Única en su especie
'Sólo para dos confirma' lo difícil que es hacer cine, hacer comedia, y hasta hacer carteles. Sobre todo cuando no hay ni gusto ni cuidado
Lo mejor que se puede decir de Sólo para dos es que hoy día es (casi) única, que ya (apenas) se hacen películas así. Coproducción hispano-argentina dirigida por Roberto Santiago, estamos ante la típica comedia de amor y sexo, de equívocos, sonrojo y melindre, supuestamente desenfrenada, de la que acabamos hartos en cierto cine español de los años noventa. Esas producciones que ni siquiera cuidaban la calidad del póster (busquen el de Sólo para dos, busquen), en las que daba igual la fotografía y el sonido (o Santi Millán grita unos cuantos decibelios más que los demás o el sonido no está bien ajustado) porque lo importante era entretener. Eso decían algunos. Pero los tiempos han cambiado; a mejor, en cuidado por el producto, y también en gustos.
En la comedia, un escalón de más en el tempo de graduación entierra la película: en el volumen utilizado para hablar, en el movimiento de manos, ¡y de cejas!, de los intérpretes, en el minutado de la secuencia, en el estiramiento al que se somete a cada embrollo. Y lo entierra porque no estamos ante situaciones inversamente proporcionales: un escalón de más significa caer cinco, rodar escalera abajo. Así, cada lío de puertas abiertas y cerradas (no todos pueden ser Lubitsch, pero sí al menos acercarse dignamente a él), y son unos cuantos, dura unos cuantos grados más de lo debido. Hasta el ridículo.
Ambientada en el Caribe venezolano, algo así como el Benidorm de las comedietas del desarrollismo español, Sólo para dos confirma lo difícil que es hacer cine, hacer comedia, y hasta hacer carteles. Sobre todo cuando no hay ni gusto ni cuidado.
Sólo para dos
Dirección: Roberto Santiago.
Intérpretes: Santi Millán, Martina Gusman, Antonio Garrido, Nicolás Cabré, Dafne Fernández.
Género: comedia. España, 2013.
Duración: 90 minutos.
Babelia
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