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Tal como éramos

Los Pixies facilitaron con su concierto que el público se recordase como fue hace dos décadas

Joey Santiago y Black Francies (The Pixies) en Barcelona.
Joey Santiago y Black Francies (The Pixies) en Barcelona.Xavi Torrent (WireImage)

Era el retorno a los clubs, la primera oportunidad en años en verlos en su hábitat natural, lejos de los grandes escenarios al aire libre. Y por ello, Pixies pasaron por el Sant Jordi Club en su único concierto en España, recuperando la estética de las salas, con los focos muy bajos para combatir la altura del recinto y así centrar el protagonismo en los cuatro músicos y, sin alardes escenográficos de ningún tipo, poner así de manifiesto que ellos eran el centro de todo. Solo rock y aspiraciones de cercanía. Frente a ellos, una sala llena con toda la audiencia de oscuro, como si se hubiese puesto de acuerdo en que ese era el color de la banda. Y por encima de todo la sensación de formar parte del grupo fiel de seguidores del grupo que marcó el paso de los ochenta a los noventa y puso ruido en la melodía. Los fans estaban allí. Y llenaron el recinto.

¿Y qué espera un fan del concierto de una banda que fue importante hace treinta años? Fundamentalmente reencontrarse con las canciones que ilustraron aquellos momentos y aquellas vivencias, volver a recuperar no tanto aquellas sensaciones, diluidas por la propia biología, como su evocación. No se puede volver a ser joven, se puede, en todo caso, recordar cómo se fue. Y temas como “Where is my mind?”, “Wave of mutilation” o “Here comes your man” ayudaron, expuestos, eso sí, en una primera parte de la actuación en la que el sonido no estuvo a la altura. Y nunca mejor dicho, porque era bajo de volumen, falto de pegada, presión y fuerza; esa violencia sonora que hacía de Pixies una banda incómoda que captaba con la melodía y remataba con ventiscas de guitarra. En esta parte del concierto, su primera mitad, daba la sensación de que el tiempo había educado al sonido del grupo, que sonaban como señores que han perdido irritación. Señores mayores tocando no como cuando no lo eran vistos por personas menos mayores que los querían recordar tal como fueron.

Pero por fortuna el concierto fue aumentando el ruido hasta alcanzar unos niveles razonables. No despeinó en ningún momento, los años no solo redondean y achatan los cuerpos y los Pixies son ya un grupo pulido, pero recordaron algo más a los Pixies de la memoria en la segunda parte del recital. A todo esto el repertorio tiró fundamentalmente del recuerdo, omitiéndose casi por completo canciones de sus dos nuevos discos, apenas cuatro, como si la propia banda señalase su pasado como único argumento de su estancia en el escenario. Y ya se sabe que cuando se tira de pasado se hipoteca algo del futuro a cambio de un triunfo inapelable en el presente. Es lo que ocurrió con Pixies en el Sant Jordi: sus clásicos les hicieron el concierto. Ellos, los músicos, solo podían fastidiarla. Y no lo hicieron. Los seguidores se lo pasaron en grande aunque a nadie le cupo duda de que los mejores temas del grupo se escribieron hace más de dos décadas. Lo demás es recuerdo, y aunque se haga bien, no pasa de ahí.

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