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PURO TEATRO

Las aguas bajan turbias

Miguel del Arco dirige en catalán 'Un enemic del poble', el clásico de Ibsen Es un ambicioso espectáculo, pero su director brilla más en las distancias cortas

Marcos Ordóñez
De izquierda a derecha, Roger Casamajor, Blanca Apilánez, Pere Arquillué y Andrea Ros, en 'Un enemic del poble'.
De izquierda a derecha, Roger Casamajor, Blanca Apilánez, Pere Arquillué y Andrea Ros, en 'Un enemic del poble'.Ros Ribas

Tardé un buen rato en acostumbrarme a la escenografía de Un enemic del poble (Un enemigo del pueblo), el clásico de Ibsen que Miguel del Arco ha dirigido en el Lliure, a partir de la adaptación de Juan Mayorga, estrenada hace siete años en el CDN y ahora en versión catalana de Cristina Genebat. De entrada, el impresionante decorado (enormes cañerías, foso con barandales) de Eduardo Moreno me recordó la sala de máquinas del malo en una película de James Bond. Intuyo que trataba de situar la acción en el corazón de la metáfora, mitad subsuelo del balneario mitad alcantarillas de la ciudad, y comprendo que la boca de la sala Puigserver es muy ancha y muy alta, pero se me hizo rara la mesica en mitad del charcazo, como si a los Stockman se les hubiera inundado el comedor. No solo eso: el primer tercio del texto de Ibsen es demasiado expositivo, y creo que esa disposición escénica enfría y dispersa mucho la energía. Hay escenas de trazo vigoroso, como el enfrentamiento entre los hermanos Stockman, pero diría que la función no despega hasta el acto que transcurre en la redacción del Canal 99, al que Del Arco dota de un ritmo cercano al de Primera plana,de Hecht y McArthur. El decorado sirve a la frialdad casi futurista del lugar (con, buena idea, las cotizaciones de Bolsa proyectadas sobre las columnas), y me parece muy bien ajustado al concepto del último acto: la familia hundida y acosada en una suerte de pozo al que los lugareños arrojan piedras desde lo alto. Me sobran, en cambio, las canciones sobre poemas de Ibsen, con partitura de Arnau Vilà y servidas con excelente voz por Miquel Fernández, que encarna al capitán Horster: se nota demasiado su condición de bisagras entre escenas y el volumen de la música me impidió entender sus letras.

A partir, como decía, de la danza de entradas y salidas en la redacción, la puesta gana velocidad, acorde al tornado de histeria colectiva, y va subiendo hasta acabar en punta.

‘Un enemigo del pueblo’ es una pieza masculina, con muy menguado espacio para las actrices, y más en esta versión

Un enemigo del pueblo es una pieza esencialmente masculina, con muy menguado espacio para las actrices, y más en esta versión. Kat, la esposa, se afinca pronto en el “no te mojes”: poca tela para Blanca Apilánez. Andrea Ros (Petra, la hija) tiene una escena donde puede mostrar su nervio: el enfrentamiento con el sibilino Hovstad. Y la impecable Mónica López (la periodista Billing) lidera, cámara en mano, la retransmisión de la asamblea popular, pero ahí acaba, frase más frase menos, el cometido de las tres. En el apartado de los actores tenemos al veterano Miquel Gelabert en el rol de Morten Kiil, el padre de Kat. Tampoco anda sobrado de letra: su escena es el estupendo parlamento (que borda), donde el viejo magnate enseña sus dientes y sus cartas bajo la manga. Pablo Derqui es Hovstad, el director de la cadena. Si le han visto en escena sabrán que es una potencia: irradia fuerza y concentra la atención. Si Derqui es un imán envuelto en alambre de espino, Jordi Martínez (Aslak) es la fuerza tranquila, con una peligrosidad de samurái. Hasta con las manos en los bolsillos resulta inquietante, sabedor de que ganará la partida. Roger Casamajor es Peter Stockman, el alcalde de la ciudad. En el original es el hermano mayor de Thomas, pero Del Arco, astuta idea, lo ha convertido en el menor, lo que da más complejidad a su cabronada. Thomas siempre ha sido el primogénito, el listísimo, la estrella de la familia. Ahora le ha llegado a Peter el momento del desquite. Casamajor me pareció muy crispado en la escena del enfrentamiento. Hay fuerza pero demasiados gritos y una gestualidad de melodrama de Minelli. Luego, cuando constata que lleva las riendas, es el perfecto retrato del político venal, del autoritario disfrazado de demócrata: en toda la parte de la asamblea está estupendo.

A mi me enardece, pero no me llega al alma, quizás porque la asamblea de Ibsen tiene las cartas marcadas

Pere Arquillué es Thomas Stockman. Autoridad, peso absoluto, tanto en la pasión como en la caída. Y formidable en su discurso, el bocado cardenalicio de la función. Es un Stockman distinto de todos los que he visto. Sigue siendo, a mis ojos, muy español, un misántropo barojiano cargado de furia regeneracionista, pero aquí lo veo más ingenuo que megalómano: su diatriba no parece hija de un olímpico desprecio por la masa, sino fruto de un logiquísimo calentón. Un Stockman muy próximo, porque todos hemos creído en algún momento que somos muy listos y los demás muy tontos, y es en ese justo instante cuando somos más tontos que nadie y nos merecemos todo lo que nos pase. Stockman se mete en un jardín innecesario, porque se equivoca de enemigo. Quiere sustituir el presunto despotismo de la mayoría (que no es otra cosa que la democracia) por un despotismo ilustrado, cuando el problema no está en la mayoría sino en los poderes que la manipulan y pretenden hablar en su nombre: el relevo cada cuatro años parece más práctico que la aristocracia del espíritu. (En cuanto a los que siguen mandando en la sombra, me temo que llevamos devanando esa cuestión desde que el mundo es mundo). Hay, por cierto, una baza que Stockman abandona: las enfermedades que generará el agua infectada. A este hombre le hace falta un equipo de abogados como el de The Good Wife. Hablando de series, y que Ibsen me perdone, yo creo que asuntos similares se han contado mejor, con más nervio y hondura, en House of Cards, The Newsroom o la danesa Borgen. De Un enemigo del pueblo sigue enardeciéndonos el dibujo de su mecanismo central: el acoso y derribo, en nombre del “bien común”, de toda voz que diga lo que nadie quiere oír. A mí me enardece, pero no me llega al alma, quizás porque la asamblea de Ibsen tiene las cartas marcadas: cuesta creer que no haya ni una voz sensata secundando a Stockman, que todo sea interés y bobería. En cuanto al lado oscuro del protagonista, me parecen más complejas otras variantes ibsenianas del mismo tema: El pato salvaje (el individualista como fanático) o El constructor Solness (el individualista como Ícaro). Un enemic del poble es un montaje indudablemente ambicioso, con buenas ideas y un puñado de notables interpretaciones. Fue muy aplaudida y será un gran éxito, pero para mi gusto Miguel del Arco funciona mucho mejor en las distancias cortas, como La función por hacer, La violación de Lucrecia, Veraneantes o Juicio a una zorra.

Un enemic del poble. Henrik Ibsen. Versión de Juan Mayorga y Miguel del Arco. Dirección de Miguel del Arco. Intérpretes: Blanca Apilánez, Pere Arquillué, Roger Casamajor, Mar Casas, Rafa Delgado, Pablo Derqui, Miquel Fernández, Miquel Gelabert, Eli Iranzo, Mónica López, Jordi Martínez, Anabel Moreno, Joan Raja, Santi Ricart y Andrea Ros. Teatre Lliure. Barcelona. Hasta el 16 de febrero.

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