. Hay muy poco desarrollo en los perfiles de Casio (Fernando Sendido) y Rodrigo (Héctor Carballo). Cristina Adua es una Desdémona con encanto pero demasiado monocorde, demasiado niña inocente. Le falta fuerza cuando se enfrenta a Brabantio (José Ramón Iglesias) y no pasa rampa en la escena de la muerte, quizás porque Vasco la ha colocado muy en segundo término, con Albaladejo en la embocadura. La resolución del asesinato me parece más verosímil que en el original pero menos atroz, y Otelo ha de conmovernos hasta lo intolerable. Cuando se monta con la aleación precisa de rueda de fuego cuesta abajo y claustrofobia creciente, sufrimos al ver cerrarse el cepo sobre un hombre tan confiado, y todavía más por el crudelísimo tormento que le inflige a una mujer tan valiente, tan llena de amor como Desdémona. Hemos de verles, escribí hace tiempo, como una pareja de bellísimos felinos abatidos por el placer innoble de la caza, y tras su muerte ha de producirse un silencio desolado, arrasador, que aquí no acaba de llegar.

Me pareció convincente y vigorosa la Emilia de Lorena López, aunque apenas se nos muestra su relación con Desdémona, el vínculo de ambas en ese mundo esencialmente masculino. Es raro que Vasco, tan atento siempre a la fuerza de la música, haya prescindido de la conmovedora The Willow song; por suerte, no prescinde, como hacen otros, de la poderosa tirada feminista de Emilia, que desmonta, por si hiciera falta, las acusaciones de misoginia shakespeariana. Vasco se ha tomado también diversas y muy discutibles licencias con el final, pero no puedo desvelarlas aquí.

Me gusta la versión, fluida y vibrante, de Yolanda Pallín, aunque me intriga que haya traducido por “vos habéis pensado lo que queríais pensar” el “what you know, you know” original. Hay mucho misterio en esa frase de Yago dirigida a Otelo; misterio acerca de las intenciones del primero y de la conducta del segundo. ¿Qué es “lo que sabe” Otelo y lo que Yago “sabe que sabe”? ¿Otelo ansió creerle porque había algo en sí mismo que buscaba la destrucción y el castigo? Escucho esa frase y la enlazo con otra de Otelo (acto III, escena 3) en la que parece hablar de su amor por Desdémona como un relámpago entre dos oscuridades: “Que se pierda mi alma si no te quisiera, y, cuando ya no te quiera, habrá vuelto el caos”. Ahí parece insinuarse, quizás, que su visión del mundo, fatalista y descreída, no es muy distinta de la de Yago. ¿Y si Yago fuera el Calibán de Otelo, su lado oscuro, una suerte de superyó que le conoce mejor que nadie y que por ello le empuja hacia el abismo?

(También he visto, en el Canal, Jugadores, la versión castellana de Els jugadors, de Pau Miró. Excelente función y excelentes actores —Jesús Castejón, Luis Bermejo, Ginés García Millán, Miguel Rellán—, justamente aplaudidísimos. Se lo cuento el sábado que viene).

Otelo. De William Shakespeare. Dirección: Eduardo Vasco. Intérpretes: Daniel Albaladejo, Arturo Querejeta, Héctor Carballo. Teatro Bellas Artes. Madrid. Hasta el 14 de septiembre.

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