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Crisis de la ciencia
Tribuna
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El día que votemos ciencia

La ciencia y la innovación quedan sistemáticamente aparcadas en el debate público y, en particular, el político

Investigadores y científicos protestaban contra los recortes presupuestarios en ciencia durante la Marcha por la Ciencia en Madrid en 2017.
Investigadores y científicos protestaban contra los recortes presupuestarios en ciencia durante la Marcha por la Ciencia en Madrid en 2017.Marcos del Mazo (LightRocket via Getty Images)

Si atendemos a la actualidad, coincidiremos en que uno de los ámbitos que últimamente nos está dando más satisfacciones es la ciencia. A nivel global, pero también en España. Son casi diarias las noticias sobre hallazgos, avances en investigaciones, expediciones y grandes proyectos con protagonismo o participación de científicos e investigadores españoles.

Y cada vez nos interesan más. Un reciente estudio de la Fundación BBVA nos dice que, en una década, el interés popular por la ciencia entre la población española ha crecido del 15% al 47%. Que entendemos, tanto o más que en otros países, que es un motor del progreso, de la mejora de la salud de las personas y esencial para hacer frente al cambio climático. Y que, entre franceses, ingleses y alemanes, somos los que declaramos una mayor confianza en la comunidad científica.

Sin embargo, observamos con decepción que la ciencia y la innovación quedan sistemáticamente aparcadas en el debate público y, en particular, el político. Rara vez nuestros representantes contrastan sus posiciones o formulan propuestas en una materia que es fundamental para nuestro avance como país y como sociedad. Otro aspecto que destaca el citado informe es que nuestra población es de las más críticas con el apoyo que desde la esfera pública y privada se presta a la ciencia y los científicos.

Estamos en año de elecciones, con convocatorias nacionales, autonómicas y locales. Si nos atenemos a anteriores citas con las urnas, ni en los debates ni en las comparecencias de los diferentes candidatos se habla de ciencia. En los programas electorales, y no en todos, hay que bucear para encontrar, a lo sumo, meras referencias genéricas, eso sí, bienintencionadas. Nadie dice que no sea importante. Es más, posiblemente sea uno de los asuntos que generan mayor consenso, y lo vimos con la aprobación de la Ley de Ciencia. Pero ningún partido lo pone en primer plano, lo esgrime como alternativa ni lo postula entre sus grandes promesas en campaña.

Las elecciones suponen la mayor oportunidad que tenemos los ciudadanos para decidir sobre nuestro proyecto de país. Y seguramente, más allá de nuestras convicciones políticas, nos gustaría votar por un país que valorase la ciencia, la investigación y la innovación. Significaría que somos conscientes de que son el fundamento del estado del bienestar, de un sistema sanitario envidiable, de unos servicios públicos de calidad. De que su éxito no se ciñe a la labor y los logros de un ministerio, sino que su influencia es transversal y tiene efecto expansivo en la economía, la industria, la educación y el empleo. Y ahora que nuestras administraciones, central y autonómicas, están volcadas en la atracción de inversiones, estas serán mucho más proclives a desplegarse en países y regiones que ya tienen un caldo de cultivo en forma de infraestructuras, talento y ecosistema innovador.

Deberíamos quizás explicarlo y transmitirlo mejor desde todos los ámbitos, tanto públicos como privados. No sería difícil entender que España, por su potencial económico, pero también en conocimiento científico, merece mucho más que las posiciones que ocupa en el mundo en inversión en I+D (25); en número de patentes obtenidas (21); en número de investigadores por millón de habitantes (32); o en el Índice Mundial de la Innovación (29). Pero, sobre todo, podríamos fijarnos en los países que copan los primeros lugares de esos rankings y darnos cuenta de que no investigan e innovan más porque son ricos, sino que lo son porque investigan e innovan.

El esfuerzo lo tenemos que hacer entre todos, pero necesitamos determinación política. Cuando la hubo para reducir en España los accidentes de tráfico, se redujeron drásticamente. Cuando la hubo para tener un deporte competitivo que nos representara en citas internacionales y olímpicas, se consiguió y a la vista tenemos los resultados. Cuando nos propusimos dotarnos de potentes infraestructuras de comunicaciones, las tuvimos y, por ejemplo, somos el país de Europa con la mayor red ferroviaria de alta velocidad. ¿Por qué no podríamos fijarnos el objetivo de convertirnos en un país referente en ciencia e innovación, y sobre todo, en su transferencia efectiva y sostenible a la sociedad?

Podríamos votar a partidos que anunciaran propuestas como la creación de canales eficientes de comunicación entre ciencia y sociedad; ofrecer a los jóvenes información y formación sobre las carreras profesionales científicas y técnicas; una financiación de la I+D progresiva, sostenida y blindada ante las coyunturas económicas; mejoras en las condiciones laborales de los investigadores; promover colaboración público-privada para extender la I+D industrial; o revisar los marcos regulatorios para eliminar barreras y facilitar la puesta en marcha de grandes proyectos.

Podríamos pedirlo, votarlo y después exigirlo. Ya sabemos que Margarita Salas dijo aquello de que “un país sin investigación es un país sin desarrollo”. Pero suya es también la afirmación de que “lo importante es no tener arrugas en el cerebro”. Como presumiblemente se refería a algo más que a la edad, valdría la pena quitarnos las arrugas, la ceguera y el ruido que nos impiden ver y atender a lo que es realmente importante. El día que votemos ciencia e innovación, decidiremos hacer un país mejor… y, por cierto, también más joven.

Andrés Vicente es presidente de la Fundación I+E y de Ericsson Iberia

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