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crítica | the lunchbox
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Amor en conserva

Tan aparentemente agradable como en realidad plomiza, la película llega con la vitola del cine para inmensas minorías

Javier Ocaña
Irrfan Khan, en el comedor de la empresa en que trabaja en 'The lunchbox'.
Irrfan Khan, en el comedor de la empresa en que trabaja en 'The lunchbox'.

Hubiera podido ser una bonita película de media hora, pero a veces las duraciones estándares, y sobre todo la incapacidad para rodear una buena idea de sustancia verdadera, acaban con las posibilidades de un llamativo punto de partida del que tirar del hilo. The lunchbox, tan aparentemente agradable como en realidad plomiza, llega con la vitola del cine para inmensas minorías, la de esos productos localistas que, asentados en la ternura, en las ganas de vivir y, sobre todo, en su exotismo, aterrizan en las multisalas de versión original para alimentar las exigencias de buen rollo de una parte de su público. Sin embargo, que la película sea exótica, india, en este caso, no quiere decir que no le pidamos los mismos requerimientos narrativos que a las demás. Y esta apenas se sostiene.

En unas líneas: una mujer joven y guapa cuyo empeño de cada día reside en hacer una buena comida para el descanso laboral de su marido ve cómo un error en los envíos de las tarteras (de ahí, el título), por mensajero, acaba llevando sus amorosos platos a un tipo gris a punto de jubilarse con el que comienza una relación epistolar amparada no el email ni el whatsapp, sino en el tupperware. Bonito, ¿verdad?

THE LUNCHBOX

Dirección: Ritesh Batra.

Intérpretes: Irrfan Khan, Nimrat Kaur, Nawazuddin Siddiqui, Lillete Dubey, Nakul Vaid.

Género: drama. EE UU, 2013.

Duración: 104 minutos.

El problema, sin embargo, es doble: primero, porque el equívoco no se sostiene durante demasiado tiempo; y segundo, porque pocas cosas más ocurren, asentándose el relato en una especie de minimalismo temático que no es sino reiteración de manual. Todo ello acrecentado porque durante toda la película te estás preguntando por qué demonios se jubila este señor, y por qué dicen todo el rato que estamos ante un viejo, cuando el actor que lo interpreta, Irrfan Khan, tiene apenas 46 años y solo se han molestado en ponerle gafas y unas cuantas canas.

Porque no es solo que haya secuencias redundantes, que poco aportan más allá de mostrar la rutina diaria de ambos, sino que a cada secuencia le suele sobrar parte de su tiempo: a las de texto, diálogos, y a las silentes, deleite visual. En su tono, y en parte de su ambientación, The lunchbox tiene ciertos paralelismos con la sensacional Vivir (Akira Kurosawa, 1952), con ese funcionario de vida monótona que, en sus últimos días laborales, apuesta por encontrar un sentido a su existencia en las cosas más sencillas y plácidas de la vida. Sin embargo, en su debut en el largometraje, Ritesh Batra solo conmueve con unos estupendos 10 minutos finales, por lo que ocurre y por la calidad de su texto.

A pesar de que vuelve a no entenderse (por edad) parte de lo que siente el protagonista, que afirma darse cuenta de que es un viejo al analizar su propio olor corporal, como el de su abuelo cuando él era niño, es en esa parte finalísima cuando Batra muestra sensibilidad verdadera y, sobre todo, ritmo en la narración y exactitud en sus palabras. Pero, para entonces, quizá una parte del público esté ya empachado de tanta tartera.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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