La cronista de Tabakalera

Idoia Unzurrunzaga, fotógrafa especializada en arquitectura, visita cada 15 días Tabakalera. Se calza unas botas especiales, un casco y un chaleco, se arma con su cámara e irrumpe en la antigua fábrica, o lo que poco a poco va quedando de ella. Unzurrunzaga se ha convertido en la mejor testigo de la transformación del edificio en lo que se supone será el Centro Internacional de Cultura Contemporánea de San Sebastián y esa no es más que su misión. Documentar con instantáneas las obras de acondicionamiento del inmueble, que se supone deberán estar terminadas para 2016.

“Llego a las seis de la mañana, estoy completamente sola, sólo se oye a los pájaros y comienzo a hacer fotos”, explica. El madrugón está justificado por dos motivos, el primero por la luz. Unzurrunzaga prefiere disparar con una luz suave, sin sombras y “porque lo que fotografío no deja de ser un tema duro, al fin y al cabo retrato la destrucción, algo que se rompe para construir otra cosa”. Tampoco puede trabajar mientras los operarios con sus excavadoras tiran paredes o perforan el suelo. “Es muy peligroso”, recuerda.

El resultado es un conjunto de imágenes que captan la transformación del edificio. Series en las que se puede observar como “por ejemplo, en febrero determinada sala tenía techo, en abril no hay ni rastro y en mayo tampoco quedan las paredes”. La fotógrafa, que también retrató la construcción del Kursaal y la regeneración del barrio donostiarra de Herrera, ha elegido varios emplazamientos de Tabakalera desde los que toma sus imágenes “para poder obtener una secuencialidad de lo que acontece y así poderlo explicar visualmente”. La elección de determinados puntos del edificio además esconde un truco: la orientación. “Me ayuda a ubicarme, es fácil desorientarse porque el edificio es muy grande [tiene una superficie de 36.200 metros cuadrados] y las referencias comienzan a desaparecer”.

Unzurrunzaga debe respetar una especie de normas. Reglas autoimpuestas para que la colección de fotografías resulte armónica. A la elección de la luz, se une la decisión de desde qué ángulo captar las instantáneas, utilizar un plano largo o corto... Y repetir una y otra vez.

“Utilizo ópticas descentrables, que abarcan muchos ángulos de visión”, detalla Unzurrunzaga, de tal forma que la imagen final acoge una panorámica que sería incapaz de alcanzar el ojo humano. “Son imágenes generales, de conjunto, muy angulares, para que de un vistazo se pueda observar cualquier cambio”, continua.

El trabajo de Unzurrunzaga, que arrancó el año pasado al tiempo que los operarios tomaron Tabakalera, terminará cuando acaben las obras. Es un proceso lento porque cada instantánea tomada requiere nivelar la cámara, asegurarse de que las líneas se mantengan paralelas... “Es una fotografía muy tranquila, nadie te espera, el ritmo lo marco yo”, apunta Unzurrunzaga, que abandona la fábrica a las ocho de la mañana, para dar el relevo a los obreros.