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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Elogio del valor

Asombra la ausencia de articulación eficiente y académica de las dos lenguas en Cataluña, en Galicia o en el País Vasco

Jordi Gracia

El librito no llega a las cien páginas pero es un regalo para el lector curioso y, sobre todo, para el muy ocupado. Durante al menos un par de horas estuvieron charlando sobre temas abiertos —sociedad, política, cultura— dos grandes de la literatura actual, el hispano-peruano Mario Vargas Llosa y el italiano tan españolizado, tan europeizado, Claudio Magris. Eso sucedió en México hace unos cinco años, en 2009. Hoy esa charla está puesta en limpio y prologada por Renato Poma bajo el título La literatura es mi venganza (Anagrama).

Desde aquel 2009 hasta 2014 hemos vivido un terremoto social y civil, además de la depauperación acelerada de las clases medias. Por eso hay algo perverso en el intento de averiguar las intuiciones que tuvieron esos dos escritores en torno a las relaciones que el intelectual y la cultura establecen con las nuevas sociedades y, en particular, con las nuevas formas de movilización política, incluido lo que Magris llama la política pop (refiriéndose no a Podemos ni al populismo independentista sino a Berlusconi). Este asunto no figura en la agenda catalana; es verdad incluso algo peor: la reflexión sobre las condiciones de vida de la cultura catalana en los últimos 30 años no figura en los análisis o los programas del independentismo porque no hay mucho que decir como no sea con voluntad dinamitera. Comparto muchas críticas al funcionamiento del Estado en relación con las culturas y las literaturas no castellanas, ciertamente. El Instituto Cervantes se equivocó en racanear las invitaciones y las actuaciones de autores no castellanos y ha sido poco eficaz a la hora de hacer realidad sus buenos propósitos fundacionales. Debía actuar como palanca de difusión internacional del castellano pero también de las literaturas no castellanas, y ese componente ha sido menor, a ratos testimonial y a menudo ha protagonizado episodios sonrojantes de provincianismo.

Tampoco es exactamente abrumadora la cantidad de libros que abordan en una perspectiva cultural esa realidad literaria bilingüe

Sé que lo mismo ha sucedido en otros lados. En el Institut Ramon Llull, su par catalán, es fácil identificar actividades tan sectarias y poco realistas —, consecuentes con la realidad catalana— como el Instituto Cervantes lo ha sido al reducir la realidad plural de la España de la democracia. A muchos profesores de universidades extranjeras dedicados a la cultura española les sigue asombrando la ausencia de articulación eficiente y académica de las dos lenguas en Cataluña, en Galicia o en el País Vasco. Y les sorprende más la separación casi castrense entre departamentos dedicados a una o a otra lengua, a ser posible, con el menor contacto mutuo. Hay muchas excepciones, pero las excepciones no cuentan para identificar la norma general, y esa norma ha preferido que las lenguas respectivas y sus estudios se sientan ajenas o incluso de otro planeta. Tampoco es exactamente abrumadora la cantidad de libros que abordan en una perspectiva cultural esa realidad literaria bilingüe y la pluralidad de redes personales y circuitos intelectuales —editoriales, revistas, restaurantes, librerías, terrazas...— que recrearon activamente, y aún recrean, la heterogeneidad como forma de vitalidad cultural.

La etapa política que atraviesa Cataluña no ve con los mejores ojos un enfoque semejante porque desmentiría que los escritores han actuado como espadachines a la greña. O mostraría que la bulla personal que mantuvieron durante tantos años el desaparecido Baltasar Porcel y el vivísimo Juan Marsé era solo una bulla personal y no el síntoma fiable de un sistema cultural. De hecho, Cataluña ha sido históricamente, y es todavía, sociedad bilingüe cuya cultura ha crecido enriqueciéndose con el lujo de disponer de dos literaturas en fricción fértil (incluida la vastísima potencia hispanoamericana), que pocos estudian juntas y casi nadie cuenta mezcladas, que es como han vivido.

Por eso ha resultado tan estimulante que Magris y Vargas Llosa se pongan de acuerdo en reivindicar la tradición ilustrada y no cedan a las peores tentaciones reductoras de los intereses políticos. Vargas Llosa ha despertado en los últimos tiempos iras patrióticas en Cataluña, sobre todo tras su proximidad a la plataforma política e intelectual Libres e Iguales: algunos de sus portavoces más mediáticos actúan como auténticos dinamiteros ya no de la convivencia sino de la simple cordura. Pero es el Vargas quien suscribe estas palabras de Claudio Magris cuando teme hacia 2009 “una regresiva fièvre identitaire, un cierre visceral, agresivo y autodestructivo, en la propia peculiaridad, en la propia diversidad vivida no como realización concreta del universal humano, sino como diversidad absoluta y salvaje”. El porcentaje de salvajes en España y Cataluña por fortuna es exiguo pero el de quienes siguen creyendo que la particularidad es un valor ha crecido de forma asombrosa. Pero no tienen razón, cree Magris, y desde luego yo con él: la particularidad no es un valor, “no es un valor ser italianos o peruanos, hombres o mujeres, católicos o protestantes o agnósticos; la particularidad de cada uno de nosotros es la premisa para poder realizar, con ella, un valor”.

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Jordi Gracia es profesor y ensayista

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Sobre la firma

Jordi Gracia
Es adjunto a la directora de EL PAÍS y codirector de 'TintaLibre'. Antes fue subdirector de Opinión. Llegó a la Redacción desde la vida apacible de la universidad, donde es catedrático de literatura. Pese a haber escrito sobre Javier Pradera, nada podía hacerle imaginar que la realidad real era así: ingobernable y adictiva.

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