La vuelta de Trump amenaza la lucha climática mientras el calentamiento enseña su cara más devastadora
El regreso del republicano, que ya sacó a su país del Acuerdo de París, sacude la diplomacia climática en vísperas del inicio de la cumbre de Bakú
2024 se recordará como el año en el que Donald Trump —el candidato con el discurso más anticientífico y antiecologista― volvió a ganar en EE UU a pesar de su oscuro historial. 2024 con toda probabilidad no será recordado como el año más caluroso en el planeta en milenios, a pesar de que va a cerrarse como el año más cálido en milenios. Pero no pasará a la historia por eso simplemente porque le durará poco esa terrible corona debido al avance de un cambio climático que la quema de combustibles fósiles no deja de alimentar y que algunos expertos alertan que se está acelerando por la pérdida de capacidad del planeta de absorber las ingentes cantidades de gases que la humanidad emite a un ritmo vertiginoso. De hecho, el anterior récord de año más caliente data de 2023.
Pero esta crisis no va de estadísticas ni récords de temperaturas que solo aguantan un suspiro; va en gran medida de barro y muerte, como los que ha dejado en España la devastadora gota fría de hace 15 días, con más de 200 fallecidos. Va también de calles arrasadas por dos consecutivos huracanes en América a principios de octubre. Y de las históricas inundaciones que dos semanas antes anegaron Centroeuropa. Esta crisis va de monstruos meteorológicos, de fenómenos extremos “que cada vez son más frecuentes e intensos” por el cambio climático y que están sacando “a nuestra sociedad de las condiciones” en las que se había vivido hasta ahora, advierte Leonie Wenz, del Potsdam Institute for Climate Impact Research (PIK). “Fotos como las que han aparecido en los periódicos de todo el mundo [de las inundaciones de España] hacen que los daños climáticos sean muy palpables”, expone.
A pesar de que estos eventos extremos se vuelven más evidentes y numerosos, de lo que lleva años advirtiendo la ciencia, a la Casa Blanca regresa el comandante en jefe del negacionismo, que ya sacó a su país del Acuerdo de París en su primer mandato, algo que muchos dan por descontado que volverá a hacer. También dejó la Unesco y la Organización Mundial de la Salud. En definitiva, rompió con todo lo que oliera a multilateralismo. La lucha climática, que reúne bajo el paraguas de la ONU cada año a los representantes a los 200 países del mundo en las cumbres para avanzar en la reducción de las emisiones y en intentar algo de justicia en el reparto de las cargas económicas, es desde hace años el más multilateral de todos los foros.
La victoria de Trump llega unos días antes del inicio de la cumbre del clima, la COP29, que comienza este lunes en la capital de Azerbaiyán, Bakú. En la cita se debe acordar un nuevo objetivo de financiación climática para aplicar a partir de 2025. Es decir, cuánto dinero se movilizará (ya sea con créditos o con ayudas a fondo perdido) para que los países con menos recursos puedan desengancharse de los combustibles y prepararse para los peores efectos del clima. En 2009, en otra cumbre, se estableció que a partir de 2020 se deberían movilizar 100.000 millones de dólares. Pero ahora debe aumentarse. “Los países desarrollados piensan en términos de miles de millones, pero en el mundo en desarrollo se habla de billones”, señalan fuentes de la Comisión Europea. El problema no será solo el cuánto, también quién se debe beneficiar y, sobre todo, quién debe poner el dinero. Hasta ahora han sido solo los países desarrollados, con la UE a la cabeza, pero Bruselas quiere que otros actores, como China, también se comprometan en esa financiación.
