Guillermo del Toro: viaje al centro de la bestia
El libro ‘Gabinete de curiosidades’ indaga en el inquietante mundo del cineasta
Las 24 horas del día son pocas para el mexicano Guillermo del Toro (Guadalajara, 1969). También parecen costreñirle mucho su casa —por eso tiene otra para sus cositas—, sus camisetas, sus cuadernos, sus gustos... “Yo solo sé de anime,videojuegos y cómics”. Mentira. Y gorda.
El mejor ejemplo es Gabinete de curiosidades (Norma Editorial), un compendio de sus pasiones, colecciones y obras, centrado en los tesoros que guarda en su Bleak House, casa con aire gótico a las afueras de Los Ángeles en la que se amontonan miles de objetos de todo tipo —“Todos los libros que he leído, todos los juguetes que he comprado en mi vida; en realidad alberga mi colección de basura extraña”—, y en sus famosos cuadernos, agendas Day Runner, en las que el cineasta dibuja y escribe, anota, apunta, proyecta: “Al principio solo utilizaba aquellos cuadernos para comunicarme con actores o diseñadores, para mostrarles el mundo”, cuenta en el libro Del Toro. Pero nacieron sus hijas y aquellas libretas se convirtieron a su vez en su legado, en el regalo divertido que un día heredaran ellas. “Creo que no demuestran lo que sé, sino todo lo que quiero saber, hasta qué punto pensaba en esto o aquello. Lo que me gusta es la idea de que el material más profundo de esos cuadernos es el que parece más pintoresco, y el que parece más profundo es el más banal y loco, no necesariamente el más significativo”.
Guillermo del Toro tuvo la suerte de nacer en 1969. Así que todos aquellos impulsos infantiles —“Fui un niño muy extraño”—, auspiciados por una compra paternal —“Adquirió varias enciclopedias, como La enciclopedia de la medicina popular y una llamada Cómo mirar el arte, que tenía diez volúmenes; aquellos tomos fueron el principio”—, han derivado en un artista total para un arte total: el cine. “En realidad, yo no hago arte para aficionados. Mis películas no son para aficionados, por mucho que esté inmerso en la cultura popular. Eso es solo una faceta de lo que hago, de lo que utilizo, de quien soy. Estoy tan influido por la literatura como por los cómics, y por las bellas artes tanto como por el arte llamado vulgar. Intento presentarme como soy, sin apologías con absoluta pasión y sinceridad. La película de vampiros, la historia de fantasmas y el cuento de hadas se reelaboran en mi obra, más que recrearlos o imitarlos. Nunca quiero seguir una receta; prefiero cocinar a mi aire”.
En Gabinete de curiosidades, el director de Cronos, Hellboy, El laberinto del fauno o El espinazo del diablo confiesa su pasión por artistas como Leonardo Da Vinci (“Una de las mayores lecciones que deja Leonardo a todos los creadores es que el hombre es la obra de arte”), Mark Twain, H. P. Lovecraft, Francisco de Goya (“El tipo con el que más conecto visceralmente”)... Si Bleak House es la cornucopia que muchísimos desearíamos tener y pocos pueden pagar, sus cuadernos son la plasmación de una imaginación única. En ellos no solo están sus películas, también ideas, pensamientos fugaces, notas para algunos temas (diseños pensados para una película acaban en otra), letras abigarradas que bien en español bien en inglés intentan trasladar esas imágenes en pensamientos coherentes. A corazón abierto, el lector que ahora por fin accede a ellos ve cómo Del Toro, atraído por el vampirismo, toma notas y dibujos de los strigoi, los chupasangres de Europa del Este, que tenían un aguijón debajo de la lengua. Lo hace en 1993, con ideas que no podía utilizar para Cronos, y mucho antes de encarar Blade II y la serie de novelas Nocturna (ahora convertidas en saga televisiva). Todo se recicla. “No he hecho ocho películas. Intento hacer una única película con todas ellas. Para mí es como Bleak House. Voy creando habitación por habitación, pero de alguna manera tienes que interpretarlo como un conjunto. ¿Eso significa que El espinazo del diablo y El laberinto del fauno hacen menos terrible a Mimic? Creo que sí. ¿O los ecos de esas películas pueden hacer más interesante Blade II? Creo que sí”.
Del Toro es sincero hasta grados artísticamente impúdicos. Reconoce que no siguió con los cuadernos durante la preparación de El hobbit porque le daba miedo cargar con esas libretas, dado el secretismo del proyecto. O cuando muestra sus bocetos para sus proyectos fallidos —en especial En las montañas de la locura, su truncada aproximación al mundo de Lovecraft con Tom Cruise de protagonista (el actor escribe un texto para el libro, al igual que otros amigos y colaboradores del mexicano como James Cameron, Neil Gaiman, John Landis, Mike Mignola, Ron Perlman o Alfonso Cuarón)—. Así queda plasmado un mundo de un cineasta omnívoro, de un creador que sabe que si quiere ser naturalista, fracasa. Pero siempre inmenso: “Lo que puedo decir, indiscutiblemente, es que me puedo pasar tres o cuatro años sin rodar una película ni aquí ni allí, pero todo lo que he hecho lo he hecho a mi manera. Nunca me he tenido que apartar de lo que considero correcto”.
Babelia
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