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La torre que mil años después cae a trozos

La fortificación medieval de Ivorra se está desmoronando tras una restauración que costó 530.000 euros

Cristian Segura
La torre del Moro de Ivorra
La torre del Moro de Ivorra

El mirador de la torre del Moro de Ivorra solo estuvo abierto un año, “hasta que empezaron a caer piedras”, dice Jordi Ribalta. El alcalde de este municipio de La Segarra (Lleida) observa la torre con resignación, rodeada de andamios, de vallas y de redes que evitan que los fragmentos que se desprenden de este monumento no hieran a alguno de los 104 vecinos del pueblo: “De momento nos ha costado 15.000 euros tenerla así, más los peritajes”. La torre es, junto a una cisterna subterránea, el último vestigio de un castillo construido en el siglo XI. Los conflictos bélicos fueron llevándose segmentos de la fortificación, hasta quedar solo la torre. Mil años después de levantarse, la torre vuelve a estar en peligro, y esta vez no es por una guerra sino por unas obras de restauración.

El Ministerio de Fomento dio luz verde a la puesta a punto de la torre en 2011 concediendo 400.000 de los cerca de 530.000 euros que costó la obra –el resto lo aportó la Generalitat. Las tareas de reforma finalizaron en 2015 , pero los paneles informativos de las administraciones continúan allí, como si fueran un recordatorio del infortunio. Antoni Martí, arquitecto experimentado en conservación del patrimonio, ganó el contrato y optó por un método hoy en desuso, el mortero de yeso tradicional, para recubrir la torre. Martí eligió el yeso por ser un material abundante en la región, de uso habitual hasta principios del siglo XX y que durante las guerras carlistas ya fue utilizado para fortalecer la estructura. El proyecto de Martí dejó descubierta la base, que es la única parte de la torre que se mantiene intacta desde el Medievo. El arquitecto instaló en el interior una escalera de caracol que sube hasta lo más alto, donde habilitó un mirador. Actualmente el acceso está prohibido y en lo alto de la atalaya solo se ve una deshilachada bandera estelada.

En 2016 ya causó polémica el cambio radical que supuso visualmente la intervención de Martí en la Torre del Moro: de la columna de piedra descubierta se pasó a una cilindro uniforme y gris. De lejos, la torre parecía un silo y no una vieja construcción militar medieval. Sus usos han sido variopintos: a finales del siglo XIX se instaló un depósito de aguas pluviales e incluso la prisión municipal. Pero Martí, como indican las fotos más antiguas, fue fiel a la principal reforma que sufrió la torre, cuando Ivorra era un bastión carlista y la atalaya era un punto de defensa reforzado con yeso y con espitas para disparar desde el interior.

José María Sanz, arquitecto en Teruel, es uno de los mayores expertos españoles en el uso del yeso en arquitectura. Martí visitó con Sanz una de las obras de conservación de este último, la del castillo medieval de Villel. Sanz apoya la decisión de replicar el sistema de fortalecimiento con yeso de los carlistas, pero admite sorpresa por el desprendimiento del mortero en Ivorra: “Es la primera experiencia que conozco, en exterior, en la que el yeso se ha comportado mal”. El Ayuntamiento ha encargado un peritaje para determinar qué errores se han producido, y están a la espera de los análisis del material de la obra por parte de técnicos de la Universidad Politécnica de Cataluña (UPC).

Restauración precursora

Martí explica que es la primera vez que se restaura una estructura tan grande con yeso tradicional en Cataluña. “Ahora tenemos dos objetivos: por un lado, detectar el problema y repararlo; por otro, que esta experiencia sirva como base para investigar la restauración con yeso del patrimonio de la zona”, dice Martí. Pedro Bel, arquitecto en Zaragoza con amplia experiencia en el estudio del yeso, coincide con Martí en que hay poca documentación académica que mejore la fiabilidad de esta técnica: “Comprendo perfectamente que pueda dar fallos porque hay pocos estudios para restaurar con yeso. Bastante ha hecho el arquitecto [Martí] para identificar el yeso en la torre y apostar por ello”. Bel está realizando su tesis doctoral sobre este material y ofrece varios ejemplos sobre el desconocimiento que existe sobre el yeso: “Frecuentemente se confunde con la cal. A veces me preguntan, cuando escribo artículos académicos, si me he equivocado, que como es posible construir edificios con yeso. Pero el 50% del patrimonio arquitectónico de la España mediterránea, de Girona a Sevilla, está hecho con yeso”.

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La principal diferencia –no la única– entre el yeso industrial y el tradicional es la temperatura de cocción del mineral, según Bel: el yeso industrial se cuece, para obtener el polvo del mortero, a unos 150 o 200 grados, mientras que el tradicional sube a 800 y 1.000 grados. Los expertos están redescubriendo que el yeso tradicional es un material de construcción de calidad y resistente.

Sanz no se aventura a ofrecer una teoría sobre lo sucedido en Ivorra pero subraya que “antes de tomar una decisión hay que estar muy convencido y haber analizado muy bien el proyecto y materiales”. “La mayoría de personas que nos dedicamos a estos somos un poco autodidactas, y también hemos aprendido con errores”, dice Sanz, aunque añade que “cuando llega el momento de restaurar no es el momento de experimentos”.

A la espera de los análisis de la UPC sobre la composición del mortero, Martí opina que la vulnerabilidad de la obra también puede deberse a que “la torre es un cilindro muy descarnado y muy expuesto a la climatología”. Sanz y Bel descartan que estas condiciones puedan de por si ser causas para que falle el yeso. Ribalta está convencido de que los posibles errores son por parte de Martí y no de la empresa constructora, y no descarta que, una vez concluido el peritaje, el Ayuntamiento emprenda medidas legales contra el arquitecto.

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Sobre la firma

Cristian Segura
Escribe en EL PAÍS desde 2014. Licenciado en Periodismo y diplomado en Filosofía, ha ejercido su profesión desde 1998. Fue corresponsal del diario Avui en Berlín y posteriormente en Pekín. Es autor de tres libros de no ficción y de dos novelas. En 2011 recibió el premio Josep Pla de narrativa.

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