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constitución chile
Columna
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Deliberación moral y autonomía

La mayoría que domina el nuevo proceso constitucional chileno se muestra muy partidaria de la libertad de elección en materias de orden económico, pero recela fuertemente la autonomía que tienen las personas para decidir por sí mismas qué es una vida buena

un mural en una calle de Santiago de Chile. Consejo Constitucional
Un hombre camina frente a un mural pidiendo "Refundar Chile", el 27 de abril de 2023, en Santiago.ELVIS GONZÁLEZ (EFE)

Cada vez que se discute un nuevo texto constitucional surge el tema de las libertades. Es más, y si bien hoy se ocupan también de otras materias, las primeras constituciones modernas nacieron para consagrar libertades personales con las que poner freno al poder absoluto de los monarcas.

La palabra libertad –así, en singular- nos pone siempre en aprietos. Cuesta definirla, pero la cosa se simplifica cuando empleamos el plural –libertades- y alguien nos pregunta cuáles son estas. Libertad es una palabra parecida a un nudo que, una vez desatado, suelta varias hebras –las libertades-, de manera que lo que antes se encontraba atado más o menos ciegamente se abre y muestra en una rica variedad.

Libertad de pensamiento, conciencia, religión, expresión, prensa, discusión, desplazamiento, reunión, asociación, emprendimiento de actividades económicas lícitas: ahí tiene usted un conjunto de libertades que no pueden faltar en ningún texto constitucional democrático. Las dictaduras militares que tuvimos el siglo pasado en América Latina se proclamaron defensoras de la libertad, pero lo cierto es que respetaron solo la última de las antes mencionadas. Tratándose en cambio de la democracia, esta reconoce un compromiso no solo con algunas libertades, sino con todas ellas.

En ese marco de ideas, la mayoría que domina el nuevo proceso constitucional chileno se muestra muy partidaria de la libertad de elección en materias de orden económico, pero, y a la vez, recela fuertemente, en incluso rechaza, la autonomía que tienen las personas para decidir por sí mismas qué es una vida buena y cuáles los caminos para realizarla, inclinándose por una suerte de moral objetiva y de valor universal y absoluto, que no es otra que la que profesa esa misma mayoría. Esta contradicción sugiere que seríamos libres al momento de circular por las góndolas del supermercado y no autónomos a la hora de forjar o adoptar la moral personal que consideramos mejor.

Cada individuo, desde muy temprano, en diálogo con sus padres, hermanos, maestros, amigos, afines y contradictores de sus ideas, y también merced a los libros que lee y a las películas que ve, va forjando una imagen moral de sí mismo a la que procura ser fiel a fin de tener en paz a su conciencia y conseguir la estima moral de sus semejantes. La deliberación moral es siempre personal, mas no aislada, y concluye –si es que alguna vez concluye- merced a un trabajo de constante introspección. Personas sanas y adultas quieren tener buenas relaciones familiares, éxito en sus profesiones y trabajos, y aprecio de los demás, pero procuran también ser sujetos morales lo más intachables posible. Es por eso que en este tipo de asuntos nos miramos cada noche en el espejo y dormimos mejor o peor según la fidelidad que hemos mostrado durante la jornada con la imagen moral a la que queremos responder.

No se puede confiar en la persona humana y su autonomía cuando esta sale a vitrinear en las tiendas o decide donde contratar un seguro de salud o donde poner sus cotizaciones previsionales, y desconfiar de ella cuando se trata de asuntos morales relevantes que guardan relación con el tipo de vida que cada cual quiere llevar y los valores o creencias a los cuales quiere ajustar sus comportamientos.

Somos consumidores, desde luego, pero somos también sujetos morales que reclamamos autonomía para nuestras creencias y decisiones de ese tipo, resistiéndonos, a partir de una compartida y pareja dignidad que nos reconocemos unos a otros, a que cualquier grupo o doctrina, incluso si en un momento fuera mayoritaria, piense y decida moralmente por los demás. Los absolutismos morales, y ni qué decir los integrismos religiosos (de estos últimos hay tanto en Oriente como en Occidente) sueñan con una sola moral –la de ellos- y no vacilan a la hora de tratar de imponerla a los demás y de utilizar el poder del Estado con ese mismo fin.

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