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Columna
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El retorno de Sert

Sert se le acusa aún de pintor franquista cuando trabajó para la monarquía, la república, los ricos filántropos, los judíos ilustrados y para la iglesia

Con el tiempo, la figura del pintor Josep M. Sert (Barcelona,1874-1945) va adquiriendo una dimensión y una consistencia desde donde es posible hacer una lectura contemporánea que analice su arte entendido como proceso. Puede que, como en el arte conceptual ese proceso sea más relevante que el resultado final, que a menudo se impone de una forma un tanto ampulosa y grandilocuente.

Hay dos exposiciones hoy –en el Petit Palais de París y en el Museo San Telmo de Donostia- con planteamientos bien diferentes, en donde uno se puede acercar a ese fenómeno tan celebrado en vida y tan despreciado en muerte que fue Sert. Fue un independiente, al margen de las vanguardias y de las modas, y por ello un solitario y excéntrico, ninguneado en la historiografía.

Sert consideraba la pintura de caballete pequeño burguesa y decadente. Sus clientes fueron el poder político, económico y eclesiástico: se le acusa aún de pintor franquista cuando trabajó para la monarquía (el Saló de Cròniques del Ayuntamiento de Barcelona y los Cartones para tapices) para la república (el Museo de San Telmo y la Societé des Nations de Ginebra) para los ricos filántropos (Rockefeller Center) para los judíos ilustrados ( Sasson, Wendel, Rothschild y Becker) y para la iglesia (catedral de Vic).

Estudios fotográficos, esbozos en papel, bocetos sobre tela y sobre tabla, maquetas, salones, nos dan la pauta de su arte basado en un continuo transformismo. A través de estas muestras, uno puede valorar la ingente tarea que va desde la foto a la pintura mural, el contemplar Sert al desnudo, descubrir la estructura que subyace a una obra sumamente elaborada, desvelar la metamorfosis que experimenta, su propósito de reinventar la pintura mural a partir de la nueva tecnología al uso: la fotografía; donde aparece el Sert moderno, el que se nutre de una realidad que él mismo fabrica, y se apropia de los restos del taller, de sus colecciones de pesebres y del cuerpo de su ayudante y modelo, para escenificar su concepción del mundo. En esta nueva mirada, aparece al Sert más puro y genuíno, el que procede como un niño atrapado en el desván, manejando un teatrillo de marionetas que le conecta con su tiempo. Al Sert fabricante de sueños. Al creador de unas instalaciones efímeras que le acercan al Dadá y al Surrealismo, y hasta al Arte Povera. Incluso se podría decir que anuncia al Pop Art, a aquellos artistas fascinados por la idea de reprocesar la imaginería popular y de encontrar un modo más rápido de ejecución, ambos conceptos presentes en Sert.

Los restauradores del IPCE que han intervenido en El Tiovivo (1932) han comprobado el uso de veladuras, pentimenti, cepillos, tampones, dedos que arrastraban la materia o la dejaban gotear, aquello que confería a la obra una carga expresiva prodigiosa y anunciaba ya la pintura gestual.

El artista recoge la tradición de los talleres del renacimiento y el barroco, y crea un modelo propio adaptado a su momento histórico. Se inventa un método trabajando diferentes disciplinas, la fotografia, el dibujo, la pintura y la arquitectura interior para alcanzar la pintura mural.

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Las fronteras del arte van abriéndose estrepitosamente y el mundo se vuelve más barroco, y el ser humano se siente más marioneta, haciendo piruetas por los aires o realizando esfuerzos sobrehumanos como las figuras sertianas. Ahora que se exploran más los límites, es un buen momento de revisar el método Sert.

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