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Teoría y práctica del Romanticismo musical

La Fundación Juan March inicia un ciclo de cuatro conciertos inspirados en un amplio y exigente ensayo del compositor y estudioso catalán Benet Casablancas

Romanticismo Fundación Juan March
'Dos hombres contemplando la luna' (1819–20), de Caspar David Friedrich, en la Galerie Neue Meister de Dresde.GETTY IMAGES
Luis Gago

Estamos muy acostumbrados a que novelas o cuentos, tras mudarse en guiones, acaben transformándose en películas. No es en absoluto habitual, sin embargo, que un ensayo dé lugar, a modo de sustento conceptual, a una serie de conciertos o, mucho menos, a todo un festival interdisciplinar, como sucedió en el Southbank Centre de Londres en 2013, cuando The Rest is Noise (el libro de Alex Ross traducido al español como El ruido eterno) fue el nombre utilizado para bautizar también no uno, sino dos grandes festivales –en invierno y otoño– con una descomunal oferta de conciertos, películas, conferencias, talleres, exposiciones, encuentros y un largo etcétera para insuflar vida, iconografía y sonidos al inusual planteamiento de Ross: recorrer la música del siglo XX como un fruto indisociable de su propia historia.

Aunque de modo mucho más íntimo y modesto, algo muy parecido está a punto de repetirse en Madrid con –en su nueva terminología– el “proyecto” de cuatro conciertos que propone la Fundación Juan March a partir del próximo miércoles bajo el título Imágenes del Romanticismo, “inspirado”, y el participio es también suyo, en Paisajes del Romanticismo musical, un personal estudio publicado en 2020 por el compositor y estudioso catalán Benet Casablancas, que ya había puesto de manifiesto su capacidad analítica en otro ensayo anterior, El humor en la música, publicado originalmente en 2014 y reeditado en 2022. El doble y extenso subtítulo, Soledad y desarraigo, noche y ensueño, quietud y éxtasis. Del estancamiento clásico a la plenitud romántica, da ya muchas pistas sobre lo que aguarda al lector en las más de seiscientas páginas del interior, pobladas de ejemplos musicales y con profusión de extensas y sustanciosas notas al pie, casi un texto paralelo en muchos casos: ni una cosa ni otra deberían disuadir a nadie de aventurarse a emprender una lectura que, aunque exigente, acaba reportando muchos réditos.

Olvidémonos, por supuesto, del término “romántico” tal y como se aplica también al piano meloso de Richard Clayderman, el violín almibarado de André Rieu o las untuosas baladas de Luis Miguel, lejanas herederas –en todo– de las de Schubert, Schumann o Loewe. Benet Casablancas instala fundamentalmente su laboratorio en el tercio central del siglo XIX, aunque su andadura arranca antes, en lo que llama, tomando prestada la idea a Wilhelm Furtwängler, el “estancamiento” clásico (quizás hubiera sido aún mejor traducir la Stauung como “estasis”, cuya etimología griega apunta en idéntica dirección). “Como si el flujo del discurso encallara”, escribe gráficamente Casablancas, que, tras exponer varios ejemplos clásicos –y algunas secuelas románticas–, pasa de la estasis al éxtasis y el ensimismamiento románticos.

Casablancas no estructura su ensayo en grandes bloques, como hizo Charles Rosen en The Romantic Generation, dedicados a uno u otro compositor (Chopin, Liszt, Berlioz, Mendelssohn, Schumann), ni indaga en los fundamentos filosóficos del movimiento romántico como John Daverio (en Nineteenth-Century Music and the German Romantic Ideology), ni plantea un recorrido estrictamente cronológico como Carl Dahlhaus (en su esencial monografía sobre La música del siglo XIX), aunque, al igual que este último, se permite una incursión final, más generosa en el tiempo que la del musicólogo alemán, en el siglo XX, reservando algunas páginas para hablar de Schönberg –que tanto lo ha marcado en su faceta de compositor–, Stravinski, Bartók o Janáček. Casablancas prefiere operar más bien como un filósofo analítico, acotando conceptos o procedimientos y hundiendo luego sistemáticamente su estilete en distintos ramales o capas semiocultas, valiéndose siempre de su gran bagaje teórico para abrirse camino y apuntalar sus tesis. Algunos de los mojones que delimitan su avance son tanto técnicos –el contraste modal mayor-menor, las relaciones de tercera (cruciales en Schubert y Bruckner) o la suspensión del sentimiento de flujo temporal– como de índole espiritual, un ámbito en el que recala en topoi inequívocamente románticos como la noche, la idea de infinitud o, por supuesto, la figura del Wanderer.

