_
_
_
_
_

La cola vestigial, el apéndice oculto del hombre que venció a Napoleón en Waterloo

Hace unos 25 millones de años, nuestros antepasados dejaron de desarrollar la cola vestigial, pero no de forma gradual, sino de golpe

Montero Glez
Arthur Wellesley
Arthur Wellesley, duque de Wellington.

En uno de sus Episodios Nacionales, el escritor Benito Pérez Galdós nos presenta a lord Wellington como a un hombre de ojos azules y voz sonora que producía una “grata impresión de respeto y cariño”.

No sabemos que hubiera escrito Galdós si hubiese conocido la peculiaridad con la que contaba Wellington, un atributo que le nacía a la altura de su coxis y que se prolongaba como una cola de rata de unos 21 centímetros. De haberlo sabido, Galdós hubiese cambiado su relato y hubiese descrito a Arthur Wellesley, duque de Wellington, con la rareza de su cola vestigial, que es como se conoce científicamente a dicho apéndice, ya que conserva vestigios de la evolución humana.

Resulta curioso comprobar cómo en el genoma humano se encuentra todo nuestro desarrollo evolutivo, y en el caso de la cola vestigial se reactiva un aspecto reprimido del mismo. Según investigaciones recientes, y tomando como modelo los genes que dominan el desarrollo de la cola en ratones, se ha comprobado que dichos genes también están contenidos en el genoma humano. Lo que sucede es que nuestro propio genoma también incluye la muerte celular programada una vez que han pasado las ocho semanas de gestación, que es cuando la citada cola se pierde, se absorbe y pasa a formar la columna vertebral. Esto lo podemos comprobar en las imágenes de embriones humanos, siendo en las ecografías donde mejor se aprecia la cola vestigial de los humanos.

Hace algo así como 25 millones de años nuestros antepasados dejaron de desarrollarla, pero no de forma gradual, sino de golpe. De hecho, cada vez que nos sentamos lo hacemos sobre la última pieza de la columna vertebral, el coxis, vestigio de la cola ancestral que todas las personas desarrollamos y que, debido a la acción de un gen humano, perdemos antes de nacer.

Sin embargo, hay casos, pocos, en los que dicho gen humano no entra en acción y ocurre lo que le ocurrió a Wellington del que cuentan que necesitaba una silla especial para montar a caballo. Se trata de un exceso que en su momento cubría un propósito, como también lo cubrían las muelas del juicio o el vello y que de igual manera pueden tomarse como atributos vestigiales, de cuando éramos animales que aún no habíamos desarrollado la razón.

Cuando se da un caso de cola vestigial, lo que se hace es extirparla al recién nacido en una operación sencilla que no requiere mucha complicación. Lo que sucede es que en los tiempos de Wellington (1769-1852) no se efectuaban dichas cirugías y la rareza se mantenía en secreto, sobre todo si eras una figura pública como lo fue el hombre que derrotó a Napoleón en Waterloo y que aquí, en nuestro país, fue distinguido con títulos como el de duque de Ciudad Rodrigo, vizconde de Talavera de la Reina y Grande de España.

Además de todo ello, figuró como personaje en La batalla de los Arapiles, (Alianza) uno de los Episodios Nacionales que escribió Benito Pérez Galdós, autor cuya obra está renaciendo en los últimos tiempos, igual que si se tratase de un genoma cuyo código genético fuese el castellano y cuyos vestigios apareciesen ahora como las huellas de nuestra memoria literaria más oculta.

El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.

Puedes seguir a MATERIA en Facebook, Twitter e Instagram, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Montero Glez
Periodista y escritor. Entre sus novelas destacan títulos como 'Sed de champán', 'Pólvora negra' o 'Carne de sirena'.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_