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Almayso, un Facebook del XIX

La exposición muestra retratos de la sociedad madrileña durante el cambio de siglo realizados por uno de los fundadores de la cervecera Mahou

Una mujer observa los retratos de la exposición Almayso.
Una mujer observa los retratos de la exposición Almayso.samuel sánchez

Una joven madre de la década de 1890 sostiene a su bebé en el regazo. Es probable que la fotografía estuviera destinada al padre ausente de la criatura (¿un soldado?, ¿un emigrante en América?), y para que no quedara duda de que era un hijo varón la mujer lo muestra desnudo y de frente. Es la imagen que da la bienvenida a la pequeña exposición de Almayso, unos 40 retratos de la sociedad madrileña del cambio de siglo entre el XIX y el XX, realizados por uno de los fundadores de la fábrica de cervezas Mahou.

El francés Casimiro Mahou contrajo nupcias con una madrileña y fundó en la ciudad, a mediados del siglo XIX, una fábrica de papel pintado que llegó a abastecer a la Casa Real, después diversificada a las pinturas al vapor. Uno de sus hijos, Alfredo Mahou y Solana, trabajaba en el negocio familiar y viajando por Europa con el objetivo de conseguir maquinaria para éste descubrió el incipiente arte de la fotografía. En 1870, con 20 años, Mahou y Solana abría uno de los primeros estudios fotográficos de Madrid, bautizado con las primeras sílabas de su nombre (Almayso). Estaba situado en la calle de Amaniel, 29, en la fábrica familiar que un par de décadas más tarde, en 1890, y con el patriarca ya fallecido, produciría cerveza y barras de hielo bajo el nombre de “Hijos de Casimiro Mahou”.

Cuando en los años 60 del pasado siglo se abandonó la factoría de Amaniel (hoy reconvertida en el moderno Museo ABC de Dibujo e Ilustración), se sacaron de sus almacenes los 4.000 negativos en placas de vidrio que componían el archivo de Almayso. Son en su mayoría platinotipias, una técnica fotográfica más cara que la emulsión de sales de plata pero de mayor calidad, que dejó de usarse de modo habitual alrededor de la I Guerra Mundial, poco después de la muerte de Alfredo Mahou en 1913 (el estudio lo heredaría su sobrino Carlos Mahou, que lo mantuvo abierto hasta 1931).

Hoy, esos 4.000 negativos están siendo restaurados y digitalizados por Mahou, con vistas a una gran muestra en 2015, cuando la marca cumple 125 años, según cuenta Alberto Velasco, director de relaciones institucionales. “La mayoría están en buen estado”, señala Velasco: “Podría ser un fondo fotográfico realmente importante, no hay muchos como éste de esa época”.

Lo que se expone en Manzana Mahou 330, el efímero espacio cultural-recreativo localizado en un palacete de la calle de Hortaleza, 87 (abierto hasta finales de septiembre, igual que la exposición), es un aperitivo dentro de la programación de PhotoEspaña 2014, apenas un 1% del archivo. Pero sirve para dar una idea de los usos y finalidades que los madrileños de entonces daban a los retratos, ya fuera como recuerdos para los seres queridos o simplemente con la intención de pasar a la posteridad.

Por desgracia, la información inherente a las imágenes (la fecha, la identidad de los retratados) se perdió, pero muchas de las fotografías hablan por sí solas. Están las tres mozas de buena familia en una cuestación, cestillo al brazo en la Puerta del Sol; están las damas burguesas que hacen encaje de bolillos un día de verano en Cercedilla (donde los Mahou tenían casa); también hay un militar de alta graduación, todo bigotes y entorchados; un afectado actor vestido de Tenorio; un botones de uniforme; una aprendiz de flamenca sosteniendo una guitarra sin demasiado arte o una familia proletaria haciéndose —probablemente— el primer retrato de sus vidas. La mayoría de las fotografías expuestas están realizadas dentro del estudio de Amaniel, con el atrezo entonces de moda: sillones, una columna griega, unas rocas para sentarse o simplemente conseguir diversos niveles de altura, incluso una pequeña barca en la que manda feliz un niño vestido de marinero.

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Y se pueden atisbar ejemplos de primitivo retoque fotográfico, como el caso de una mujer, asaz gruesa, que exhibe una cinturita de avispa incongruente con sus brazos y caderas. Un vistazo más atento descubre que la cintura ha sido reducida pintando en los lados con una laca blanca que se confunde con el fondo. Aunque el departamento de documentación de Mahou trabaja en ello, seguramente nunca sabremos el nombre de la coqueta señora, pero incluso desde el anonimato las imágenes de Almayso transmiten el mismo orgullo casi exhibicionista de las fotos actuales, haciéndonos pensar en un inexistente Facebook decimonónico, solo que sin instantáneas de platos de comida ni selfies de gente en avanzado estado de embriaguez.

ALMAYSO. Manzana Mahou 330 (Hortaleza, 87). Hasta el 24 de septiembre, de 11.00 a 21.00. Gratis.

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