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TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Será generoso, denle tiempo

Joan Pera interpreta un Harpagon en el 'L'Avar' del Teatro Goya con el freno puesto pero no bloqueado

Molière y su compañía compartían techo y favor del rey con los cómicos del Théâtre Italien y su versión refinada de la commedia dell’arte. La élite de un género muy popular en la Francia del siglo XVII, pacíficamente invadida por los carromatos de los “italianos” y sus comedias. La influencia italiana en la obra de Molière está acreditada y sobre ella Josep Maria Mestres ha construido su versión de L’avare. Una adaptación sin complicaciones de estilo, como si entre el público del teatro del Palais-Royal se encontrara el director de una de esas troupesy se le iluminara el rostro entre un público circunspecto, un tanto ajeno a la avaricia del monomaniaco Harpagon. Comprendían la hipocresía de Tartufo pero tendría que pasar una revolución y llegar el advenimiento de la burguesía como clase dominante para que el patético avaro alcanzara todo su potencial de espejo deformado de un modelo de sociedad y sus valores.

Un director de entonces y de ahora con las ideas y los objetivos claros: aquí hay una excelente pieza de commedia dell’arte, sobre todo si tienes al actor adecuado. Un comediante de casta, como Joan Capri, Louis de Funès, Rafael Álvarez “El Brujo” o Joan Pera. Intérpretes con marca personal. Ninguno de los antecesores de Joan Pera intentó desprenderse de aquello que los hacía reconocibles y queridos ante los espectadores. En realidad tampoco el actor catalán lo hace, por mucho que se haya insistido en un cambio radical de registro. Su Harpagon es un Joan Pera con el freno puesto pero no bloqueado. Profesional bregado, sabe a la perfección qué funciona y qué no en un escenario, y es evidente que tiene el ojo y el oído puesto en la reacción de la sala. La noche del estreno iba tanteando hasta donde podía llegar con sus armas y por la coincidencia entre el uso de éstas y las risas obtenidas es muy posible que en un futuro ese freno se vaya aflojando.

Un espacio propio puesto en bandeja por el autor (L’avar es un texto construido en torno a un único personaje) y expandido por el director. El monólogo del robo del tesoro del IV acto se ha diseñado para convertirse con el tiempo en un “punto y aparte” de la función para que Pera se explaye a gusto entre el cariño del público. En el delirio no corren los minutos ni se fijan las palabras. También la dirección de actores —la que afecta al resto del reparto— está concebida para ser discreta y no solaparse con el recital del protagonista. Opción ejecutada con gracia dieciochesca por la parte masculina y mucha inseguridad por la femenina. Excepto una potente Alba Florejachs, la cómica de esta función con un divertido matiz a lo Lola Flores en sus papeles de gitana entre señoritos. Como si sólo Harpagon tuviera derecho a lucirse en la preciosa soirée de los comediantes.

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