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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La culpa de todo no la tiene Marta Sánchez

La precipitada e infeliz ambición de Albert Rivera para ser presidente ha provocado un cúmulo de errores muy llamativos

Marta Sánchez, en el acto de España Ciudadana.
Marta Sánchez, en el acto de España Ciudadana.efe

Cuando nació, nadie sabía muy bien qué era. Corría el año 2005. Para algunos, Ciutadans era una bocanada de oxígeno salvífica ante la hegemonía nacionalista.

Como toda lectura mesiánica, era exagerada.

Para otros, Ciutadans era odio anti-catalán que traslucía —entre otras cosas— porque algunos de sus fundadores se expresaban en castellano en TV3 (¡sacrilegio!).

Como toda lectura demoníaca, era pura caricatura.

Las cosas se complicaron aún más cuando Ciutadans dio el salto a la política estatal y pasó a llamarse Ciudadanos. ¿Era Ciudadanos el primer partido en España de centro, o liberal, con vocación de mayoría? ¿La socialdemocracia hastiada de los nacionalismos periféricos? ¿La derecha no corroída por la corrupción? ¿El sueño ibérico constitucionalista de Habermas? ¿La fuerza que enarbolaba la nación cívica o liberal? ¿El partido de las clases medias españolas al que vota mayoritariamente la clase trabajadora catalana? Probablemente era todas esas cosas juntas. El problema era que todas esas cosas juntas no pueden ser.

Así que, tras la fase de acumulación de contradicciones que posibilitó el crecimiento electoral desgarbado del partido, se necesitaba un momento definitorio que consolidara alguna de esas líneas y armonizara el camino.

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La idea de la nación cívica o liberal quedó en el sótano retórico de Ciudadanos, al cuidado de unos pocos intelectuales cada vez más ignorados

Ese momento lo dio Marta Sánchez al poner letra al himno de España y cantarlo en el acto definitorio de “España ciudadana” en 2018. Ese acto bautismal marcó el rumbo actual de Ciudadanos, que a partir de aquel momento, o un poco antes, empezó a apelar básicamente a las intuiciones del votante medio del PP. Y, al igual que el PP, abrazó un discurso en que el constitucionalismo es a ratos indistinguible del nacionalismo español. La idea de la nación cívica o liberal quedó en el sótano retórico de Ciudadanos, al cuidado de unos pocos intelectuales cada vez más ignorados por los ingenieros electorales.

Pero para esa deriva patriótica no acudió al vetusto nacionalismo español, sino a una versión actualizada para el siglo XXI del mismo. La propia Marta Sánchez ha confesado que fue en su casa de Miami donde el himno de España adquirió la marca indeleble del negro sobre blanco y en La Zarzuela, en un concierto para piano, donde lo puso en práctica. Un poco de Habermas, un arrebato de la españolaza Marta Sánchez en tierras casi caribeñas, una pizca del Madrid decimonónico y ya tenemos encima de la mesa todos los ingredientes a priori necesarios para tener un himno contemporáneo idóneo para la España ciudadana. Todo parece indicar que la operación se quedó a medio camino, pero la pregunta importante es en todo caso la siguiente: ¿era estrictamente necesario tanto kitsch?

Pero no de todo tiene la culpa Marta Sánchez. La atropellada e infeliz ambición de Albert Rivera por llegar a la presidencia del Gobierno ha provocado un cúmulo de errores estratégicamente muy llamativos. La negativa a intentar formar gobierno en Cataluña tras ser la fuerza más votada. El mencionado giro kitsch españolista. El cambio oficial en la denominación: de partido socialdemócrata a partido liberal, ahuyentando así a buena parte de los votantes desencantados del PSOE. El tacticismo voraz e incoherente de los días de la moción de censura tras la sentencia del caso Gürtel, cuando Rivera pasó de flirtear con presentar una moción “instrumental” al lado de Podemos a votar junto con el PP para intentar mantener a Rajoy en el poder. La foto junto a VOX en Colón, regalando así la campaña electoral a la izquierda. Y la guinda del pastel: para impedir que Sánchez se alíe con los independentistas tras las inminentes elecciones, el compromiso de no pactar con Sánchez para que así, a este último, sólo le quede la opción de aliarse con los independentistas.

Nunca he sentido simpatía política por el partido de Rivera —aunque estoy lejos de albergar esa antipatía visceral hacia Ciudadanos tan común entre sectores independentistas y podemitas. Pero desde su fundación me pareció que era uno de los experimentos políticos más llamativos de las últimas décadas. Confieso, además, que me había imaginado que la caída de Ciudadanos habría sido análoga a la de Ícaro: un final con cierta épica, una caída desde lo más alto, en forma, quizá, de una traición de un aliado tras haber podido esquivar varios balazos letales de los adversarios.

So pena de equivocarme, ahora creo que la caída de Ciudadanos será en cambio vulgar. No harán falta traiciones de aliados ni cañonazos certeros del adversario. Bastará con Albert Rivera luchando a tumba abierta contra su propia ambición provinciana.

Pau Luque es investigador en el Instituto de Investigaciones Filosóficas de la Universidad Nacional Autónoma de México.

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