_
_
_
_
_
CRÍTICA | CLÁSICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Timbales en primer plano

La percusión, esa sección de la orquesta siempre relegada al fondo del escenario, obtuvo esta vez un puesto en primera fila. Se estrenaba en España el Concierto para dos timbaleros y orquesta, de Philip Glass. Luego, en la segunda parte, el Rachmáninov de las Danzas sinfónicas, también otorgó a la percusión una función, si no solista, muy relevante. Hace poco (febrero de 2011), Daniel Barenboim reivindicó asimismo su importancia, haciendo que Pascual Balaguer, percusionista de la orquesta, se sentara junto al solista para tocar el triángulo, instrumento decisivo en el Allegretto del Concierto para piano y orquesta núm. 1 de Liszt.

Orquesta de Valencia

Yaron Traub, director. Javier Eguillor y Julien Bourgeois, timbales.

Obras de Philip Glass y Serguéi Rachmáninov.

Palau de la Música. Valencia, 19 de octubre de 2012.

Javier Eguillor es un músico seguro que conjuga la fuerza con la precisión. Sus intervenciones con el timbal no se desvían nunca del punto justo donde ha de comenzar un redoble o hay que liquidar la resonancia, y la Orquesta de Valencia tiene en él uno de sus puntales más firmes. Esta vez, sin embargo, acometía una complicada parte solista, con siete timbales a su cargo, magníficamente combinado con Julien Bourgeois, que manejaba cinco. Eso en primera fila, porque en la última había otros seis percusionistas. Entre ambos extremos, la cuerda y el viento. El virtuosismo desplegado por los dos timbaleros, tanto en la combinación de ritmos como en la gama de colores que supieron ofrecer, fue soberbio. Como lo fue, también, su capacidad para cantar con los timbales. La Orquesta de Valencia parecía sentirse a gusto y tocó con delicadeza y espíritu. El Philip Glass de esta obra —estrenada en Nueva York hace ahora 12 años— llegó bien a los oyentes, sin causar ninguna clase de problemas entre un público que se muestra generalmente muy conservador. Se trata de una partitura fácil de escuchar, ya que se columpia entre un minimalismo suavizado y ese aire cinematográfico que el compositor de Baltimore prodiga desde hace lustros. La cadenza que precede al último movimiento, con los dos timbales en solitario, proporcionó a Eguillor y Bourgeois una ocasión inmejorable para el lucimiento de su técnica y musicalidad. Luego, los aplausos de los asistentes obtuvieron una propina del compositor brandenburgués Werner Thärichen, de quien se tocó un fragmento del Concierto para Orquesta, también con ambos músicos en solo exhibiendo un buen catálogo de lo que sus preciosos instrumentos pueden llegar a conseguir.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_