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HOMENAJE A LA GRAN 'MEZZOSOPRANO'

Berganza, desde la nostalgia

El Real homenajea a una cantante cuya rebeldía siempre estuvo a la altura de su rigor artístico

La reina Sofía (centro), acompañada por Teresa Berganza y el ministro de Educación, Cultura y Deportes, José Ignacio Wert, en el palco del Real.
La reina Sofía (centro), acompañada por Teresa Berganza y el ministro de Educación, Cultura y Deportes, José Ignacio Wert, en el palco del Real.KOTE (EFE)

La edad es lo de menos. La mezzosoprano más carismática de la historia de la lírica española era homenajeada en el Real con la excusa de haber cumplido 80 años. Algunos creíamos que había nacido en 1935, como figura en el diccionario Oxford de la música, o en el texto que acompaña a los discos que le dedicó DG en 2005 a propósito de su 70º cumpleaños. Estábamos equivocados, pues la propia cantante dijo ayer que había cumplido “cuatro veces veinte”, y hasta es simpático pensar que la diva castiza se quitaba un par de añitos por coquetería. Nos quedamos con que nació un 16 de marzo en la calle de San Isidro, y eso nos basta. De lo que no hay ninguna duda es que es “pasionalmente española, pero de Madrid”, como ella mismo dijo ayer. Un homenaje a Teresa Berganza en el coliseo de la plaza de Oriente, presidido por la Reina Sofía, siempre es estimulante. Por el reconocimiento a una carrera ejemplar, y por la posibilidad de mostrar afecto y gratitud a una persona tan generosa como gran artista.

Se articuló el homenaje alrededor de Mozart, Rossini y la zarzuela, tres autores o estilos musicales en los que Teresa Berganza sentó cátedra. El personaje de Sesto en La clemenza di Tito, de Mozart, o el de Angelina en La Cenerentola, de Rossini, por poner un par de ejemplos, se elevan en la voz y en la interpretación de Berganza a cotas de referencia histórica. Había en la mezzosoprano un cuidado magistral de la dicción, del fraseo, de la expresividad contenida, del buen gusto. En dos autores tan aparentemente sencillos y, sin embargo, tan complicados técnica y estilísticamente, como son Mozart y Rossini, las aportaciones de Berganza brillaron con una naturalidad asombrosa, superponiéndose la profundidad, el dominio del estilo y la fascinación. En la zarzuela, o en la canción española en general, Berganza también se encontraba en su salsa. Hasta cierto punto, era una cuestión vocacional que se manifestaba en su manera de ver a Falla, Montsaltvatge, Guridi, Granados o García Lorca. Y no se acababa ahí su ciencia lírica. Con Claudio Abbado presentó en Edimburgo una Carmen, de Bizet, para la eternidad. Y a la memoria vienen en torbellino sus interpretaciones del barroco italiano, de Haendel, de Schumann, de Mussorgski y tantos otros. Berganza era el arte puro, afrontado desde las mayores exigencias vocales e interpretativas. Sin excesos de volumen en su canto, sin artificios decorativos inútiles. El culto a la verdad era su máxima aspiración. Era una época en que este sentido idealista de la interpretación vocal podía existir. Y así lo entendían, desarrollando complicidades con ella desde María Callas a Herbert von Karajan. Hoy, con los valores existentes, Berganza sería una extraterrestre.

Se comprobó ayer en un recital que, presentado por el actor José Luis Gómez, comenzó de forma accidentada. Con cálidas ovaciones a la Reina Sofía, con un abucheo monumental al ministro Wert por una parte muy considerable del público, con aclamaciones infinitas a la cantante. Desde el punto de vista artístico el homenaje a Berganza no pasará a la historia. Todo fue manifiestamente mejorable, aunque hubo momentos muy emotivos centrados sobre todo en la presencia del recuperado Carlos Álvarez, que no cantaba en el Real desde 2005. Lo mejor de la noche fue el discurso de Berganza al final: matizado, combativo a favor de la ópera frente a los recortes de los políticos actuales, luchadora por la zarzuela y la música española. Berganza en estado puro, derrochando libertad, independencia y rigor artístico. Cantaron ayer para ella voces amigas como las de María Bayo, Annick Massis, Carlos Álvarez, Serena Malfi, José Bros o José van Dam, entre otros. La Sinfónica de Madrid y el Coro Intermezzo se unieron a la fiesta bajo la dirección musical de Sylvain Cambreling y Alejo Pérez. Con unos y otros, y en particular con el cariño del público, Teresa Berganza se emocionó. Dijo que “era el día más feliz de su vida” La nostalgia mostró en ella su mejor cara, la de la sonrisa. Después se fue a recibir la orden de Alfonso X el Sabio. No estaba el horno para una imposición en el escenario, y menos de manos de un ministro.

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