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CRÍTICA | POP
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Carlos Sadness: La felicidad era esto

En el esperadísimo estreno en Madrid del último disco del músico barcelonés, casi todo acabó sonando a lo mismo

Carlos Sadness, en un concierto en 2012.
Carlos Sadness, en un concierto en 2012.KIKE PARA

Como bien sabrá el políglota lector, Sadness significa "tristeza" en inglés, pero no se corresponde con el apellido paterno del cantautor que comparecía anoche por La Riviera. Y mucho menos con su espíritu. Encontraremos hoy pocos intérpretes tan predispuestos a la felicidad como el bueno de Carlos, que estrenaba un disco de título ya de por sí elocuente, Diferentes tipos de luz. Y su compromiso con las buenas vibraciones es tan incondicional, tan ajeno al matiz o la suspicacia, que no sabemos si dejarnos contagiar un poco o tomarle por un pobre incauto. Siendo viernes por la noche, y sometidos a la borrasca pertinaz, siempre pudimos apelar a una cierta indulgencia.

Las sonrisas le funcionan por ahora de maravilla al bienintencionado barcelonés del ukelele y la larga melena lacia. Las entradas para la sala del Manzanares se habían agotado mes y medio atrás y, más elocuente aún, la parroquia se desgañitaba con desparpajo ya desde la inaugural Hale bopp, por mucho que el nuevo disco lleve exactamente una semana en las estanterías. Eso sí que es llegar con los deberes hechos. Como si de un primaveral anuncio cervecero se tratara, Carlos parece invocar permanentemente el salitre, la cala mediterránea, los besos con regusto a salitre. Y solo falta determinar si terminaremos en el regazo de Miriam Giovanelli o Álvaro Cervantes, en función de las preferencias de cada cual.

La parroquia se desgañitaba con desparpajo ya desde la inaugural Hale bopp, por mucho que el nuevo disco lleve una semana en las estanterías

Sometidos al imperio del abrazo, asistentes y músicos se ven inmersos en un balanceo cadencioso e imperturbable, como si las dichosas palmeritas de La Riviera nos transportaran a una larga noche hawaiana de daiquiris. Pero el problema de repetir tantas veces la fórmula no afecta solo a la función hepática: también pierden sensibilidad las papilas gustativas y todo termina sabiendo igual.

Puede tener su gracia la dedicatoria a Sebastian Bach de una pieza que su autor definió como "trap del siglo XVI". Y no se le puede negar la euforia graciosa a, entre otras, Volcanes dormidos, aunque la receta se base siempre en la fórmula tensión/eclosión entre las estrofas y el estribillo. La balada Pompeia ofrece un crescendo bonito, aunque la cháchara la hizo casi inaudible. Y el mexicano Caloncho apareció para compartir con desparpajo ese exitazo simplón y efectivo que es Amor de papaya. Pero la apelación a la segunda persona, al ser querido de turno, es agotadora de puro recurrente. Tanto como los esfuerzos por remitir a Vampire Weekend, que jamás pasan de un pálido remedo de Crystal Fighters o Kakkamadafakka. O, en la pavorosa Te quiero un poco, de Enrique y Ana. Si la felicidad era esto, casi mejor que sopesemos prescindir de la banda sonora.

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