La UE quería abrir también un debate sobre la arquitectura financiera internacional, por ejemplo, planteando gravámenes al transporte marítimo y la aviación internacional. Pero el desarrollo de esta cumbre se complica. Al hándicap que ya suponía que la presidencia de la COP, básica para el desarrollo de las negociaciones, hubiera recaído en este petroestado tras las presiones de Rusia en la anterior cumbre, se une el mazazo de los contundentes resultados en EE UU, un actor básico. El equipo negociador de este país que acude a Bakú es el de la Administración demócrata, y estará encabezado por John Podesta. Pero no dejará de ser un lame duck, una pato cojo, la expresión que se emplea en inglés para describir a alguien que está en funciones. Y más con un Trump que ha puesto en el punto de mira el edificio climático levantado por Biden en los últimos cuatro años y que ya derribó más de 100 regulaciones ambientales en su mandato anterior.
Este 2024 recuerda mucho a 2016 y a la cumbre que se celebró entonces en Marrakech. El fantasma de la primera victoria de Trump recorría la conferencia. Una misma duda estaba en la cabeza de muchos activistas, expertos y negociadores que ahora: ¿es mejor que EE UU deje el Acuerdo de París o que adopte una letal postura obstruccionista desde dentro en un proceso que arrastra el lastre de que las decisiones se deben adoptar por consenso? Valvanera Ulargui, directora de la Oficina Española de Cambio Climático, ofrece su opinión: “No tenemos claros los detalles de cómo la nueva Administración tiene intención de comportarse en cuestiones internacionales relacionadas con el clima, pero en el caso de que EE UU volviera a dar dar espalda al Acuerdo de París, que sería tristísimo, el acuerdo ha demostrado en los últimos años que ha sido capaz de sobrevivir sin EE UU”.
La cumbre de Marrakech se cerró con una declaración política que aseguraba que la lucha climática era “irreversible”. Ante la pregunta sobre si es posible otro texto similar en Bakú, fuentes de la Comisión Europea apuntan a que la situación es diferente a la de hace ocho años y hay que “moverse con cuidado”. Efectivamente, el mundo es muy diferente al de 2016, para lo bueno y para lo malo.
En el plano exterior, los conflictos en Ucrania y Palestina, con ataques directos a Naciones Unidas, complican ese multilateralismo del que reniega Trump. Los expertos asumen que no se podrá contar con EE UU —actualmente el mayor exportador de petróleo y gas del planeta— para ayudar a las naciones en desarrollo a desengancharse de los combustibles o a protegerse ante la devastación climática. Otra cosa es lo que ocurra dentro de su país.
La campaña de la “estafa”
La palabra favorita de Trump en la campaña cuando hablaba de medio ambiente ha sido “estafa”. La ha repetido en cada mitin: el calentamiento global se lo parece, igual que el Green New Deal, ese pacto propuesto desde el ala izquierda del Partido Demócrata que él ha rebautizado como La gran estafa verde. Su machacón eslogan “perfora, nena, perfora” (drill, baby, drill) era una de las frases más aplaudidas por sus seguidores, entusiastas de la idea de impulsar las prospecciones de petróleo y de gas, el fracking y la minería de carbón. También celebraban oírle desdeñar con mentiras la preocupación por la subida del nivel del mar, pese a que la supervivencia de vastas porciones de la cosa estadounidense, en lugares como el Golfo de México, depende de frenar el calentamiento.
Como casi todo lo que tiene que ver con en qué se traducirá su regreso a la Casa Blanca exactamente es una incógnita. ¿Será su Administración realmente una amenaza existencial para el planeta teniendo en cuenta que en su anterior presidencia recortó más de 100 regulaciones ambientales? ¿O le frenarán los intereses económicos de su entorno y de políticos republicanos? Los optimistas tienen algunos motivos para la esperanza: a pesar de su retórica de defensa del carbón, fue durante su mandato, en 2019, cuando las renovables dieron el sorpasso a ese combustible. Además, las emisiones durante los cuatro años de Trump tampoco se dispararon en su país.
