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Los novísimos vuelven a ser nuevos

El festival Cosmopoética rinde homenaje a la revolucionaria generación del 68

Javier Rodríguez Marcos
De izquierda a derecha, sentados, Pere Gimferrer, su pareja Cuca de Cominges, José María Álvarez y Antonio Colinas. De pie, Vicente Molina Foix, Luis Alberto de Cuenca, Guillermo Carnero, Jenaro Talens y Jaime Siles.
De izquierda a derecha, sentados, Pere Gimferrer, su pareja Cuca de Cominges, José María Álvarez y Antonio Colinas. De pie, Vicente Molina Foix, Luis Alberto de Cuenca, Guillermo Carnero, Jenaro Talens y Jaime Siles.FRANCISCO J. VARGAS

“¿Tiene algo de Leopoldo María Panero?” El dependiente de la librería Luque pone cara de asombro al ver al poeta preguntar por sus libros. El asombro se duplica cuando añade “soy yo” antes de llevarse —con descuento— su edición de Matemática demente, de Lewis Carroll. Panero lleva nueve años en el psiquiátrico de Las Palmas, pero ha venido a Córdoba para participar en el ciclo que el festival Cosmopoética dedica hasta el domingo a los novísimos.

El autor de El último hombre, cuya conversación es un alarde de memoria y delirio, llegó el martes para asistir a una proyección de El desencanto, la película sobre su familia que Jaime Chávarri filmó en 1976. La sesión no fue del todo bien: “No se podía fumar”, dice contrariado. Y añade: “Después de tantos años [la continuación de 1994, a cargo de Ricardo Franco] me gusta más. Por la música y los colorines. La otra es más fría. José María, ¿puedo decir unos versos tuyos?”.

José María es José María Álvarez, sentado a su lado en la terraza del hotel en que se alojan. Los dos eran unos veinteañeros cuando Josep Maria Castellet los incluyó en Nueve novísimos poetas españoles, la antología que en 1970 sacudió el panorama literario. Amén de certificar la defunción de la poesía social, aquella selección era un collage de surrealismo, culturalismo y cosmopolitismo. “Sólo quedamos vivos / Sobre la ciudad kaputt / Johann Sebastian Bach y yo / Y los dos muy borrachos”, dicen los versos de Álvarez que Panero recita con voz nasal antes de hacer lo mismo con un poema de Antonio Martínez Sarrión, otro de los antologados junto a jovenzuelos como Manuel Vázquez Montalbán, Guillermo Carnero, Ana María Moix, Félix de Azúa, Vicente Molina Foix y Pere (entonces Pedro) Gimferrer.

“La antología fue una conmoción”, recuerda José María Álvarez, “pero no sé si por razones estrictamente literarias. Había voces nuevas, algunas muy poderosas —Gimferrer, Leopoldo—, pero confluyeron otros factores: que era de Castellet [autor de la antología que agrupó a la generación del 50], que lo lanzó la editorial de Carlos Barral… y la etiqueta. La etiqueta fue el acierto. Se vio enseguida con los profesores y con la prensa”. En efecto, nueve novísimos fue una marca sonora y pegadiza. Tanto que durante años el décimo novísimo fue la versión local del quinto beatle. “Barral me dijo que nueve sonaba mejor que 10”, cuenta Marcos-Ricardo Barnatán reproduciendo una explicación que no convenció a autores como José-Miguel Ullán, que descalificó el libro como ejemplo de una poesía “esteticista y neodecadente a tono con los balbuceos precapitalistas de un país mentalmente medieval”. Cuatro décadas después, la famosa “etiqueta” se extiende a una generación que algunos de sus estudiosos prefieren llamar del 68. A Luis Alberto de Cuenca la fecha también le parece más precisa que el superlativo: “Aquellas barricadas de París suponían también un post-algo: el postmarxismo, cierta postmodernidad… También en nosotros había algo de postura post”.

De Cuenca, como Luis Antonio de Villena, Jenaro Talens, Clara Janés, Jaime Siles, Antonio Carvajal o Antonio Colinas, es uno de los nombres ajenos a la selección de Castellet que hoy no faltan en las antologías. “Los mejores de mi generación son Colinas y Gimferrer”, apunta Panero, que, al ver a este último salir del hotel, le dice: “Pere, tú eres mi maestro”.

Cuando se publicó Nueve novísimos, un precocísimo Gimferrer había ganado ya, a los 21 años, el Premio Nacional de Literatura por Arde el mar (1966). Saludado Panero, él mismo comenta un poema suyo en uno de los talleres de Cosmopoética. Cuando se aborda la síntesis entre alta y baja cultura como una de las aportaciones de su generación, matiza: “Eso empieza, como mínimo, con Alberti”. Y más tarde: “En arte no hay progreso. No hay nada mejor que las cuevas de Altamira”. ¿Cuál fue la aportación específica de aquel heterogéneo grupo? “Mmm. Es una pregunta para un historiador”.

Juan José Lanz, autor de Antología de la poesía española. 1960-1975 (Espasa), responde a la pregunta horas después: “La generación del 68 puso al día la cultura española mirando a Europa. Hicieron con la poesía lo que Luis Martín-Santos con la novela. La ruptura estética lo fue también política y social. Los novísimos fueron una de las formas del llamado franquismo pop. Siempre recuerdo que en 1968 se abrió en Barcelona el primer drugstore de España”. Lanz publicó su selección en 1997, cuando todo empezaba a ser historia: “La de Castellet fue una antología-manifiesto, como la de Gerardo Diego para el 27”. El tiempo se encargó de ampliar la nómina y de recuperar a autores como Aníbal Núñez, Diego Jesús Jiménez, Miguel D’Ors o Eloy Sánchez Rosillo. Cuando en 1985 Luis Alberto de Cuenca obtuvo el Premio de la Crítica por La caja de plata, un libro que él calificó como de “línea clara”, el péndulo estético volvía al realismo. “En la juventud se tiende a la oscuridad”, explica De Cuenca. “En la madurez la poesía se va desnudando”. Otra cosa es, clara o críptica, la función de la poesía. Panero no duda: “¿Para qué sirve? Para ganar dinero”. ¿Se gana? “Yo sí. Hay editores que me han pagado un libro y no lo han publicado. Luego dicen que el loco soy yo”.

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Sobre la firma

Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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