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CRÍTICA / 'L'EXILI' EN EL TEATRE LLIURE

No eran ellos, eran los otros

Espert y Flotats dan voz a los intelectuales catalanes exiliados en Francia tras la Guerra Civil

De izquierda a derecha, Pau Carrió, Núria Espert y Josep Maria Flotats.
De izquierda a derecha, Pau Carrió, Núria Espert y Josep Maria Flotats.CARLES RIBAS

 La Espert y Flotats juntos en el Lliure de Pasqual. ¡Y presentados por él! Este era el titular —y este ha sido el gancho para agotar las entradas, excepto lo de la presentación, que ha sido una cortesía no anunciada— hasta que ha empezado la segunda sesión de Cartes Lliures (el estupendo ciclo coordinado y dirigido por Pau Carrió y dedicado a la correspondencia entre personajes conocidos o no tan conocidos a lo largo del siglo XX) dedicada al exilio y ambos se han limitado a ser la voz de los auténticos protagonistas, el grupo de intelectuales catalanes que se exiliaron en Francia hacia el final de la II República. Dos voces tremendamente personales y frecuentemente imitadas, sobre todo la de él, que se han ido diluyendo poco a poco, sobre todo la de ella, hasta perderse entre las dolorosas peripecias de Joan Oliver, Joan Sales, Mercè Rodoreda, Armand Obiols, Carles Pi Sunyer, Carles Riba, Pompeu Fabra, Augustí Bartra, Pau Casals, Pere Vives i Clavé… y sus recuerdos.

Pasqual explicó en la presentación el carácter doble de la sesión: por un lado, se leían las cartas que ilustran el exilio exterior o físico de los protagonistas y, por otro, unos poemas de Salvador Espriu que hablan del exilio interior a modo de complemento (El meu poble i jo, Inici de càntic en el temple, M’han demanat que parli de la meva Europa y varios de La pell de brau). Espert y Flotats aparecieron cogidos de la mano entre aplausos y cada uno desde su taburete y atril, se iban turnando en la lectura de las cartas, cosa que hacían sentados, y de los poemas, estos de pie. El recorrido epistolar empezó en enero de 1939 y llegó a grandes saltos hasta 1951. Y de todas las aventuras y reflexiones que los remitentes escriben en sus cartas, las que más me impresionaron fueron la anécdota de Carles Riba, que viajó en tren con Antonio Machado y recoge su primera sensación tras cruzar la frontera (“Hallarme en Francia como un mendigo… ¿Cree que alguien querrá comprar este reloj de oro que perteneció a mi padre?”); la humillante petición de caridad de Pompeu Fabra a Tarradellas en 1942; la descripción que Pau Casals hace de la Maternidad de Elna; la de Joan Oliver sobre Barcelona a su retorno en 1948 (“sembla una roba bona però usada fins a l’abús”) y, desde luego, la prosa de Rodoreda, sencilla pero clara y directa. Espert i Flotats, pues, al servicio de los otros.

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