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Reportaje:

Ser libro en Israel

Bibliotecas de la vieja Jerusalén resisten la ocupación y el paso del tiempo

Las bibliotecas de la ciudad antigua de Jerusalén conservan en sus estanterías auténticas joyas manuscritas e impresas que han logrado sortear los avatares históricos y, en ocasiones, el hostigamiento de la ocupación israelí. Es el caso de las bibliotecas Khalidi y Budeiri, pertenecientes a dos de las más prominentes familias palestinas de Jerusalén, cuyos precursores comenzaron recopilando volúmenes que han custodiado generación tras generación.

En Bab al-Silsila, una de las callejuelas del barrio musulmán de la ciudadela antigua, se ubica la biblioteca Khalidi, construida en 1900 sobre la tumba del emir Barka Khan y que data del siglo XIII. Bajo los otomanos, el patriarca inició una colección privada de libros destinada exclusivamente "a los varones". Declaró el edificio como waqf, bien islámico inalienable e intransferible confiado a la comunidad musulmana. Tras la muerte del primer conservador y descendiente del jeque, la biblioteca cayó en desuso, aunque uno de los Khalidi, Haidar, sorteó los intentos de los israelíes de adquirir el edificio al considerarlo "propiedad abandonada" después de 1967.

Mi padre puso un cartel en la puerta y los oficiales israelíes desistieron de confiscar la biblioteca cuando vieron que no estaba abandonada
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"Mi padre puso un cartel en la puerta y los oficiales israelíes desistieron de confiscar la biblioteca cuando vieron que no estaba abandonada", explica Haifa Khalidi, la única descendiente que vela porque el centro siga existiendo.

Una biblioteca que ha sobrevivido a la falta inicial de presupuesto para su conservación, los intentos de un rabino de impedir las obras de rehabilitación, y años de lucha para que la Municipalidad de Jerusalén aprobara dicho proyecto. En la actualidad, alberga tesoros como el primer diccionario compilado de kurdo-árabe, o una carta de 1798 fechada en Jerusalén y que advertía al Imperio Otomano de la llegada de "infieles", referencia al desembarco de Napoleón en Palestina.

Haifa muestra con orgullo un Corán de hace 400 años, engalanado con un emblema estampado en dorado y azul del Sultanato Otomano Turco; otro libro de Venenos y Remedios de 1.439, o una crónica de 800 años que cuenta la batalla de Saladino contra Ricardo Corazón de León, todos manuscritos en filigrana.

Más de 600 manuscritos

La biblioteca Budeiri fundada en 1.180 y junto a uno de los accesos al Noble Santuario, donde se emplazan la mezquita de Al-Aksa y el Domo de la Roca, es otro ejemplo de "resistencia cultural" en Jerusalén. Su fundador, el jeque Mohamad ibn Budeir (1747-1805), natural de la ciudad santa, destinó gran parte de su vida a coleccionar libros antiguos y manuscritos raros. Su depósito cuenta con más de 600 manuscritos, de los cuales 18 son originales y fueron escritos por sus propios autores, y 2.200 volúmenes de temática principalmente religiosa.

Autor de un conocido poema que describe la derrota de Napoleón en San Juan de Acre, Budeiri fue el primero en ser enterrado en la mezquita de Al-Aksa. "Israel ha tratado de erosionar la cultura local no sólo expulsando a las familias palestinas sino tratando de erradicar su legado", asegura Huda Imam, directora del Centro de Estudios de Jerusalén de la Universidad Al-Quds.

Los armenios, los primeros impresores

La biblioteca armenia Gulbenkian, inaugurada en 1929 y restaurada recientemente, alberga 100.000 ejemplares, 60.000 de ellos en lengua armenia, numerosos incunables, además de los primeros periódicos impresos en Jerusalén y manuscritos desde el siglo X. "Los armenios fueron pioneros en utilizar la imprenta tanto en Irak, Turquía como en Tierra Santa", explica George Hintilian, uno de sus responsables.

Fachada de la biblioteca Khalidi de Jerusalén, fundada en 1900.
Fachada de la biblioteca Khalidi de Jerusalén, fundada en 1900.EFE
Detalle de un libro manuscrito que narra una de las batallas de Suleimán el Magnífico, en la biblioteca Khalidi.
Detalle de un libro manuscrito que narra una de las batallas de Suleimán el Magnífico, en la biblioteca Khalidi.EFE
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