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Muerte y vida póstumas

Berg plasmó el dolor de la muerte en su ‘Concierto para violín’, y Mahler construyó una oda a la vida en ‘La canción de la Tierra'. El Auditorio reúne ambas obras estrenadas tras fallecer sus autores

El violinista alemán Franz Peter Zimmermann, interprete de Concierto para violín, de Alban Berg.
El violinista alemán Franz Peter Zimmermann, interprete de Concierto para violín, de Alban Berg. ÁLVARO GARCÍA

Alban Berg y Gustav Mahler murieron sin saber qué opinaba el público de dos de sus obras. Berg murió cinco meses antes de que Barcelona viera el estreno mundial de su Concierto para violín en 1936, mientras que Mahler agonizó seis meses antes de que la que iba a ser su sinfonía maldita se subiera a un escenario. Dos obras antagónicas que el Auditorio Nacional reúne para oyentes dispuestos a emocionarse con la Orquesta Nacional de España dirigida por Josep Pons.

El Concierto para violín de Berg (discípulo de Arnold Schonberg, padre del dodecafonismo) es un retrato del dolor. Dedicado a la muerte de la hija de Alma Mahler y su segundo marido, el arquitecto Walter Gropius, la obra se articula como una dulce melodía que se transforma en un lamento desgarrador que culmina en un ascenso a los cielos. Franz Peter Zimmermann, violinista alemán que ha interpretado este concierto más de 100 veces, sabe bien lo que encierra. “Cada vez que me enfrento a este concierto siento una fuerte emoción, y cuando acabo de interpretarlo estoy exhausto, vacío. Es una droga: cada vez que lo tocas quieres más y más. Pero no es bueno tocarlo muy a menudo porque puede crear un malestar físico”, dice.

Las obras en el Auditorio

  • Orquesta Nacional de España. Sábado a las 19.30 y domingo a las 11.30 en el Auditorio Nacional (Príncipe de Vergara).
  • Entradas: de 4 a 29 euros.

La obra, basada en la técnica dodecafónica, se basa en 12 sonidos que se van incorporando a lo largo de los dos movimientos del concierto. Arranca haciendo guiños a una canción popular que refleja la infancia de Manon, la hija muerta de Alma Mahler, pero luego se transforma en un lamento agónico e inquietante. “Berg estaba preocupado por el futuro, por el auge de los nazis en Alemania. Temía que su música pudiese desaparecer y vio venir el desastre, lo que se suma al profundo dolor en el que le sumió la muerte de Manon”, comenta Zimmermann. Al final de la obra, asoma una melodía extraña: los clarinetes esbozan uno de los corales de Bach. Su letra nos hace imaginarnos lo que pasaba por la mente de Berg: “Estoy ascendiendo hacia la casa del cielo, seguramente allí estaré en paz: mi gran dolor queda aquí abajo”. “Creo que es la única vez en la historia en la que un compositor ha cogido un fragmento de Bach y lo ha insertado en su música sin que suene ridículo”, sentencia el violinista.

En contraposición a todo este dolor, viene a salvar al espectador La canción de la Tierra. Escrita por Mahler con forma sinfónica, nunca se denominó como tal por miedo a la maldición de la Novena (Beethoven, Schubert o Bruckner murieron tras componer las suyas). “Mahler incorpora de una manera normal movimientos con solistas o canciones en sus sinfonías. Pero aquí hay un desarrollo sinfónico de la canción a lo bestia”, explica Pons.

En La canción de la Tierra todo es pintoresco: la oda a la naturaleza, los poemas chinos en los que se basa, el hecho de que los miembros de la orquesta no toquen casi nunca todos juntos… Aquí la particular visión trágica del mundo del compositor (“vivió rodeado de muerte", dice Pons) queda a un lado para trazar una partitura magistral por la que se pasean un borracho orgulloso de serlo, pájaros o chicas que recogen flores.

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Dijo Mahler en una ocasión que “la sinfonía debe ser como el mundo: debe abarcarlo todo”. Y es el mundo el que queda retratado en esta obra. “La canción de la Tierra tiene todos los ingredientes: produce una emoción verdadera e íntima si el oyente viene al Auditorio sin prejuicios”, explica Pons. Un concierto para ir del dolor de la muerte a la fiesta de la vida en algo más de dos horas.

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