Ellen Thomas, paleoclimatóloga: “No es la Tierra la que se tiene que preocupar, somos los humanos”
La científica, galardonada con el Premio Fronteras del Conocimiento de la Fundación BBVA por sus contribuciones al descubrir un efecto invernadero hace 56 millones de años, alerta de los riesgos de la velocidad del actual calentamiento global
La ciencia está llena de serendipias. Casualidades, hallazgos valiosísimos que se encuentran sin buscarlos, de chiripa. Desde Arquímides, de quien se cuenta que descubrió su famoso principio al echarse a remojo en la bañera, hasta la viagra, que vio la luz de carambola, tras un experimento fallido para buscar potenciales efectos cardiovasculares en el sildenafilo. A la paleoclimatóloga Ellen Thomas (Hengelo, Países Bajos, 72 años), también le pasó algo así, en una de sus expediciones científicas en la Antártida en los años ochenta, mientras estudiaba muestras de sedimentos en busca de foraminíferos bentónicos, unos organismos microscópicos que viven en el fondo del mar. “Estamos en un período de calentamiento y activamente estábamos intentando buscar un enfriamiento del continente antártico, no un episodio de calentamiento. Es algo que nos encontramos por casualidad”, admite.
Si los sedimentos depositados en el fondo marino son una especie de libro de historia cronológico, las capas más profundas son las más antiguas: en la que corresponde al Paleoceno y el Eoceno, hace más de 50 millones de años, Thomas encontró, contra todo pronóstico, cambios sustanciales en esos microorganismos, una extinción masiva inesperada y un intenso calentamiento global asociado a este fenómeno. Junto a los estudios del científico James Zachos, la paleoclimatóloga describió un episodio anómalo en la historia del planeta: una especie de efecto invernadero hace 56 millones de años en el que se produjeron emisiones masivas de CO₂ y la temperatura global creció entre cinco y seis grados. Este fenómeno sirve aún hoy a la comunidad científica de referencia para predecir los impactos destructivos del actual calentamiento global.
Thomas, que es investigadora de Ciencias de la Tierra y Planetarias en la Universidad de Yale y profesora titular emérita de Ciencias Integradas en la Universidad de Wesleyan (Estados Unidos), ha sido galardonada junto a Zachos con el Premio Fronteras del Conocimiento en Cambio Climático de la Fundación BBVA “por la trascendental contribución de ambos al descubrimiento de un importante evento natural en el registro fósil”. Esto supone, según destacó el jurado, “una poderosa anología” del actual cambio climático. La paleoclimatóloga atiende a EL PAÍS en Bilbao, donde este martes recibirá el premio por su labor científica.
Pregunta. ¿Qué se siente en ese momento en el que descubre un hallazgo inesperado?
Respuesta. Para nada es un único momento. Autores como Isaac Asimov, que escribían sobre ciencia ficción, decían que lo importante en ciencia no es el momento Eureka [¡lo descubrí!], sino el decir: “¡Qué raro!”, y hay algo que no entiendes y tardas cierto tiempo en entender qué es lo que significa.
Yo estudio organismos microscópicos que viven en el océano profundo, que es el mayor ecosistema del planeta, puesto que hay más mar que tierra y la mayor parte del mar es océano profundo. La mayor parte de hábitats del mundo están en las profundidades del mar y si ves que algo está ocurriendo en las profundidades del mar, quiere decir que es global. Yo pensaba que los organismos que estudiaba nunca iba a mostrar un gran evento de extinción porque hay tipos conocidos de extinción en la Tierra, por ejemplo el de los dinosaurios, y en ese periodo los organismos que yo estudio no se extinguieron. Pensaba que en el océano profundo siempre iban a tener un sitio donde vivir. Y entonces estaba en esta misión en la que hacíamos perforaciones y lo que yo encontré que no me esperaba es que entre dos muestras había una gran diferencia en cuanto a los organismos que yo estudiaba: tenían diferentes formas, eran distintas especies. Esta diferencia suponía que hubo una gran extinción y yo no me lo explicaba.
