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Jazz / Pat Metheny
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un culto sin pestañeo

El maestro de la guitarra ofrece una noche generosa aunque algo imprecisa en formato de cuarteto

El concierto de anoche de Pat Metheny en el festival Las Noches del Botánico 2018.
El concierto de anoche de Pat Metheny en el festival Las Noches del Botánico 2018. Angel Manzano (Redferns)

Algunas cosas no cambian con los años en el prodigioso universo de Pat Metheny (Misuri, 1954). Por ejemplo, su afición por esas camisetas holgadas y de rayas marineras con las que parece indicarnos que el protocolo no es vinculante en sus conciertos, que debemos acercarnos sin solemnidad a una música que también podría ofrecernos en el calor de su salita de estar. Otras cambian poco, como es el caso de ese fantástico batería mexicano, Antonio Sánchez, que le escolta desde hace 18 años y siempre parece disponer de más brazos que los comúnmente asignados a la especie humana.

La contrabajista malaya Linda May Han Oh y el pianista británico Gwilym Simcock son novedades relativas (a ellos cuatro juntos ya los vimos hace algo más de un año en el Auditorio Nacional), pero esas incorporaciones asumen todavía un papel sutil, a ratos hasta tímido. Así las cosas, el cuarteto se personó anoche en las Noches del Botánico con un discurso más propio de una sala de cámara que de un gran recinto al aire libre. Por fortuna, ante un prohombre como Metheny, objeto de un culto casi siempre merecido, apenas se pestañea. Salvo por algunas protestas aisladas de quienes reclamaban más volumen, los 2.000 espectadores que agotaron las localidades se dejaron envolver por la guitarra más lírica y vitoreada del jazz contemporáneo. Incluso acataron la prohibición de utilizar los móviles: un adorable armisticio digital.

Novedoso es que nuestro hombre de la melena rizada pifie algunas notas en la introducción solista con su guitarra Pikasso (esa casi arpa de 42 cuerdas) o en la irrupción del cuarteto para Have you heard, que generó unos instantes de inquietud inédita entre los fieles. Y hasta puede que de nostalgia, tratándose de un clásico del fabuloso Pat Metheny Group; aquel con el que el jazzista, créannos, era capaz de llenar el Palacio de los Deportes. Pero es hermoso disponer de un legado tan memorable, ecléctico a la par que rompedor, capaz de multiplicar las curiosidades.

La veneración prosigue, tras cuatro décadas largas de predicamento. Metheny enderezó enseguida el pulso, su pianista apuntaba modales del impresionismo, el repertorio dibujaba meandros atemporales, el sonido cogía cuerpo y en el jardín de la Universitaria nadie movía un músculo. Hay hechizos, al filo de la hora bruja, que a toda costa merece la pena preservar.

El tramo final, con la ronda de dúos (casi duelos) entre Metheny y sus tres aliados, resultó el más excitante de todos. Muy melódico con Linda May Han Oh, que se crece en las distancias cortas; delicadísimo para ese Phase dance junto a Simcock, y brutal, distorsionado y excitante a la hora de abordar Question and answer en las inmediaciones de Sánchez. Faltaba aún la abundante tanda de bises, con ese popurrí acústico en el que Metheny, nuevamente algo fallón, aprovecha para suministrar sus melodías más célebres (This is not America, Last train home), y dos joyas extraordinarias de su casi inagotable caladero del Pat Metheny Group, Song for Bilbao y la eternamente creciente Are you going with me? Fueron en total 155 minutos no exentos de imperfecciones, pero que muchos apuraron hasta la última nota. Ventajas de una larga y gozosa complicidad.

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