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Pop / Sam Smith
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La voz es el mensaje

El británico, baladista recalcitrante, seduce con su naturalidad a 9.000 seguidores madrileños

Sam Smith interpreta anoche en Madrid 'Stay with me'.
Sam Smith interpreta anoche en Madrid 'Stay with me'.Wilma Lorenzo para Mercury Wheels (Live Nation)

A Samuel Frederick Smith le han bastado dos únicos álbumes, incluso uno, para convertirse en uno de los artistas más populares y vendedores del siglo que nos ocupa. Y eso se traduce, en el griterío nuestro de cada día, en una inmensa pléyade de simpatizantes y un colectivo no precisamente reducido de detractores. Para estos últimos vaya un primer mensaje urgente: Smith no es tan blandurrio, meloso y almibarado como os pensáis (solo un poquito). Y para los partidarios, acaso una apreciación: entre el talento que muestra este muchacho y el que se le intuye, ya podríamos ir pidiéndole más.

Al británico le tenía ganas esta ciudad desde su no comparecencia en el DCode de 2015, un debut ansiado que derivó en ‘espantá’ de última hora. No hubo llenazo anoche en el WiZink, pero sus 9.000 espectadores se encontraron con un espectáculo bello y sin estridencias; y con un ídolo que acentúa más la normalidad y el talento que las concesiones excéntricas. Sam carece de un magnetismo arrollador y su repertorio tampoco invita a la euforia exacerbada, así que opta por la cercanía, por la complicidad del cara a cara. Y el mismo escenario, en forma de alargadísimo triángulo escaleno, le facilita precisamente abarcar un amplio tramo de pista en cada paseo.

El autor de Stay with me es un baladista recalcitrante, lo que no ayuda a seducir a la multitud. Tampoco resulta estiloso ni cae en el error de la parafernalia, más allá de que un elevador le coloque en un par de ocasiones por sorpresa en el centro de su escenario triangular. Mejor recurrir al humor y las buenas vibraciones. “Mi música es un poco deprimente, pero quiero que os sintáis bien. Bailad y cantad, aunque no os sepáis la letra”, rogó casi el principio. Complacerle es difícil. Para bailar casi no hay ocasión. Y cantar como él, hombre de voz muy privilegiada, es casi impensable.

La voz es el mensaje, además de las bellas citas más o menos románticas, desde Stephen Hawking a Joni Mitchell (“Podría beberme un barril de ti y, aun así, mantenerme en pie”), que amenizan los prolegómenos. La temática gay se introduce con exquisitez en Him, un himno para la normalización frente a padres reticentes que concluye con una linda y muy sutil proyección arcoíris. Y para los bises no solo se nos reserva Stay with me, con su tenue lluvia de confeti rojo, sino la emocionante Palace, que nuestro protagonista interpreta desde lo alto de una escalera de caracol.

Sam posee una garganta abrumadora, pero evita la sobreactuación y pasa de la tesitura natural al falsete con una sencillez envidiable. Como sus cuatro vocalistas (tres mujeres y un hombre) le imprimen a todo un grato barniz de gospel, el resultado es muy agradecido. También, por desgracia, más bien lineal. Salvo el tenue toque guitarrero para Money on my mind, el guiño Motown en Baby you make me crazy o la inyección funk en Restart, que parece una producción de Nile Rodgers, la congoja baladística reina por sus fueros. Y no, no nos deprimimos por ello. Solo nos preguntamos qué pasaría si Smith se animara a sacar los pies un poco más del tiesto.

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