P. ¿Cómo se relaciona esta extinción con un cambio climático?
R. Ahí es donde empieza mi trabajo con el otro premiado [James Zachos]. Mis organismos hacen conchas, como los caracoles. Los caparazones están hechos de carbonato cálcico y al analizarlo químicamente, obtenemos información y todo tipo de características sobre el entorno en el que se formó dicho caparazón. Nos da información de la temperatura a la que se formó ese caparazón, y lo que vimos es que algunas especies habían pasado de más frío a más calor, una diferencia de cinco a ocho grados centígrados. Además, el carbonato cálcico contiene calcio, carbono y oxígeno: el oxígeno te indica cuál es la temperatura y el carbono te dice que en el momento en el que subía la temperatura había gases de efecto invernadero que se estaban emitiendo a la atmósfera. Y deducimos que ese calentamiento es debido a los gases de efecto invernadero. En ese momento de calentamiento y emisiones de gases de efecto invernadero, hace millones de años, también hubo una acidificación de los océanos.
P. ¿Qué tiene que ver lo que pasaba hace 56 millones de años con lo que está pasando ahora?
R. Nosotros también estamos emitiendo gases de efecto invernadero y el planeta se está calentando. Lo que es interesante, aunque un poco deprimente, es que hasta ahora intentamos predecir el futuro, pero hemos visto predicciones climáticas de 20, 30 o 40 años, aunque hay una historia muchísimo más larga detrás. Al analizar la historia podemos ver un ejemplo de calentamiento global y cuáles son los efectos que tiene, por ejemplo, en los ecosistemas: no están bien donde hace más calor y migran hacia el norte. Las plantas no se mueven, pero pueden morir donde están e ir empezando a crecer más al norte.
Es descorazonador que no dejemos de quemar combustibles fósiles, pero la sociedad no da ese paso
P. ¿Qué nos está diciendo nuestro pasado de nuestro futuro? ¿Puede repetirse esa extinción masiva?
R. El problema que tenemos aquí es el ritmo en el que se producen las cosas, a qué velocidad pasan las cosas. Los humanos estamos emitiendo gases de efecto invernadero más rápido que como se produjeron hace 56 millones de años. Si hacemos estas emisiones más rápido, tenemos más problemas medioambientales. Porque tú puedes decir que la Tierra ha sufrido episodios de calentamiento en el pasado y que no nos preocupemos, sin embargo, no es la Tierra la que se tiene que preocupar, somos los humanos. Como antes he hablado de la migración de las plantas: tenemos agricultura, en España hay unos cultivos específicos, pero si el clima se calienta, ya no se podrán cultivar. A lo mejor se pueden cultivar en Holanda, pero ya no en España. Los seres humanos tenemos por delante una gran adaptación porque nuestros agricultores cultivan en unas tierras concretas, pero si el clima no acompaña, aquí habrá un problema.
P. Lo que ocurrió hace 56 millones de años se ha asociado a la actividad volcánica y el calentamiento global actual es por la acción humana. ¿Somos más devastadores que la propia naturaleza?
R. En el episodio de calentamiento global hace 56 millones de años, según las mejores estimaciones, la emisión de esos gases de efecto invernadero se produjo durante 1.500 años, y los efectos sobre el mundo no fueron tan devastadores como los que hubo hace 66 millones de años, que fueron instantáneos. El impacto del asteroide que mató a los dinosaurios 10 millones de años antes fue algo instantáneo, muy rápido, y los efectos de este proceso tan rápido fueron devastadores para la vida en la Tierra. Los humanos llevamos emitiendo gases de efecto invernadero desde la Revolución Industrial, hace solo unos cientos de años. Algunos defendemos que lo que cuenta es la velocidad a la que emitimos: estamos emitiendo gases de efecto invernadero a un ritmo que está entre un impacto de asteroide y varios miles de años y los efectos van a estar en el medio de los dos.
Estas emisiones de gases de efecto invernadero las ha visto el mundo en varias ocasiones y ha sido capaz de reducirlas, pero eran mucho más lentas. Lo que es importante es la velocidad a la que emitimos las cosas: si emitimos gases de efecto invernadero muy rápido vamos a sobrecargar el sistema y la naturaleza no va a poder secuestrar ese CO₂.
