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Ofensiva de Rusia en Ucrania
Tribuna
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Invasión rusa de Ucrania, ciencia y diplomacia: ¿estamos haciendo lo correcto?

Existen ejemplos en los que la comunidad científica ha jugado un papel destacado en el marco de las relaciones internacionales en época de conflictos

Una mujer junto a un hospital destruido en la ciudad de Volnovakha, Ucrania.
Una mujer junto a un hospital destruido en la ciudad de Volnovakha, Ucrania.ALEXANDER ERMOCHENKO (REUTERS)

Tras dos años de pandemia nos enfrentamos ahora a la invasión injustificada e ilegal de Ucrania con implicaciones, también, mundiales. Si algo ha aprendido la sociedad es que la ciencia es un instrumento imprescindible para, no solo superar obstáculos globales, sino para combatir campañas de desinformación y colateralmente, fortalecer nuestras democracias. Sin embargo, es posible que mucha gente desconozca el papel de la comunidad científica en el marco de las relaciones internacionales en épocas de conflicto. Hay algunos aspectos consustanciales a la actividad científica que son ilustrativos en este sentido. Por ejemplo, la “cultura científica” se caracteriza por tener una serie de valores compartidos que incluyen un lenguaje formal común, la creencia en la universalidad de la verdad, y un cierto “escepticismo organizado”. Esta noción de validez inter-subjetiva y el deseo de cooperar profesionalmente hace que los científicos superen las restricciones políticas más severas. Durante la Guerra Fría, los científicos de ambos bloques sugirieron el innovador concepto del “control de armas” e influyeron de forma decisiva en las negociaciones que dieron lugar al pionero tratado de limitación de ensayos nucleares en 1962 y posteriormente a los acuerdos SALT, el tratado antimisiles balísticos y el tratado de no proliferación nuclear. Todo ello basado en un principio básico: la verificación precisa y demostrable, gracias a un idioma científico compartido y, unívoco. Los físicos nucleares de Brasil y Argentina favorecieron el establecimiento de un acuerdo común de control nuclear –junto con la Organización Internacional de la Energía Atómica– firmado por ambos presidentes en 1991, a pesar de una importante oposición por parte de la opinión pública de sus respectivos países, embarcados en una carrera nuclear militar. Hay muchos más ejemplos, desde los Acuerdos de Oslo al Tratado Antártico, en los que los contactos en el mundo académico, discretos y sin representar posturas oficiales, permitieron una exploración preliminar y sin compromisos de los problemas, lo que facilitó enormemente las bases para una negociación oficial posterior.

La invasión de Ucrania ha desencadenado una oleada de condenas por parte de científicos y de organismos de investigación de todo el mundo. Horas después del inicio de la guerra, el Gobierno alemán suspendió toda colaboración científica con Rusia, interrumpiendo la financiación de todos los programas de investigación y presionando a la Comisión Europea para que proceda de manera similar, como así sucedió el pasado 4 de marzo con los programas Horizonte Europa y Horizonte 2020. El 2 de marzo el Gobierno danés requirió a sus universidades que suspendieran de manera indefinida toda cooperación en investigación y educación superior con Bielorrusia y Rusia, mientras que el Gobierno holandés obligó directamente a ello el 4 de marzo. Acciones similares se han tomado en el resto del mundo, con la relevante excepción de India o China. El 10 de marzo, el Ministerio de Ciencia e Innovación junto al de Universidades anunciaron la suspensión de relaciones con Bielorrusia y Rusia, si bien, permiten a las universidades en el ámbito de la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas un margen de autonomía. Estas acciones se han extendido al mundo de las publicaciones científicas, si bien con poco eco, con la prohibición de aceptar artículos firmados por científicos rusos trabajando en Rusia. El único precedente se dio tras la Primera Guerra Mundial para los científicos alemanes, y que pronto se abandonó por ser poco práctica. Ni en los peores tiempos de la Guerra Fría los científicos soviéticos tuvieron restricciones para publicar sus investigaciones e incluso se mantuvieron contactos en el ámbito de la cooperación científica. La comunidad científica siempre ha mantenido una tradición de no discriminación de autores en función de su nacionalidad o posicionamiento político en lo relativo a la difusión de los resultados de investigación.

La situación es compleja y hasta cierto punto comprensible, pero hay que poder diferenciar entre instituciones rusas bajo control del gobierno central y que apoyan la invasión, de la de aquellos científicos y organismos que se han manifestado contra ella. Las sanciones económicas contra Rusia están plenamente justificadas, un boicot generalizado de la cooperación científica es más cuestionable. Sobre todo cuando Europa sigue adquiriendo diariamente gas ruso por millones de euros, lo que contradice las palabras del europarlamentario alemán y ponente principal del macroprograma de investigación de la Comisión Europea Horizon Europe, Christian Ehler, quien en la defensa del boicot expresaba “que deben emplearse todos los medios disponibles, incluidos los últimos recursos de los que disponga la Unión Europea”. Christian Ehler, que no es científico, quizás está enviando un mensaje erróneo a una comunidad que estratégicamente debemos cuidar, si no queremos que mire hacia China. Quizás la propia administración de Putin estaría más interesada en este giro que en mantener relaciones de colaboración científica con Europa. Hay que recordar que desde el 2 de marzo, más de 8.000 científicos rusos han firmado una carta abierta -con las posibles consecuencias que eso puede conllevar- condenando la invasión de Ucrania y responsabilizando de su inicio exclusivamente a Rusia. Ante estas acciones, la administración de Putin eliminó el pasado 24 de marzo algunos elementos claves para la evaluación de proyectos de investigación, como son la publicación de artículos científicos en revistas reconocidas. Todo esto representa una tormenta perfecta que puede acabar con la incipiente mejora de la ciencia rusa tras el colapso de la Unión Soviética.

La resolución de conflictos internacionales no es una actividad científica, ni los científicos son cruciales a la hora de mitigarlos, pero la experiencia nos muestra que están dispuestos a superar dificultades importantes y que han favorecido en muchas ocasiones salidas satisfactorias, ¿estamos haciendo lo más inteligente? Por supuesto, la facilidad de comunicación entre científicos no siempre es garantía de cooperación, y menos aún de solidaridad. En esta ocasión, afortunadamente, la respuesta de apoyo y solidaridad a la comunidad científica ucraniana ha sido ingente. Cuando llegue el momento de reconstruir, si mantenemos puentes de cooperación científica, muchos obstáculos no serán insalvables.

David Pozo es investigador principal en el Centro Andaluz de Biología Molecular y Medicina Regenerativa (CABIMER) y profesor de Bioquímica y Biología Molecular en la Universidad de Sevilla. Co-organizó el último encuentro FOSE en Europa junto a la Academia de Ciencias de Estados Unidos, la Academia Palestina de Ciencia y Tecnología y la Academia de Ciencias de Israel.

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