Paulo Contreras, jefe contra el crimen organizado de la policía chilena: “La delincuencia que presenciamos no tiene respeto a la vida”
El detective advierte que la existencia de bandas organizadas no es sinónimo de mayor cantidad de homicidios
Sobre el escritorio de Paulo Contreras (Santiago, 51 años) hay una docena de libros, hojeados y subrayados, sobre mafia, crimen organizado, narcotráfico e investigación criminal. Se cuela, entremedio, una vieja edición de El pasajero de la muerte, un conjunto de relatos policiales de René Vergara, el legendario detective que creó y dirigió la Brigada de Homicidios (BH) de la Policía de Investigaciones chilena en 1949 y que, además, era escritor.
Contreras es detective desde hace 30 años y ha sido testigo, pero sobre todo protagonista, de la evolución de una nueva criminalidad en Chile. Como jefe Antinarcóticos y Contra el Crimen Organizado de la Policía de Investigaciones (PDI) le ha tocado liderar en un periodo en el que la delincuencia es la mayor preocupación de los chilenos. Los últimos 30 días han sido especialmente complejos, pues en noviembre, en menos de una semana, se produjeron tres secuestros extorsivos, entre ellos el de un empresario en Rancagua, por quien se pagó un millonario rescate. Esto, mientras los homicidios, aunque han bajado —lo recalca— son cada vez más violentos.
Pregunta. Las cifras de la PDI muestran un alza prominente en secuestros extorsivos: ocho casos en 2016, 26 en 2021 y 45 en lo que va de este año, solo en la Región Metropolitana de Santiago.
Respuesta. Sí, pero también las cifras muestran que hay menos homicidios y de eso nadie se pronuncia.
P. Pero son más violentos y con más armas de fuego.
R. Pero eso no es de ahora. Hace aproximadamente un año que se ha dado esa tipología de homicidios más violentos, pero eso no necesariamente es sinónimo de mayor criminalidad organizada. Ahí hay un tema.
P. ¿Por qué?
R. El ejemplo clásico que hoy está en análisis es el caso italiano. Italia es un país que convive hace más de 100 años en la investigación de los delitos de la mafia. Pero tiene una de las tasas de homicidios más bajas del mundo. Entonces, no necesariamente la existencia de criminalidad organizada es sinónimo de mayor cantidad de homicidios. Eso va a depender del tipo de organización criminal.
P. ¿Qué indica la realidad chilena?
R. Que de manera muy a priori siempre que se ve un acto criminal con violencia asociada al uso de armas de fuego, donde, por lo general, no hay una relación entre víctima y victimario, se tiende a creer que es sinónimo de sicariato. Pero hay bastante trecho. Por ejemplo, hubo un secuestro en Iquique en la playa e inmediatamente se dijo que era otra manifestación más de la criminalidad organizada asociada organizaciones venezolanas. Y eran chilenos que tenían retenido un tipo para que comprara drogas. Alguien desde la perspectiva puritana del delito, me puede decir: “Oiga, pero eso es secuestro igual”. No digo que no lo sea, sino que no corresponde a un secuestro del nivel del Tren de Aragua. Y eso significa un abordaje operativo diferente. Porque si alguien va por la calle y, desafortunadamente, ve que pasa un tipo en moto o caminando, se encontró otro, le disparó y lo mató, ¿quiere decir que el sicariato está instalado? ¿Y si el móvil fue pasional?
P. Pero en Chile ya se han registrado casos de sicariato y no había.
R. Sí, no había sicariato. No había secuestros extorsivos como los que hay ahora; no había lesiones en el contexto de uso de armas de fuego, tampoco mutilaciones para obligar a las personas a que accedan al rescate. Pero no se puede negar que todo esto va acompañado de procesos migratorios irregulares como nunca habíamos visto en nuestro país. Claro que eso va cambiando la figura, porque en Chile no tuvimos —quizás el tiempo o la academia lo podrán definir en su momento—, la capacidad de instalar infraestructura de Estado que pudiera recibir, analizar, filtrar y conducir estos procesos migratorios.
P. ¿En qué cambiaron los delitos?
R. En que hay personas que vinieron en esa migración irregular, muchas con grandes condiciones, pero también entraron delincuentes.
