Oscar 2013, una clase de historia
Los premios de la Academia se disputan este año entre películas que ilustran los últimos 250 años de vida en Estados Unidos y que además forman parte de una gran cosecha cinematográfica
Para un año en que los premios de la Academia de Hollywood han dado clases de historia sobre los últimos 250 años de Estados Unidos, la misma Academia ha dado un salto adelante hacia el futuro. Por primera vez el domingo los Premios de la Academia abandonan su nombre oficial, ese mismo, y se denominan los Oscar. Sí, porque Oscar es el apelativo popular, pero la gala se bautizaba hasta ahora con su número de edición y el término oficial: es decir, este domingo se celebra la 85º Premios de la Academia. Porque hasta ahora la Academia de las Artes y de las Ciencias cinematográficas dejaba claro en su nomenclatura que una cosa era la ceremonia y otra cada uno de sus premios, los oscars. Es más, esa noche no se entregan únicamente oscars. A veces se otorga el galardón humanitario Jean Hersholt. Este año, uno de los coproductores de la gala, Neil Meron, ha asegurado que se saltan la oficialidad y la gala se denominará los Oscar 2013. O sencillamente, los Oscar: “Como los Grammys. Ellos no tienen número… pues tampoco los Oscar”. Lo que no quiere decir que sea una decisión inamovible: Teni Melidonian, una de las portavoces de la Academia ha confirmado que sí, que este año, pero que ya veremos en 2014. Y en 2015.
El nombre se le ocurrió en 1931 a Margaret Herrick, la bibliotecaria de la Academia, que comentó al ver la estatuilla: "¡Vaya, se parece a mi tío Oscar!", un tal Oscar Pierce. Herrick llegó a ser Directora Ejecutiva de la Academia, pero para la Historia su nombre ha quedado solo ligado a su ocurrencia.
El cambio de nombre es otro movimiento de la Academia en pos de rejuvenecer su audiencia. Movimientos que no han acabado de cuajar: ¿nadie recuerda el desastre como maestro de ceremonias de James Franco, que arrastró en su debacle a su compañera de tareas, Anne Hathaway? ¿O ese aumento de candidatos a mejor película, que llegó a incluir diez títulos para que así tuvieran su oportunidad los filmes más taquilleros como El caballero oscuro o Spiderman? Finalmente en la categoría principal se usa una extraña regla de porcentajes que hace variar el número de seleccionados, este año nueve, y lo que ha aumentado ha sido el número de producciones indies que se han beneficiado de esa apertura. O lo que es lo mismo, poner puertas al campo para que Harvey Weinstein no se coma toda la hierba es inútil. Weinstein, productor con ojo, que este año ha metido en la lucha a Django desencadenado y a El lado bueno de las cosas –aunque se ha quedado fuera la mejor de sus tres producciones oscarizables de la temporada, The master-, es el autor de uno de los mayores goles cinematográficos de la historia, cuando Shakespeare enamorado se llevó la estatuilla a la mejor película en detrimento de Salvar al soldado Ryan, con Steven Spielberg con el Oscar a la mejor dirección en la mano esperando el gran galardón.
En fin, los Oscar son para vender, como cualquier premio. Están pensados para taquillas, alharacas y lisonjas, muy pocas veces el cine de autor ha derrotado al cine más comercial. Si en su primera edición ya marcaron el territorio en su entrega en el hotel Roosevelt dando dos premios que diferenciaban de manera radical ambas etiquetas –ganó Alas, de William Wellman, el trofeo a mejor película, y Amanecer, de F. W. Murnau, el premio a mejor producción artística-, las siguientes ediciones han ido martilleando esa percepción: Rocky derrotó a Taxi driver o, ya en los últimos años, El discurso del rey a Cisne negro o La red social. Solo han cambiado algo las tornas en el triunfo de En tierra hostil sobre Avatar o el Oscar a mejor película el año pasado de The artist. Claro, que en Estados Unidos el distribuidor de la película muda francesa era… Harvey Weinstein.
Puestos a fabular sobre lo que ocurrirá este año, que ha tenido una gran cosecha, Argo parece el caballo ganador, visto su recorrido en premios precedentes. Que la película de Ben Affleck –qué gran director, que flojo actor- se lleve el Oscar a mejor película sería un buen espaldarazo curiosamente para el festival de cine de San Sebastián, porque en Donostia comenzó la carrera de Argo. Si Argo no gana, la CIA ha montado un plan B en su año de limpieza de cara: La noche más oscura posee nervio y temple, la mano de su directora, Kathryn Bigelow, está presente en cada plano. El resto de los títulos no parece tener tantos apoyos. La bellísima Bestias del sur salvaje parece una convidada de piedra, porque el Oscar a la mejor dirección estará entre Spielberg (Lincoln), Ang Lee y ¿por qué no? Michael Haneke con Amor. Si el guion original se lo disputan los libretos de Argo, Django desencadenado y La noche más oscura, los adaptados estarán entre Argo y Lincoln. Podría ocurrir que a Jessica Chastain –arrebatadoramente desgarrada en el plano final de La noche más oscura- le robara la cartera Emmanuelle Riva con Amor. Desgraciadamente, el soberbio trabajo de Naomi Watts en Lo imposible no ha encontrado eco suficiente en Hollywood. El resto parece más claro: Daniel Day-Lewis (Lincoln), Christoph Waltz (Django desencadenado) y Anne Hathaway (Los miserables) son apuestas claras en las estatuillas a la interpretación.
El vestuario de Los miserables, obra descomunal de Paco Delgado, ha sido derrotado en los Bafta y en los galardones del Gremio de diseñadores de vestuario por la labor de Jacqueline Durran en Ana Karenina, con lo que bajan sus posibilidades. Y si la chilena No, de Pablo Larraín, tenía una rival dificilísima en Amor, Palma de Oro en Cannes (su distribuidora, Sony Classics, maestros en esta categoría, asegura que le debe el premio a Haneke desde La cinta blanca), en la categoría a mejor filme de habla no inglesa, en los últimos días también ha entrado en la competición la noruega Kon-Tiki. ¿Adivinan quién la distribuye? Sí, Weinstein. Y no deja de ser una película sobre un hecho histórico. Como Lincoln, La noche más oscura, Argo, Los miserables o en menor medida Django desencadenado o Bestias del sur salvaje. Y este año esa parece la clave: una clase de historia a 24 fotogramas por segundo.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.