El autor recala en ‘topoi’ inequívocamente románticos, como la noche, la idea de infinitud o, por supuesto, la figura del ‘Wanderer’

Friedrich y August Wilhelm von Schlegel sentaron las bases teóricas del Romanticismo alemán, del que se nutrieron todos los demás, y formularon el concepto de “poesía romántica” desde las páginas de Das Athenäum, fundada en Berlín en 1798, el mismo año en que Wordsworth y Coleridge publicaron en Londres sus Lyrical Ballads: una revista y un libro iniciáticos. Friedrich fue también poeta ocasional y en su Der Wanderer la luna se dirige al caminante y le exhorta a no dejar de serlo: “no elijas lugar alguno por hogar (...) has de seguir caminando, / has de cambiar unos lugares por otros”. El mundo que ve a su alrededor le parece “bueno”, pero en el último verso el caminante confiesa sentirse “felizmente rodeado, pero solo”. Este ser solitario, casi siempre sin nombre, es un errabundo que vaga sin rumbo ni meta predeterminados, lo que suele esconder la difícil y dolorosa búsqueda de su propia identidad. El “trompista itinerante” de Wilhelm Müller (el poeta de La bella molinera y Viaje de invierno de Schubert), las figuras minúsculas en el seno de una naturaleza avasalladora en los cuadros de Caspar David Friedrich, o ese “pastore errante dell’Asia” al que Giacomo Leopardi le hace preguntarse en 1829: “Che vuol dir questa / solitudine immensa? ed io che sono?”, son todos manifestaciones de una misma idea. “Vago como un extraño de un lugar a otro (...) pero en ningún lugar, ¡ay!, estoy en casa”, escribió más explícitamente aún Johann Gabriel Seidl en Der Wanderer an den Mond (El caminante a la luna), al que puso música Schubert en 1826 (Benet Casablancas se explaya también, claro, sobre la luna, la gran compañera y confidente de los románticos, que él integra en un tríptico junto con la noche y el éxtasis).

Cambridge University Press publicó su Companion sobre música y Romanticismo en 2021, pocos meses después de ver la luz el libro de Casablancas, en tiempos aún difíciles para todos y, por tanto, propicios para que ambos pasaran inadvertidos. Editado por Benedict Taylor, un especialista en la música de Felix Mendelssohn, posee todas las virtudes y las carencias de los libros colectivos, aunque predominan con mucho las primeras sobre las segundas. Taylor considera el Romanticismo “fácil de reconocer, pero notoriamente difícil de definir”, aunque hacerlo es, parafraseando a Friedrich Schlegel, tan imposible como necesario. Ayuda saber que se alía –o los hace suyos– con el antirracionalismo, la fragmentación, el subjetivismo y la naturaleza entendida como deslumbramiento, no como objeto de estudio. Los capítulos sobre lo sobrenatural (Francesca Brittan), la interioridad (Holly Watkins) y la canción como ideal musical y poético romántico (Lisa Feurzeig) sobresalen en un libro en el que no hay una sola página carente de interés.

El propio Benet Casablancas comisaría y firma las notas del proyecto de la Fundación Juan March que se inicia el 11 de octubre y que concluirá el 1 de noviembre. Los cuatro títulos de cada concierto (Ensoñación nocturna, La patria soñada, El desarraigo del errabundo –en referencia al ciclo completo de Viaje de invierno de Schubert– y El bosque romántico) remiten a temas glosados en detalle en su libro y, renunciando a otros repertorios, todos se centran en la fusión de música y poesía, con dos cantantes veteranos ingleses (Kate Royal y Mark Padmore) y dos alemanes mucho más jóvenes (Benjamin Appl y Samuel Hasselhorn) secundados por cuatro grandes pianistas en el ámbito del Lied, requeridos por los mejores teatros y salas de conciertos del mundo y pertenecientes, asimismo, a dos generaciones: Joseph Middleton, James Baillieu, Malcolm Martineau y Julius Drake. Será dulce naufragar en este mar.

‘Imágenes del Romanticismo’. Fundación Juan March. Del 11 de octubre al 1 de noviembre.

Portada de 'Paisajes del Romanticismo musical', de Benet Casablancas. EDITORIAL GALAXIA GUTENBERG

Paisajes del Romanticismo musical

Benet Casablancas.
Galaxia Gutenberg, 2020
634 páginas, 32 euros
Portada de 'Music and Romanticism'.

The Cambridge Companion to Music and Romanticism

Benedict Taylor.
Cambridge University Press, 2021 (en inglés)
370 páginas, 22,99 libras

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Sobre la firma

Luis Gago
Luis Gago (Madrid, 1961) es crítico de música clásica de EL PAÍS. Con formación jurídica y musical, se decantó profesionalmente por la segunda. Además de tocarla, escribe, traduce y habla sobre música, intentando entenderla y ayudar a entenderla. Sus cuatro bes son Bach, Beethoven, Brahms y Britten, pero le gusta recorrer y agotar todo el alfabeto.
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