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Chile
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Dos reformas y un cardenal

Buena parte de la discusión por parte del mundo de las izquierdas más proclives al pensamiento ‘woke’ incurren en una forma de cancelación, exigiendo que la Iglesia Católica no se inmiscuya en los asuntos del Estado y de sus políticas públicas

Mujeres se manifiestan por un aborto legal y seguro en Santiago, Chile, el 27 de Septiembre de 2024.
Mujeres se manifiestan por un aborto legal y seguro en Santiago, Chile, el 27 de Septiembre de 2024.SOFIA YANJARI

Malos tiempos vive por estos días el Gobierno del presidente Gabriel Boric.

Dos de sus reformas de fin de mandato (ninguna de ellas ‘estructurales’, en el sentido de modificar de verdad el funcionamiento del orden neoliberal chileno) tienen escasas posibilidades de ser aprobadas: sin embargo, son dos reformas relevantes.

La primera es la reforma de pensiones, en la que se encuentran en juego muchos intereses, lo que siempre ha sido evidente. En esta reforma, no solo se encuentra en juego el 6% adicional de las cotizaciones adicionales (para decirlo en simple: lo relevante es su destino, hacia las cuentas individuales o un fondo de reparto o solidario), sino también la licitación del stock de los afiliados al sistema de las Aseguradoras de Fondos de Pensiones (un actor colectivo incumbente que se opone, a punta de publicidad visual y avisos radiales, a cualquier idea de reforma que altere la filosofía individualista del sistema). Todo esto puede sonar muy técnico, pero hay en esto un componente ideológico relevante: ¿cuán importante es proteger al conjunto de los futuros pensionados —independientemente de cuánto han cotizado a lo largo de su vida activa— y cuán pertinente es aferrarse exclusivamente al ahorro individual que solo beneficia a quien ha ahorrado? Hay aquí una pregunta por la vida buena y sus condiciones de posibilidad.

Hace algunos años atrás, una publicidad televisiva apelaba a la propiedad propia de los fondos y al futuro individual relevando ‘mi número’, esto es, la cantidad de dinero que cada persona ha ahorrado a lo largo de la vida y que solo puede financiar la pensión personal. Poco importa que las pensiones proyectadas para el chileno promedio sean pensiones de hambre: lo relevante es que, según todas las encuestas, los chilenos exigen que sus ahorros vayan a sus cuentas individuales, en la más completa indiferencia por el destino de otros (un destino que, según la derecha, debe ser enderezado por rentas generales). ¿Cómo no ver que esta filosofía de las pensiones implica una forma de debacle del principio de solidaridad? Pues bien, hacia allá se va: la reforma del sistema es absolutamente necesaria por razones más prácticas que ideológicas y, sin embargo, existe una baja probabilidad de que se apruebe, lo que significaría una derrota al principio de solidaridad que es tan característico de las izquierdas. Eso es lo que explica el mensaje publicado en la red X por el presidente Boric: “A las AFP no les gusta la reforma de pensiones. Es una muy buena señal para avanzar en la reforma de pensiones”. En el fondo, el presidente tiene razón: pero al mismo, su mensaje es un error político, ya que cualquier reforma supone llegar a acuerdos con la derecha. Si bien las izquierdas están gobernando, pocos están sacando las conclusiones de fondo de lo que esta nueva derrota está significando: la pérdida de hegemonía que se había ganado durante el estallido social.

Como si esto fuera poco, hay una segunda reforma que está a punto de sucumbir ante la mayoritaria hostilidad opositora en el Congreso. El gobierno anunció, hace algunos meses atrás, una reforma a la legislación sobre las tres causales de aborto, apuntando hacia alguna forma de aborto libre apelando al principio, enteramente justificado, de autonomía corporal de las mujeres sobre sus propios cuerpos. Pues bien, este anuncio se ralentizó, iniciando una nueva batalla cultural con la Iglesia Católica. Ante el anuncio de que el gobierno retirará de Contraloría el reglamento de la ley de interrupción del embarazo en tres causales (condición sine qua non para avanzar en un proyecto de aborto libre), el arzobispo de Santiago reaccionó como si esto fuese “un gran regalo que muchísimos chilenos aplaudimos”. La reacción del arzobispo, tan esperable como imprudente, fue duramente criticada por parlamentarios de izquierda argumentando que hay, además, en el arzobispado un intento de interferir mediante la presentación de escritos a Contraloría. Todo esto puede sonar muy críptico, pero la reacción de la ministra de la Mujer y Equidad de Género, Antonia Orellana, reveló un nuevo episodio woke en clave anticlerical. La ministra Orellana opinó, ante la alegría del arzobispo Chomali, que “las decisiones que se toman no se hacen pensando en los deseos de los príncipes de la iglesia, que es lo que significa ser un cardenal”. Esta declaración desató una andanada de críticas , y expresa un nuevo episodio woke que tantos problemas trae a quienes están gobernando en su nombre.

Es cierto: no hay nada dramático en recordar que en el universo Vaticano hay príncipes, y que estos son cardenales. Lo que resulta incomprensible es que esta expresión de wokismo haya provocado en redes sociales una ola anticlerical, recordando una y otra vez las redes de pedofilia y cuanta violación infantil por sacerdotes se nos pueda pasar por la cabeza. Pues bien, la ministra Orellana no hizo otra cosa que cancelar la opinión institucional de la Iglesia Católica a través de la ironía: moros y cristianos han recordado majaderamentente que en Chile existe la separación de la iglesia y del Estado. Es cierto. ¿Significa esto que la Iglesia Católica debe abstenerse de tomar posición sobre las cosas de este mundo y no usar los instrumentos legales? Buena parte de la discusión por parte del mundo de las izquierdas más proclives al pensamiento woke incurren en una forma de cancelación, exigiendo que la Iglesia Católica no se inmiscuya en los asuntos del Estado y de sus políticas públicas.

Este wokismo es especialmente torpe. No solo no se percata que el 59% de los chilenos se considera cristiano, sino que tiende a alienarse ese electorado. Es cierto que el apoyo a las tres causales de aborto es masivo en las encuestas de opinión: ¿constituye esto una evidencia para apoyar una agenda woke que sabemos no logra ni puede universalizarse hacia públicos masivos, lo que no ha logrado en ninguna parte del mundo? ¿Por qué será?

Estas dos reformas, cuya convergencia en el tiempo prefigura una gran derrota para el gobierno, bien podrían ser el inicio del fin: del gobierno, pero sobre todo de la hegemonía de sus izquierdas por no haber sabido tratar racionalmente las cosas de este mundo.



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