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Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Excelente, como siempre

El paso de la Orquesta Sinfónica de Baviera dirigida por Mehta por el Palau fue excelente

El resultado del paso de la Orquesta Sinfónica de Baviera dirigida por Zubin Mehta por el Palau fue excelente, como siempre.

El mérito del asunto está en la excelencia, pero no del todo, pues excelencia es lo que se espera de una orquesta que figura entre las mejores del mundo y de un director que hoy cotiza entre las batutas mas valoradas y mejor pagadas del mundo.

El mérito está también, y mucho, en el “como siempre”, pues lo difícil no está en llegar arriba sino en quedarse ahí. Y ahí, en la cima, es donde están instalados, desde hace años, Mehta y los bávaros.

Con Mazeppa de Liszt y el Segundo concierto para piano de Bartók en la primera parte y la Quinta de Chaikovski en la segunda, el programa no tenía riesgo. O quizá sí.

Orquesta Sinfónica de la Radio de Baviera

Yefim Bronfman, piano. Zubin Mehta, director.
Ciclo de Conciertos Palau 100. Palau de la Música.
Barcelona, 2 de marzo.

Insistiendo, una vez más, en la queridísima Quinta del ruso sentimental se corre un gran riesgo pues, teniendo en cuenta que la “clásica” casi siempre es una música que se re-escucha, conseguir que la entrada de la trompa solista en el segundo movimiento cantando el nobilísimo tema siga dejando el espíritu con la consistencia de las natillas, o que el arrollador ultimo movimiento, aunque previsto, te vuelva a arrollar, tiene gran mérito.

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La orquesta volvió a exhibirse, la cuerda volvió a ser un gran pulmón que respiraba profundamente, sin asma, los metales, imponentes, las maderas, dulces y coloreadas. Todo estaba en su sitio, como siempre.

Yefim Bronfman, en funciones de solista, le dio a Bartók aquella concepción del piano como instrumento de percusión que hace brillar el Segundo concierto y la orquesta le ofreció la exactitud rítmica requerida.

Y, presidiéndolo todo, sin rutina, consiguiendo que todo volviera a sonar como si fuera nuevo, Mehta y su estudiada, romántica y seductora concepción del director como demiurgo, como concentrador y emisor de energía y de la batuta como varita mágica.

Repetir excelencia en lo conocido amado, aunque no sea “progre” —adjetivo, por cierto, en total desuso y, por tanto, poco “progre”— también es una forma de arte.

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