Un ‘colocón’ de autoestima en La Villarroel
Sergi Belbel dirige, con cierta desmesura, esta ácida comedia que abre la temporada del teatro
Cae una lluvia de tacos, insultos, descalificaciones crueles y bromas de mal gusto, pero, tras un aluvión de incorrección política, el dramaturgo, actor y director italiano Gabriele di Luca deja un resquicio a las emociones que van ganado espacio —muy poco, la verdad— a medida que avanza la disparatada trama de Vaselina (Thanks for Vaselinaes su título original), ácida comedia que Sergi Belbel dirige con cierta desmesura en el montaje que abre temporada en La Villarroel.
El autor deja bien claras sus intenciones en la dedicatoria que figura bajo el título de esta comedia bañada en vitriolo puro: Vaselina está “dedicada a todos los familiares de las víctimas y a todas las víctimas de los familiares”. Y el retrato familiar que pinta es de armas tomar.
La primera y demoledora salva de insultos corre a cargo de Fil, un desarraigado, amargado y cínico traficante de poca monta que cultiva marihuana en su casa y está loco por recuperar la pasta invertida tras perder en el aeropuerto un perrito vestido de Hello Kitty, la “mula” más estrafalaria del mundo.
Los cinco personajes que desfilan por el escenario forman el más grotesco grupo de marginados que pueda soñarse —algunos no desentonarían en las primeras películas de Pedro Almodóvar—, pero como retrato de familia desestructurada, queda lejos del ingenio teatral, por ejemplo, de La omisión de la familia Coleman, de Claudio Tolcachir. Las risas están garantizadas, aunque, en el fondo, duele ver lo fácil que es reírse del aspecto físico y las miserias que padecen los protagonistas.
Sobra moralina en un retrato coral que, a fuer de delirante, resulta de baja intensidad emocional y poco creíble por pura sobrecarga de complejos, desgracias y carencias emocionales. Al frente del elenco destacan Joan Negrié (también firma la traducción) en el papel de Fil y, como madre ludópata y alcohólica, Lluïsa Castell, que salva con su vis cómica hasta las situaciones más groseras.
Todos andan algo pasado de rosca al inicio, pero van perfilando capas de ternura en unos personajes que no dejan de buscar afecto bajo un hiriente cinismo. En este sentido, cumplen con eficacia Joan Miquel Reig como padre transexual que se declara bisexual y actúa bajo el yugo de una secta religiosa, Karin Barbeta como joven obesa que mantiene una escabrosa relación con su hermano con síndrome de Down, y Artur Busquets como fanático animalista y socio de Fil en el tráfico doméstico de marihuana.
Todo se queda en una superficie emocional plagada de tópicos en la que los personajes más cínicos, los que más disfrutan clavando puyas salvajes, se tornan más humanos en un colocón final de autoestima, mientras que los que parecían más ingenuos acaban siendo los más perversos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.