De la vida entre rejas
Fue una de las series revelación de 2013. Una historia entre la comedia y el drama protagonizada por un grupo de mujeres de lo más variopinto con un solo nexo común: vivir, convivir y sobrevivir entre rejas. La primera temporada de Orange is the new black era un soplo de aire fresco. Que llegara en pleno verano y de la mano de Netflix (con todos los capítulos a la vez) ayudó a que se convirtiera casi en todo un fenómeno. A la historia de Piper Chapman (inspirada en la historia real que Piper Kerman narró en el libro homónimo) se unía un grupo de excelentes actrices, en su mayoría desconocidas, que también ofrecían frescura a la nueva oferta. La esperada segunda temporada (en España, en Canal +) sigue en la línea de la primera aunque pierde el factor sorpresa, el factor novedad que tan bien le sentó a la primera entrega.
Los nuevos capítulos arrancan narrando las consecuencias de los hechos con los que se despidió la serie el año pasado para centrarse en el primer capítulo en Piper y esperar al segundo para mostrar la otra cara, la del resto de presas. También siguen tirando de flashbacks para contar las historias de las reas antes de terminar entre rejas, unos relatos que sirven para explicar la forma de ser de esas mujeres en un relato muy coral en el que casi no hay protagonista. O, más exactamente, el protagonismo va rotando en función de las circunstancias. Esa mayor difusión del foco juega a favor y en contra de la serie. A favor porque no se echa tanto de menos algunas ausencias. En contra porque cuesta más implicarse en las historias que nos narran.
Sin embargo, quienes sí ganan más relevancia, para bien y para mal (de nuevo), es el grupo de presas afroamericanas, y lo hacen gracias a la introducción en la historia de la gran villana de la segunda temporada de la serie: Vee. El problema con Vee es que si te gusta como malvada y como personaje, te gustará la temporada. Si te cansa o no te gusta, lo tienes complicado. ¿El lado positivo? Que también permite que los espectadores tengamos otra perspectiva de Red, uno de los grandes personajes de la serie. Otra mala noticia: Alex sale mucho menos en esta temporada.
Orange is the new black —menos mal que en España han mantenido su título original sin traducir— juega muy bien con el humor negro, con los esterotipos y prejuicios (aunque a veces llegue a abusar de ellos) y con esa mezcla de drama y comedia que hace que en los premios esté cambiando de las categorías dramáticas a las de comedia según le convenga. Lo que no tiene es gran presencia de personajes masculinos. Ni falta que hace. Con Caputo (el gran Caputo, uno de los descubrimientos de la temporada) y poco más es más que suficiente. Aquí, las mujeres se bastan y se sobran.
En cuanto al resto de personajes que conviven en esta prisión de baja seguridad, esta temporada deja un poco de lado a Piper, más centrada en intentar desvelar la corrupción que anida dentro del sistema penitenciario, y se centra con más detalle en historias como la de Morello y su particular obsesión con un hombre o la de Rosa. Historias entre la esperanza y la desesperanza, entre la razón y la locura, entre la risa y el llanto.
A pesar de haber perdido el punto extra que le da la novedad, mantiene la frescura de su propuesta. Y, si bien puede que alguno de los personajes llega a resultar molesto, el abanico de caracteres es tan amplio que los espectadores tienen muchas más opciones para empatizar con alguno... si es que tienen tiempo. Quizá no sea tan brillante como la primera temporada, pero Orange is the new black todavía está por encima del nivel medio seriéfilo.
En resumen: la vida misma... entre rejas.
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