‘Un buen colchón’, el discreto fulgor de las mercancías
Paula Llorens e Israel Solà han puesto en pie una farsa que satiriza cordialmente la centralidad que lo accesorio ha adquirido en el sistema económico capitalista
Todos necesitamos un buen colchón, por si vienen mal dadas. Andrés y Bárbara, bonita pareja, viven al día. Él escribe reseñas para páginas web, pero querría ganarse el sustento con su canal de Youtube sobre hábitos saludables. Ella prepara una oposición. Sueñan con tener trillizos cuando la suerte les sonría. Quizá por eso, Andrés se obsesiona con un colchón de 45.000 euros que futbolistas y youtubers millonarios anuncian como un talismán para el éxito. Con este punto de partida, Paula Llorens, joven autora valenciana a la que conocíamos por su certera adaptación de Historia de una maestra, novela de Josefina Aldecoa, ha escrito una farsa donde satiriza las condiciones laborales de los autónomos, las ensoñaciones de una generación educada a golpes de propaganda y la fantástica cortina de humo con la que se envuelve la sociedad de consumo.
En Un buen colchón se entrecruzan dos subgéneros teatrales: la farsa del antihéroe zarandeado y la comedia mefistofélica. La peripecia humorística que lleva a estos dos enamorados desde la esperanza al pozo tiene paralelismos con las que acontecen a los protagonistas de farsas como El tintero, de Carlos Muñiz; El comunicado, de Václav Havel, o Mockinpott, de Peter Weiss. Pero el personaje del narrador, un demiurgo que se transforma en todas las criaturas con las que la dulce parejita se va tropezando, interpretado por Carlos Chamarro es una versión risueña de Voland, el diablo de El maestro y Margarita.
Este personaje es también un recurso del que se sirve su autora para, por su boca, informar al público de cuantos antecedentes y novedades haga falta tenerle al tanto, de modo que los diálogos que entablan Andrés y Bárbara vuelan libres del lastre que les supondría tener que ir deslizando datos entre réplica y réplica, vicio del que pocos autores saben sustraerse. Chamarro le saca jugo a este recurso tan productivo. También tienen gracia la Bárbara menudita y encantadora de Veki Velilla y Andrés, interpretado por Víctor Palmero con un aplomo desgarbado y una vis cómica que recuerdan el estilo interpretativo con el que compone sus personajes Gorka Otxoa.
Buena parte del mérito de que la función transcurra con ritmo y con garbo es de Israel Solà, director de escena de la compañía catalana La Calòrica. Llorens satiriza cordialmente la centralidad que lo accesorio ha adquirido en el sistema económico capitalista gracias a las técnicas de persuasión, relaciones públicas y neuromarketing de las que fue pionero Edward Bernays, manipulador mayúsculo en todos los órdenes, gran desconocido y sobrino centenario de Sigmund Freud.
Un buen colchón lleva al paroxismo la idea de que cualquier producto puede ser convertido en fetiche y en objeto anhelado por un segmento mayoritario de la población. Su autora podría haber llevado más allá las observaciones que pone en boca del narrador, pero ha preferido ser cortés, salvo en ciertas escenas: una de ellas, donde la pareja lamenta la buena salud de sus padres, es digna de cualquiera de los guiones que Rafael Azcona escribió para Marco Ferreri.
‘Un buen colchón’. Texto: Paula Llorens. Dirección: Israel Solà. Madrid. Teatro Quique San Francisco, hasta el 31 de marzo.
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