El abandono de Rusia de la ISS abre una nueva era en la exploración espacial
La amenaza de Putin, aun cuando no se complete hasta 2030, traerá consigo el auge de nuevos actores como China y las empresas privadas
La guerra de Ucrania también se libra en el espacio. El pasado martes, Yuri Borísov, el nuevo director de la agencia espacial rusa (Roscosmos) anunció en una rueda de prensa con Vladimir Putin la inminente salida de Rusia de la Estación Espacial Internacional. Con este gesto, Rusia cortaría el último lazo que une su programa espacial al del resto de las potencias, con las que lleva colaborando desde el fin de la Guerra Fría.
Es el punto culminante de las tensiones políticas que la invasión de Ucrania ha desencadenado en el sector espacial. En los últimos meses, los proyectos con participación rusa se han ido desmontando uno tras otro: por un lado, Europa ha suspendido misiones millonarias como parte de las sanciones a Rusia; por otro, el país eslavo ha retirado los cohetes con los que se han lanzado la mayor parte de las misiones europeas. Esto no debería sorprender, ya que la actividad espacial ha estado siempre íntimamente ligada a la geopolítica. Durante la Guerra Fría, la competición entre las grandes potencias propició una carrera por la superioridad espacial, y no fue hasta 1998, en el contexto de una nueva era de cooperación, que se materializó la Estación Espacial Internacional (ISS, por sus siglas en inglés). La creación de este laboratorio, en órbita alrededor de la Tierra, ha permitido hacer grandes avances científicos y constituye la colaboración espacial más larga hasta la fecha. Precisamente por ello, la amenaza rusa de abandonar la ISS comporta una fuerte carga simbólica.
No obstante, todavía no está claro de qué manera se hará efectiva la salida. Las vagas palabras de Borísov (que afirmó que Roscosmos dejaría el proyecto “después de 2024″ para centrarse en una futura base rusa) desdibujan los plazos, y Rusia aún podría dilatar su presencia en la Estación hasta 2030, fecha límite para el resto de los países. Esto le dejaría margen para fabricar su propia estación espacial, para la que cuenta con dos vías: reutilizar componentes rusos de la ISS o construir una base totalmente nueva. La primera opción, mucho más rápida, no daría lugar a una estación habitable, sino a una base en la que aterrizar de forma breve. Además, los componentes de la ISS conservarían su órbita actual, que casi no pasa sobre Rusia. Esto dificultaría la labor científica y, para acceder a su estación, los rusos seguirían dependiendo de un tercer país (hasta ahora, Kazajistán) desde el que lanzar sus cohetes.
Borísov, no obstante, matizó el viernes que el final de sus trabajos en la ISS y el comienzo de las operaciones de la estación rusa “deben ser, sin ninguna duda, sincronizados”. “Simplemente dijimos que después de 2024 comenzaremos el proceso de salida. Ocurrirá esto a mediados de 2024 o en 2025, todo depende, incluidos el estado y la capacidad operativa de la propia ISS”, según recoge EFE. La última estación espacial soviética, la MIR, entró en funcionamiento en 1986 y estuvo en órbita hasta 2000, cuando se dejó caer en el océano Pacífico.
La opción que dice haber elegido la agencia rusa es la de crear una estación espacial desde cero. Así lo ha expresado Vladímir Soloviev, cosmonauta ruso y jefe de operaciones de vuelo de la ISS, en una entrevista reciente publicada por Roscosmos. Soloviev estima que la nueva estación rusa no estará operativa hasta 2030 y, pese a que supone una inversión muy superior y un mayor retraso, tendrá la gran ventaja de poder colocarse en una órbita que sobrevuele el país. Según los primeros bocetos, el proyecto asciende a 2.700 millones de rublos (37 millones de euros) y el primer módulo se pondría en órbita en 2025, la primera piedra de una década de trabajo hasta completar el plan.
Respecto a la salida de Rusia de la ISS, Soloviev opina que no se producirá hasta que no se construya la nueva estación rusa: “Debemos seguir operando la ISS hasta que el proyecto de la estación orbital rusa esté más o menos avanzado”. Por otro lado, Europa y EE UU tampoco creen que la salida sea inminente: Josef Aschbacher, director de la Agencia Espacial Europea, ha dicho en una entrevista con la cadena CNN que “después de 2024 podría significar cualquier cosa, incluso quedarse hasta 2030, en teoría”, y Robyn Gatens, oficial de la NASA, ha asegurado que no han recibido “ningún aviso oficial al respecto”, según informa SpaceNews.
Si se siguiera a rajatabla el órdago de Borísov de abandonar el proyecto tan pronto, las consecuencias para el programa espacial ruso podrían ser muy negativas. Con la economía rusa sufriendo la presión de la guerra en Ucrania y de las sanciones internacionales, ninguna de las opciones para construir una nueva base es realista a medio plazo. En caso de abandonar ahora la ISS, el programa tripulado ruso se quedaría a la deriva, estancado por un prolongado y perjudicial parón. Si la Estación siguiera adelante sin la ayuda de Roscosmos, esto podría deslegitimar el papel de los rusos, haciendo ver que no son una pieza imprescindible en la actividad espacial. Como explicaba el astronauta estadounidense Scott Kelly: “La colaboración rusa en la ISS le otorga credibilidad a Putin tanto nacional como internacionalmente”.
¿Cómo afecta esta nueva situación a la exploración espacial?
Más tarde o más temprano, la salida de Rusia sucederá, y parece que catalizará dos procesos que ya están en marcha. El primero es el auge de nuevas potencias espaciales, como China, que puede acercarse más a los rusos u ocupar el hueco que ellos dejan, aliándose con Europa y Estados Unidos. Aunque el gigante asiático lleva apenas un año ensamblando su propia base orbital, la Tiangong, a la velocidad actual se prevé que el módulo esté listo para finales de año. Esto puede suponer una gran baza para el Gobierno chino, que además ha expresado ya su intención de incorporar astronautas extranjeros a la misión.
El segundo proceso es el aumento de la participación del sector privado en la exploración espacial. Actualmente, Rusia se encarga de los cohetes que permiten hacer maniobras orbitales. Para que la Estación pudiera seguir operando sin Rusia, sería necesario encontrar un reemplazo para los cohetes rusos, cuyo papel es imprescindible para mantener la Estación en órbita. Sin ellos, caería de vuelta a la Tierra. La situación que ahora parece más probable si se quiere que la Estación siga operativa es que intervengan las grandes empresas aeroespaciales, Space X (EE UU) y Arianespace (Francia), que ya se han ofrecido para proveer a la Estación de los cohetes necesarios. Esta colaboración no es un fenómeno reciente: la NASA lleva ya un lustro cediendo a entidades privadas algunas tareas de la órbita cercana a la Tierra. Sin embargo, aumentar la participación de estas empresas podría menoscabar la capacidad de actuación de las agencias gubernamentales, un supuesto que puede ser arriesgado a largo plazo.
¿Qué hacer, pues, sin Rusia? Indudablemente, su salida de la ISS marcará el paso hacia una etapa en la que los rusos, desvinculados de Occidente, deberán buscar vías distintas para continuar su actividad espacial. También abrirá otros desafíos, particularmente para EE UU y Europa, que tendrán que adaptarse al protagonismo adquirido por nuevos actores, tanto públicos como privados. Sin Rusia, los países restantes se dirigen hacia una nueva era espacial, en la que se reestructurarán las actuales alianzas.
Belén Yu Irureta-Goyena es investigadora predoctoral en la Escuela Politécnica Federal de Lausana.
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