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Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Elogio de la maldad

'Bull', del dramaturgo británico Mike Bartlett en montaje dirigido por Pau Roca, busca noquear al espectador

Una escena de 'Bull' en la sala Villarroel.
Una escena de 'Bull' en la sala Villarroel.

En el escenario de La Villarroel, convertido en un remedo de coso taurino, asistimos al despiadado acoso y derribo de Thomas, un trabajador que será despedido en su entorno laboral en un ritual de humillación que no deja un solo resquicio a la dignidad humana. Así de dura y cruel es la adaptación de Bull, efectista obra del guionista y dramaturgo británico Mike Bartlett — el título significa toro, pero también remite a la palabra bullyng—, que llega a la sala barcelonesa en un montaje dirigido por Pau Roca que es un puro elogio de la maldad.

La función solo dura una hora, pero se hace larga. De hecho, lo que vemos en escena podría contarse tranquilamente en media hora. Desde el inicio, cuando una voz en off nos pregunta si en la vida preferimos torear o ser toreados, sabemos que no hay salvación posible para Thomas; él es el morlaco al que sus dos compañeros de trabajo, Isabel y Tony, clavarán sus mortíferas banderillas en una reunión, convocada por el director para reducir la plantilla, en la que perderá su puesto de trabajo acosado por tres contrincantes sin escrúpulos.

Bull, de Mike Bartlett.

Marc Rodríguez, Mar Ulldemolins, Joan Carreras y David Bagués. Dirección: Pau Roca. La Villarroel. Barcelona, 17 de marzo.

No busquen grandeza dramática, porque el texto de Barlett- en traducción al catalán de Adriana Nadal- y su puesta en escena, buscan noquear al espectador —frases incisivas, bromas e insultos, reproches y mentiras—, en una despiadada ceremonia de intimidación en la que todo vale para destruir a un adversario que lleva la diana en la frente desde que pisa la arena. Y en ese espacio escénico vacío, más que una lidia noble, vemos a una víctima impotente camino del matadero.

Pau Roca dirige el montaje con buen ritmo, pero el texto —tan exagerado y grotesco en su tramo final—, no da para mucho más. Y, aunque el retrato de los personajes no admite muchas filigranas, el trabajo de los actores es notable. Marc Rodríguez es el apocado Thomas, la pieza que se cobran sus dos compañeros, trepas de manual: Mar Ulldemolins y Joan Carreras; ella hasta el sadismo en el descabello de la víctima, él con alarde de chulería y clasismo. David Bagés es el jefe sin alma que convoca la reunión con la sentencia dictada de antemano.

Lejos de la grandeza dramática de David Mamet en Glengarry Glen Ross, o el desbordante talento teatral de Jordi Galceran en el El método Grönhold, la comedia de Mike Bartlett ofrece un retrato demasiado maniqueo de las relaciones humanas en un entorno violento y tóxico en el que siempre triunfan los depredadores. Y todo es tan previsible que, sinceramente, podría contarse en la mitad de tiempo.

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