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“Los mineros asturianos son el último bastión de una tierra de perdedores”

El músico asturiano Fran Gayo presenta un ciclo de animación contemporánea del que es comisario

Tres años ya en Buenos Aires y Fran Gayo (Gijón, 1970) sigue sin resolver lo suyo. “Prefiriría no sentirme asturiano en absoluto, pero es como una hemorroide que no puedo controlar”, confiesa mientras marea un café junto al CGAI, en A Coruña, media hora antes de presentar un ciclo de animación contemporánea del que es comisario. Basta un vistazo a su blog para darse cuenta. Ha sido poner un pie en la Europa rescatada y abrir una nueva serie en Cartes Playes. Se titula Heráldica del Negrón, como el túnel que comunica León y Asturias. Entras bajo un sol de justicia y sales por una garganta de niebla y orbayu. “No es nostalgia, es algo mucho más complicado”.

Primero disolvió Mus tras la publicación de La vida (2007), su cuarto LP junto a Mónica Vacas, y al poco recogió sus bártulos en las oficinas de FicXixón, el festival de cine al que llevaba ligado casi 12 años “de servicio a la ciudad”. En realidad, no ha dejado ni una cosa ni la otra. Ahora programa con base en Bafici, el prestigioso certamen porteño, y continúa cosiendo canciones por su cuenta. Su debut en solitario se tituló Las próximas cosechas (2009) y prometía ser un álbum de transición. Él jura que se ha cumplido la profecía. Ya se acerca la secuela, sin prisa pero sin pausa.

“No habrá canciones de amor esta vez. Tendrá mucho más que ver con el desencanto y la desazón que arrastro, estoy seguro de que al final tiene que salir algo que merezca la pena de todo esto”, explica con un ojo en las protestas mineras de los informativos. “El disco está escrito, pero aún hay que grabarlo, mezclarlo y editarlo. No puedo pensar en fechas todavía. Este último año ha sido muy complicado a todos los niveles Cuando eres padre primerizo, hay 12 meses que desaparecen de tu vida. Felizmente, pero desaparecen. Me di cuenta de que no servía de nada pelear”.

De eso hablan también las Cartes Playes. Gayo ya no se ve en aquel “asturianista con bermudas” que se enroló con José Luis Cienfuegos —destituido con polémica en enero— en FicXixón. “Entonces estaba convencido de que había que acercar la música tradicional a la modernidad, pero hoy ni siquiera creo que valga la pena intentarlo", lamenta. "Aunque llevo unos años fuera, seguía unido a aquellas oficinas, a una cierta manera de hacer las cosas. Eso ha desaparecido. Buenos Aires ha pasado de ser mi ciudad de acogida a ser la de mi exilio. Creíamos haber nacido en una reserva espiritual en la que nunca iba a gobernar la derecha, y no era cierto. De hecho, los mineros son el último bastión en una tierra de perdedores. Oye, ¿no íbamos a hablar de dibujos animados?”.

En efecto, este valedor del Novo Cinema Galego — “me da mucha envidia lo que está pasando aquí; si es un montaje, enhorabuena, porque está muy bien armado", bromea— está en A Coruña por culpa de los dibujos animados de Nervio óptico, el ciclo que acaba mañana en el CGAI. Son cuatro sesiones dedicadas al trabajo de David O’ Reilly, Signe Baumane, el estudio estonio Nuku Film y Atsushi Wada, “la punta de ese iceberg de creadores que están resistiendo al ataque indiscriminado de los gerentes de marketing y los ingenieros informáticos". “La animación en 3D es un caramelo para el capitalismo”, arriesga. “Es un arma muy poderosa, y está en las manos equivocadas”.

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