Estamos emitiendo gases de efecto invernadero a un ritmo que va a sobrecargar el sistema
P. Usted ha dicho que el peligro es para los seres humanos, no para el planeta.
R. Sí, el peligro es para los seres humanos. No podemos salvar el planeta, el planeta lleva sobreviviendo millones de años, al planeta no le importa si se destruye toda la superficie de la Tierra o los océanos. El problema es para nosotros. En los Países Bajos no nos gusta la idea de que el nivel del mar aumente 20 metros. Es nuestra infraestructura: yo vivo en Connecticut y tenemos un registro histórico de que el nivel del mar ha subido y bajado, las marismas que entran y salen, pero ahora ya tenemos en la zona grandes ciudades, carreteras… Si vuelve a entrar el mar, va a haber un problema, no para el mar, que ya ha entrado y salido de la tierra muchas veces, sino para nosotros, que tenemos carreteras, ferrocarriles, alcantarillado… El problema va a ser para nosotros.
P. Si lo que ocurrió hace 56 millones de años sirve como una analogía a la situación actual, ¿en qué punto de ese fenómeno estamos ahora?
R. No es tan fácil porque es una analogía, no es exacto. Para empezar, hace 56 millones de años, el clima ya era más caliente de lo que es ahora, no había casquetes polares en los polos, por ejemplo. Una de las cosas más difíciles de la ciencia es tratar de averiguar el tiempo en la escala de tiempo humana, por eso hay mucho debate sobre si este período de calentamiento en el pasado se produjo en 2.000 años o en 10.000. Sin embargo, sí está claro que lo más exhaustivo es comparar el aumento de la temperatura: ahora estamos en un calentamiento global de un grado y medio, estamos entre un cuarto y un tercio del calentamiento global que vimos en aquel periodo.
No creo que estos arreglos tecnológicos vayan a ayudarnos en el futuro, vamos a tener que empezar a adaptarnos
P. ¿Podemos hacer algo realmente para frenar este proceso?
R. Esto no es mi campo de estudio. A pesar de los acuerdos que logramos, a pesar de la pandemia, que nos hizo parar, el CO₂ ha seguido subiendo. Esto no es una cuestión científica. Es una pregunta que hay que hacer a las personas, a la humanidad, porque tiene que ver con la forma en la que las personas reaccionan a los procesos. Desde el punto de vista científico, ya sabemos de qué va todo esto; pero lo que hacemos al respecto, ya no es mi trabajo. Es descorazonador que no dejemos de quemar combustibles fósiles, pero esto es una decisión de la sociedad y la sociedad no da ese paso.
P. ¿Es muy pesimista?
R. Soy más pesimista que el otro premiado, que es más optimista y cree que algunos cambios tecnológicos podrán ayudar. Pero yo no creo que estos arreglos tecnológicos vayan a ayudarnos en el futuro. No solo tenemos que intentar frenarlos, sino que tenemos que intentar adaptarnos, ahora se habla de resiliencia, de cómo afrontar estas consecuencias. Creo que, como sociedad, vamos a tener que empezar a adaptarnos a este calentamiento.
P. ¿Hay una fecha de no retorno?
R. No lo sabemos. Puede que sí. Esto es muy interesante desde el punto de vista científico, pero es muy deprimente desde el punto de vista social. Podemos tener un punto de inflexión, que llegue un momento, y puede que no sea muy lejano, que empecemos un proceso que ya no podamos parar. Creo que hay dos procesos que no podremos parar: la plataforma helada del antártico está por debajo del nivel del mar, entonces, si el agua se calienta tanto que desestabiliza esta plataforma, puede deshacerse en poco tiempo, acabar flotando y llegar a latitudes más bajas y esto puede representar un aumento del nivel del mar de 11 metros. Otro punto de inflexión potencial es que el permafrost, el suelo helado del ártico, tiene varias capas con mucha vida orgánica y han empezado a descongelarse y la turba se va a ir descomponiendo con esta reacción.
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