El equipo de Joe Biden había prometido reducir un 40% las emisiones para 2030 (frente a la recomendación del 50% que los científicos han hecho a las principales economías). Trump ha prometido que cancelará inmediatamente el gasto previsto en la legislación estrella de la actual Administración, la Ley de Reducción de la Inflación (IRA), de 2022, que, bajo ese nombre poco sexy, esconde la regulación climática más ambiciosa de la historia de EE UU. Sin embargo, aunque es una norma impulsada por los demócratas, según cálculos The New York Times, el 80% del dinero gastado hasta ahora ha ido a parar a condados republicanos, cuyos políticos y empresarios no quieren desinversiones. Si Trump piensa escucharles o no también está por ver.
Abby Hopper, consejera delegada de US Solar Energy Industries Association (SEIA), el lobby fotovoltaico, lo explica así: “Soy bastante optimista sobre la continuidad de la IRA porque ha demostrado estar funcionando. El renacimiento de la industria nacional en este país está estrechamente ligado a las políticas de esa legislación. A medida que se rastrea hacia dónde van las inversiones, tanto en términos de inversiones en fabricación, en despliegue y en innovación, se observa que van a todo EE UU, independientemente de si se trata de un Estado republicano o demócrata”. Hopper incide en que las perspectivas de aumento de la demanda ligadas al avance de la IA y los centros de datos hacen que no sea “un momento para elegir entre tecnologías, sino de sumarlas”.
Lo que sí se da por hecho es que Trump favorecerá, eliminando restricciones al metano, a la industria petrolera, generosa donante en su campaña. También, que dará permiso a nuevas infraestructuras de gas. La industria fósil celebró su victoria el martes, del mismo modo que los grupos medioambientales han prometido que le plantarán cara.
Y luego está Elon Musk, una de las personas que más dinero ha aportado a su reelección (130 millones). Todo apunta a que, a cambio de esa lluvia de dólares, tendrá un papel esencial en la Administración de Trump. Parte de su fortuna está construida sobre el coche eléctrico, que solía ser otro de los blancos predilectos del republicano hasta que, a medida que crecía el apoyo de Musk, fue cambiando su retórica sobre esos vehículos. El hombre más rico del mundo se define como “pro medio ambiente”, y en su día criticó la decisión de Trump de abandonar el Acuerdo de París.
Esta semana, tras la victoria del republicano, aunque sin mencionarlo, el secretario ejecutivo del área de cambio climático de la ONU, Simon Stiell, incidía en el aspecto económico de esta historia: “la transición energética mundial es inevitable y se está acelerando, lo que la convierte en una de las mayores oportunidades económicas de nuestra era”. Y añadía: “Los preparativos para la COP continúan a buen ritmo, porque los hechos fundamentales permanecen inalterados: el calentamiento global ya está golpeando a todas las naciones”.
Porque, a pesar de que el avance de las renovables se dispara, el consumo mundial de combustibles no toca techo. Las políticas actuales de los gobiernos llevarán a un calentamiento de 3,1 grados Celsius. En estos momentos, en los que los fenómenos meteorológicos extremos se están endureciendo, el calentamiento está en 1,2 grados, siempre tomando como referencia los niveles preindustriales. Las emisiones no caen y cada año que pasa sin que drásticamente se recorten se cierra más la ventana para evitar el calentamiento más catastrófico.
“Estamos viendo los primeros signos de una aceleración del calentamiento”, advierte Johan Rockström, director del PIK. Y entre las posibles causas que manejan los científicos está “que el sistema terrestre está empezando a perder su capacidad de absorción de carbono”. Es decir, los océanos y los bosques pueden estar perdiendo efectividad a la hora de atrapar el dióxido de carbono, el principal gas de efecto invernadero. De ese peligro de retroalimentación advertía la Organización Meteorológica Mundial hace unos días. Fue antes de la victoria de Trump que ha dejado estupefactos a tantos. “Es el momento de seguir adelante, de reafirmar la ambición y acelerar nuestros compromisos climáticos y nuestra financiación climática”, anima Ulargui.
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