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crítica de 'autobiografía de un mentiroso'
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un agente provocador

El filme animado revisa la vida de Graham Chapman, el 'monty python' más conflictivo de la revolucionaria formación cómica

Aunque encarnase lo más parecido a un straight man o payaso serio en el seno de Monty Python, con sus interpretaciones protagonistas en películas como Los caballeros de la mesa cuadrada (1975) y La vida de Brian (1979), Graham Chapman fue, también, el miembro más conflictivo de la revolucionaria formación cómica, con su homosexualidad valientemente aireada y su impenitente alcoholismo prestos a desafiar la tolerancia de sus compañeros de viaje. En 1980, Chapman publicó su libro A liar’s autobiography Vol. VI, un radical ejercicio de autoficción en el que la confesión sincera se daba la mano con la mistificación delirante. Esas singulares memorias, leídas por el propio Chapman poco antes de su fallecimiento, víctima del cáncer, en 1989, son el punto de partida de Autobiografía de un mentiroso, heterodoxa adaptación animada que se sirve de la labor de 14 estudios de animación —cada uno de ellos, con su estética diferenciada— y que ha logrado la nada desdeñable proeza de reunir, en un proyecto común, al resto de los Monty Python, con la excepción de Eric Idle, que solo comparece en imágenes de archivo.

AUTOBIOGRAFÍA DE UN MENTIROSO

Dirección: Bill Jones, Jeff Simpson y Ben Timlett.

Animación.

Género: comedia. Reino Unido, 2012.

Duración: 85 minutos.

La película se resiente de la diversidad de estilos que confluyen en ella, que van de lo directamente espantoso —los segmentos donde los Python se transforman en chimpancés digitales— a lo sobresaliente —el episodio del paréntesis ibicenco de John Cleese y Chapman, con su trazo evocador de los aires contraculturales de la época—, pero la voz de Chapman y su sofisticadísimo humor funcionan como sólida espina dorsal. Dice el tópico que la mejor comedia surge siempre del dolor, y el autorretrato que ofrece Chapman parece ajustarse a esa idea: el primer Monty Python en irse de este mundo nunca dejó que el dolor le estropease la fiesta, pero fueron sus conflictos interiores los que quizá definieron su toque de distinción en un equipo regido por la excelencia.

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