P. ¿Y cuál es la diferencia de esta delincuencia?
R. En cortas palabras, estamos en presencia de delincuencia que se caracteriza en que no hay en absoluto un respeto a la vida.
P. La PDI tiene como modelo de criminalidad organizada a dos narcotraficantes chilenos que pasaron por Europa y regresaron a Chile a fines de los ochenta: Mario Silva Leiva, el Cabro Carrera (fallecido en 1999), y Manuel Fuentes Cancino, El Perilla, jefe del Cartel de La Legua (en la cárcel). ¿Hay diferencia entre estas dos generaciones criminales respecto de la actual?
R. Cuesta reconocer en la criminalidad de hoy una jerarquía interna que establezca códigos de funcionamiento. Si bien siempre va a haber alguien que manda y otro que obedece, porque es parte de la historia de la humanidad, antiguamente había ciertos códigos, como que frente a una detención no se debe responder con arma de fuego. Por ejemplo, cuando se detuvo a Fuentes Cancino andaba solo en un vehículo y eso que era el jefe de la organización criminal. Lo que quiero decir es que el delincuente tradicional usa armas, pero para la ejecución del delito o en disputas internas entre grupos, pero no frente a la ley. Le costaba hacerlo, porque había una legitimidad asociada. Y eso ha cambiado.
P. El 15 de noviembre, una carabinera fue atacada con una granada cuando realizaba una fiscalización. ¿A eso se refiere?
R. Ese es un ejemplo claro.
P. ¿Desde cuándo hay granadas en Chile en manos de la delincuencia?
R. Como jefatura del Crimen Organizado hemos encontrado desde 2022 en adelante y que no serían parte de los arsenales nacionales. La usan como elemento intimidatorio, pero este caso fue muy puntual, porque no teníamos registros de situaciones así.
P. ¿El tipo de armas que requisan ahora con respecto años recientes habla de esta nueva criminalidad?
R. Sí, hay una evolución en la cantidad. Hablamos de armamento semi automático, de pistolas, revólveres y algunas armas de repetición, como escopetas. No hemos tenido un aumento en registro de armamento automático y es importante dejarlo claro. No quiere decir que no hayamos incautado fusiles, pero no estamos rompiendo una tendencia.
P. ¿Las bandas criminales ingresan a Chile o van también a otros varios países?
R. Ingresan delincuentes en forma individual, no bandas estructuradas, y al llegar se reconocen como miembros de. Pero no es una operación concertada.
P. ¿El Tren de Aragua entró por goteo?
R. Exactamente. El clan de Los Gallegos, y todas las expresiones criminales que hemos visto, vienen asociados al flujo migratorio irregular, pero no hay una concertación de decir ‘vámonos todos a Chile’.
P. ¿Hay algún caso o situación en especial que le ha impactado de la nueva criminalidad?
R. No en uno en particular. Pero en los homicidios hay una lógica de empleo de fuerza, violencia y medios armados diferente a lo que teníamos. También hay drogas que no estaban, como la ketamina y el tussi. En Chile era cannabis, clorohidrato de cocaína y cocaína base.
P. ¿Cómo cambiaron los homicidios?
R. Hace cuatro cinco años no tenían necesariamente armamento de fuego y la cantidad de disparos en la escena del crimen. Si antes un homicidio se lograba con uno o dos impactos, hoy los tipos descargan fácil 15 tiros de un cargador completo.
P. ¿Chile estaba preparado para la irrupción de nuevos delitos como el tráfico de personas o los secuestros extorsivos?
R. La institucionalidad funciona en atención del panorama criminal que tributaba el día a día. Y cuando esto cambia, hubo que ponerse al día. Es por eso que hoy hay una Ley de crimen organizado. Por ejemplo, unos los vectores de trabajo fue la criminalidad venezolana y es por eso que la experiencia ratifica que nosotros fuimos, hasta hace muy poco tiempo atrás, de los pocos países de la región que frenó el Tren de Aragua. No en forma definitiva, porque siempre se rearticula, pero sí con señales claras de decirles que la cosa será diferente acá.
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