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Sting
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Afilando el aguijón

Sting, aliado con Shaggy, ofreció un simpático concierto en Cap Roig

Sting y Shaggy, durante el concierto.
Sting y Shaggy, durante el concierto.Cap Roig Festival/ José Irún

Simpático, sí, un concierto simpático. Sting, que en su última gira mostró sus ganas de perfilar juvenilmente su repertorio con la inclusión de más nervio rítmico, ha vuelto sus ojos hacia Jamaica, de donde salieron precisamente los mimbres para construir la cesta que llamó Police y que blanqueó en pop la síncopa del reggae. Cuatro décadas después el azar, si es que existe, que seguramente no, le ha reunido con una estrella del reggae, y ni cortos ni perezosos se han sacado de la manga un disco y una gira. Y así pasaron por Cap Roig, uno en el papel de carablanca, Sting, mientras que Shaggy hacía de augusto animando el cotarro como un animador del Inserso, mandando bracear a la audiencia, pidiendo aplausos sin misericordia alguna y empujando las manos de la audiencia que llenó el recinto para elevarlas hacia las nubes.

En un concierto así hubo tres conciertos. El más exitoso fue el de Sting y sus temas bien solitario o con Police, entreverados en un repertorio que incluyó algunas piezas de Shaggy y las que figuran en el disco conjunto de ambos, canciones sin demasiada sustancia. En algunos casos, las piezas se fusionaban para dar más sentido a la colaboración, pero el resultado era un simple popurrí. Como fuere que el reggae tiene un ritmo animoso, que era verano, sábado noche y que nadie se viste de punta en blanco para aburrirse, la noche, larga como todas en las que ha de brillar más de una estrella, pasó animosa. Pintiparada cita social. Y generó momentos ciertamente impagables, como cuando se entonó el “Get Up Stand Up” y pareció que allí, dado el contexto, los derechos que se reivindicaban eran los de los patrones de embarcaciones de recreo. También hubo instantes para la parodias, como cuando Shaggy, en plan juez Garland Ellis Burrell Jr. con peluca jurídica inglesa, juzgó al reo Sting en “Crooked Tree” o cuando Shaggy, geográficamente disperso, saludó al público de Cap Roig como si se tratase de una localidad costera.

A todo esto, Sting, iba ataviado como un músico de banda, no como la estrella que es. Sabida es su querencia por las camisetas, marcan brazo cosa fina, pero de ahí a llevar camiseta de gira y unos pantalones tipo chándal media un mundo. Cierto que esos pantalones, idóneos para bajar al súper a comprar unas cervezas olvidadas, deben costar el sueldo de dos cajeras, pero llevar la informalidad hasta estos extremos resultó chocante. Quizás era para acentuar el tono callejero y despreocupado que lucía Shaggy, de sombrero, camisa desabrochada, tejanos y oro, pero lo cierto es que la elegancia informal de Sting no estuvo a la altura de cuando él es la única estrella en escena.

Puestos a conjeturar puede que a Sting le comiencen a pesar mentalmente los años, que físicamente, exceptuando la voz, no le pasan onerosa factura. Quizás hay que buscar en este extremo tanto vestuario como gira, un refrescante pasatiempo mientras afina su carrera en solitario y la rescata del pop adulto en el que se estaba enfangando. Todo lo que suene juvenil tiene ahora tejado donde guarecerse en Sting, que pese a “Fragile” y “Fields Of Gold” parece más agudo con un cancionero más brioso. Así que de momento, a pasar el rato y afilar el aguijón. Eso hizo en Cap Roig.

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