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TRIBUNA LIBRE
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Historia y memoria familiar

A pesar del fenómeno en Europa y Estados Unidos de las narraciones sobre los secretos más oscuros del propio linaje, el bum español de obras sobre la Guerra Civil y el franquismo todavía no ha aportado las historias más íntimas

El campo de exterminio nazi de Auschwitz-Birkenau
El campo de exterminio nazi de Auschwitz-Birkenau, en 2020.DANIEL OCHOA DE OLZA

Las memorias familiares se han convertido en un fenómeno editorial en Europa y en Estados Unidos. Fruto maduro del interés por la historia de la gente común y por una escritura narrativa más cercana, libros como Los amnésicos, Mi padre alemán, Lo que no me contaste, La frecuente oscuridad de nuestros días, Historia de los abuelos que no tuve o Páginas de vuelta a casa, entre muchos otros, obran el milagro de estudiar algo tan cercano y lejano a la vez como es la propia familia. Cansados de la predicción tecnológica, del recelo y la desconfianza del presente, surgen de la necesidad de volver la vista atrás, de rebuscar en los cajones donde no había nada para adentrarse en los secretos y mentiras familiares. Lejos de la llamada autoficción y de las biografías noveladas, siguen la senda de la metodología y los archivos de forma rigurosa para llegar donde nunca lo había hecho nadie. A través de las fronteras geográficas, mentales y sociales, viajan a lo más oscuro del siglo XX. A los años felices de juventud, a los hogares que crearon un nuevo orden y alumbraron la persecución, que hicieron posible el genocidio y se enriquecieron con él. Un viaje al sustrato de la emigración europea, al laberinto de calles y lenguas, al eco de los pasos perdidos entre la noche y la niebla. Una historia de vacíos, de afectos y sentimientos que envuelven los traumas más hondos y duraderos, donde todo aquello que nunca había sucedido, que no se podía nombrar, cobra vida.

En España, aunque la mayoría de estas obras han sido traducidas, la historia familiar sigue siendo desconocida. No existe una única razón. Desde el campo académico, por ejemplo, es más valorado el artículo científico que un libro o un ensayo, reduciendo las posibilidades de una historia divulgativa. El relato, aquello que comúnmente reconocemos como memoria histórica, se ha forjado a través de la novela. El bum narrativo de comienzos de los años noventa, con obras centradas en la Guerra Civil y el franquismo, sigue marcando la pauta. Hay biografías y sagas familiares, descargos de conciencia, ajustes de cuentas, pero la inmensa mayoría se proyectan hacia el presente y dejan de lado la familia como parte de un pasado superado. En este punto, el acceso a los archivos sigue marcando una diferencia importante con nuestros vecinos. Los consejos de guerra abrieron la puerta al conocimiento de la depuración de todos los niveles de la sociedad, al funcionamiento del principal soporte de la dictadura. Pero solo se tiene pleno acceso a ellos desde hace apenas dos décadas y sus ramificaciones son cada vez más profundas. La documentación policial es imposible de consultar, sobre todo para las familias que nunca llegan a conocer su propia historia. Porque hubo un tiempo, no tan lejano, en el que la totalidad de la población española tenía ficha de antecedentes políticos y sociales. Se remontaban al golpe, al mismo comienzo de la Guerra Civil, y afectaban a toda la familia extensa. Sus efectos sobre la población se están comprendiendo ahora. A través de su uso, de su recuerdo, la dictadura construyó su propio modelo de memoria, de reconciliación. Así, mientras la mayor parte del mundo occidental iniciaba la reconstrucción de posguerra, la primera justicia transicional y la democracia liberal, en España se mantenía la memoria del castigo, la de vencedores y vencidos. Lugares como el Valle de los Caídos o celebraciones como los 25 años de paz fijaron la Guerra Civil como el punto de origen común de todas las familias españolas.

Un comienzo, el de la violencia fundacional, que caló en sucesivas generaciones que la interiorizaron como una suerte de memoria protectora, ante el miedo y la incertidumbre del final del franquismo y la Transición. Pero, para entonces, ya existían otras memorias que no siempre se sincronizaron a la vez. Marcadas por la querella del fin de la guerra, que afectó de lleno a la izquierda y al mundo nacionalista, arrastraban una herencia disputada y en conflicto que siguió latente en nuestra cultura política. Su irrupción, ya en pleno siglo XXI, tuvo un efecto inesperado. El consenso democrático en torno a una política de memoria de Estado, propia de la posguerra europea, de la liberación, quedó bloqueado en sede judicial y parlamentaria. La guerra cultural se extendió al pasado. La versión tradicional y heredada de la historia se ha modificado muy poco desde los años noventa, antes de que tuviéramos acceso a toda esa documentación desclasificada. Por el contrario, se ha generado una reacción, un contrarrelato que adquirió fuerza con rapidez y se ha convertido en una excelente forma de confrontación y polarización. El estudio de la represión franquista, la historia de las mujeres o la participación de España en la II Guerra Mundial, con el paso de los españoles por los campos de concentración y de exterminio, por citar sólo algunos ejemplos, no se han incorporado a los libros de texto. De este modo, las mismas ausencias de nuestra historia pública se trasvasan a nuestra historia privada. Todo aquello que encontramos en los archivos sigue siendo muy difícil de asumir en el relato tradicional y en la propia versión familiar. Hasta que no vayan de la mano, mantendremos una memoria de recuerdos enfrentados con sus respectivas epopeyas históricas fragmentadas y separadas.

Gutmaro Gómez Bravo, catedrático de Historia Contemporánea de la UCM, es coautor junto a Diego Martínez López de ‘Deportados y olvidados. Los españoles en los campos de concentración nazis’ (La Esfera de los Libros, 2024).

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