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Un mundo de sombras, humos y gamas de rojos: las pinturas rupestres como las vieron sus artistas

Un experimento arqueológico muestra las dificultades con que iluminaban las cuevas con antorchas, hogueras y lámparas, y abre la puerta a la reinterpretación de esos esfuerzos artísticos

Mª Ángeles Medina y Diego Garate, midiendo la luz de una antorcha en la cueva.
Mª Ángeles Medina y Diego Garate, midiendo la luz de una antorcha en la cueva.IIIPC
Javier Salas

La primera vez que el arqueólogo Diego Garate quiso adentrarse por las grutas solo con una antorcha en la mano comprendió el enorme reto del arte prehistórico. “Me costaba progresar dentro de la cueva, acostumbrado a verlas con linternas potentísimas. Con la antorcha lo ves todo rojo; no hay escala de colores, solo una escala de rojos”, explica Garate. Ese simple gesto que sirvió para abrirle los ojos formaba parte de una serie de experimentos pensados para entender mejor las pinturas rupestres: para comprender las motivaciones de esas expresiones artísticas, también es necesario conocer las complicaciones logísticas que implicaba ese trabajo.

“Para producir este arte necesitaron unas cadenas operativas importantes y esa producción es nuestro enfoque: requerían unos conocimientos de espeleología, unas tecnologías de iluminación, un conocimiento del medio subterráneo. Requerían una inversión de tiempo y personas que debía ser muy costosa para el grupo”, señala el arqueólogo. Esa es la línea de trabajo del proyecto que dirige, Before Art, y con esa perspectiva estudiaron cómo era la iluminación de ese proceso artístico.

“La luz de las llamas está viva, es muy dinámica y en constante cambio. Es otra experiencia que no habíamos calibrado en toda su importancia”
Diego Garate, Universidad de Cantabria

“Es una luz que está viva, que es muy dinámica y en constante cambio. Las llamas de la antorcha están vivas, que es otra experiencia que no habíamos calibrado en toda su importancia”, explica Garate. “No había valorado lo suficiente cómo la iluminación del momento condiciona la observación del trabajo artístico, con esa gama tan limitada de rojos, te preguntas cómo apostaban por distintos colores”, añade el arqueólogo, de la Universidad de Cantabria. La investigadora Mª Ángeles Medina, de la Universidad de Córdoba, coincide en que esta forma de ver el arte está entre lo más revelador de este trabajo, porque las condiciones lumínicas favorecen la percepción de colores de longitud de onda larga, como el rojo y el naranja: “El juego de sombras resulta ser la percepción visual más relevante dentro de la cueva con la iluminación de la época, mucho más que la percepción de los colores”.

El equipo ha llegado a estas conclusiones a través de la arqueología experimental, usando las distintas tecnologías de ese momento y entorno, y midiendo los datos lumínicos de estas formas de usar el fuego, para aplicarlos a programas informáticos que ayuden a analizar las cuevas. Los arqueólogos cuentan con un registro de los restos de herramientas usadas para la iluminación, encontradas en las cuevas con pinturas como la de Atxurra, un santuario rupestre hallado en Lekeitio (Vizcaya), que Garate se encontró vandalizada con grafitis de Extremoduro. Medio millar de carbones generados por antorchas —”como rastros de miguitas en el cuento de Hansel y Gretel”, según Medina—, tres restos de hogueras y una lámpara sobre una piedra de arenisca eran la base sobre la que trabajar.

Medina, a la izquierda, prueba una lámpara de tuétano sobre una base de arenisca. A la derecha, Garate muestra los restos que se desprenden de la antorcha.
Medina, a la izquierda, prueba una lámpara de tuétano sobre una base de arenisca. A la derecha, Garate muestra los restos que se desprenden de la antorcha.IIIPC

Tuvieron que aprender a construir antorchas y lámparas con los materiales paleolíticos, para usarlos en una cueva muy similar y cercana a la de Atxurra, pero sin restos arqueológicos que se puedan estropearse con humos y llamas. Por ejemplo, hacían antorchas con una serie de maderas atadas con lianas en la parte superior del artefacto, lo que facilita que se oxigene y se mantenga viva la llama, reavivándose con el movimiento. Dependiendo de la sequedad de la madera y otras condiciones, la antorcha duraba ardiendo entre 20 y 60 minutos.

“Es la primera vez que se analizan de este modo estos restos, que aportan una información muy rica”, señala Medina sobre este estudio, que publica PLOS y formó parte de su tesis doctoral. Han observado que la combinación ideal es el uso de antorchas vegetales y lámparas de grasas animales. Las primeras son perfectas para moverse por la cueva, con buena luz en todas direcciones, mientras que las segundas permiten una estancia prolongada en un espacio cerrado peor ventilado, porque duran más tiempo y no generan tanto humo como las hogueras y las antorchas. “No puedes meterte en una gatera con esas antorchas echando humo o no sales de ahí”, advierte Garate, pero las lámparas alumbran mucho menos.

“El juego de sombras resulta ser la percepción visual más relevante dentro de la cueva con la iluminación de la época, mucho más que la percepción de los colores”
Mª Ángeles Medina, Universidad de Córdoba e Instituto Internacional de Investigaciones Prehistóricas de Cantabria

Estos factores, sumados a las condiciones propias de cada cueva, permiten imaginar cuál sería la experiencia de aquellos artistas que, como en Atxurra, andaban hasta 38 minutos por la caverna hasta llegar a la pared donde pintaban el mural. “Debían portar antorchas de recambio, un par de kilos de madera, combustible... Todo eso supone un coste económico y social. Queremos ser capaces de estimar cuánto esfuerzo requería, porque medir el esfuerzo es esencial para entender lo que significaba este arte para estas sociedades”, indica Medina, del Instituto Internacional de Investigaciones Prehistóricas de Cantabria.

El arqueólogo Marcos García (Universidad Complutense de Madrid), que no ha participado en este estudio, considera que es una línea de trabajo muy interesante y necesaria, pero de la que espera más progresos. “Lo bueno va a venir luego, esto es una prueba de concepto que sirve para mostrar lo que se puede hacer desde el punto de vista experimental, pero luego hay que poder reproducirlo en cada caso y cueva diferente”, señala García. “Nunca se ha estudiado sistemáticamente todo lo que implica la producción de arte, el tránsito, la accesibilidad, la visibilidad, la iluminación. No se ha planteado esta perspectiva global, este es un caso de estudio muy bueno que permite caminar en esa dirección gracias a las aplicaciones tecnológicas actuales”, apunta.

Garate cree que se trata de un marco de investigación que se sale del abordaje tradicional del arte paleolítico, que era cercano al de la historia del arte, con análisis de características estéticas y técnicas de un bisonte pintado. “Estamos lejos de esa imagen anticuada del arqueólogo esperando la inspiración delante de la pintura”, comenta Garate entre risas. “Vemos que quienes pintaron la cueva se complicaron la vida para pintar en lugares peligrosos porque les dio la gana, hay una inversión logística que implica riesgo y esfuerzo. Antes se analizaba ese riesgo y esfuerzo en términos subjetivos, con opiniones, pero ahora tenemos recursos tecnológicos para estudiarlo”, afirma.

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Sobre la firma

Javier Salas
Jefe de sección de Ciencia, Tecnología y Salud y Bienestar. Cofundador de MATERIA, sección de ciencia de EL PAÍS, ejerce como periodista desde 2006. Antes, trabajó en Informativos Telecinco y el diario Público. En 2021 recibió el Premio Ortega y Gasset.

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