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Carrère vuelve a anotar el mal

Con un lenguaje vigoroso y hasta cruel, ‘V13′ recoge las crónicas del escritor sobre el juicio contra los autores del atentado en la sala Bataclan

V13
Dibujo del 27 de junio de 2022 que muestra a Salah Abdeslam, a la derecha, de pie junto a otros 13 acusados.BENOIT PEYRUCQ (AFP / Getty Images)
Juan Luis Cebrián

“Escribir es anotar el mal”. Esta frase de Pascal Quignard, reciente premio Formentor de las Letras, me parece de obligada conclusión tras leer las crónicas judiciales de Emmanuel Carrère sobre el juicio V13, contra los autores del atentado terrorista en el club Bataclan de París; o en realidad contra sus cómplices, pues los asesinos, salvo uno, murieron en la aventura. Ambos escritores, junto a la premio Nobel Annie Ernaux, protagonizan hoy la vigencia de la literatura francesa, a la que puede añadirse en el mundo del ensayo una lúcida reflexión de Edgar Morin, con más de 102 años cumplidos, sobre el conflicto de Ucrania (De guerre en guerre).

En otoño del año 2020, Carrère, ya entonces premiado por la FIL de Guadalajara y antes de que recibiera el Príncipe de Asturias, escribió al jefe de Cultura de Le Nouvel Observateur diciéndole: “Tengo ganas de hacer reportajes”. Había frecuentado ya el ejercicio del periodismo, al que siempre consideró un género de la literatura. Le encargaron entonces un trabajo sobre un hospital psiquiátrico para niños y adolescentes en el que el autor, bipolar él mismo, estuvo hospedado durante 10 días para escribirlo. En opinión del director de la revista, “Emmanuel parecía orgulloso de haber vivido esa inmersión entre adolescentes destrozados en la época de la covid”. Aceptó después cubrir el histórico juicio de los atentados de Bataclan. En los años noventa había escrito ya crónicas judiciales y cubrió para Le Nouvel Obs el proceso contra Jean-Claude Romand, un médico falsario que asesinó a su mujer, a sus hijos, a sus padres y a punto estuvo de matar también a su amante. Después de aquello, Carrère publicó una novela sobre el caso, El adversario, llevada al cine en varias ocasiones. De modo que el nuevo encargo resultaba coherente con su trayectoria y experiencia narrativas.

El libro que ahora se publica recoge las crónicas de lo sucedido en la sala de vistas que durante nueve meses albergó la causa contra 20 imputados de participar en 130 asesinatos. Declararon 300 testigos, supervivientes y familiares de las víctimas, y 400 abogados participaron en los debates, como defensores de los inculpados o como sus acusadores. Un sumario de 542 tomos y un auto de procesamiento de 378 páginas constituían la documentación previa a la vista oral. Pero el volumen que comentamos no es sólo la colección de los artículos publicados por EL PAÍS, entre otros periódicos. Un tercio del mismo, quizá el más interesante, es de nueva creación. Ahonda en los sentimientos de los familiares de las víctimas, investiga las causas de la crueldad de los asesinos y se atreve incluso a tratar de comprender el porqué de sus execrables actos. Aunque Manuel Valls, entonces primer ministro francés, dijera que “comprender ya es disculpar”, él no está de acuerdo.

Los silencios de los acusados permiten adentrarnos en las entrañas de esos jóvenes que abrazaron el terror

Este intento de averiguar qué bulle en la mente de los asesinos ya lo había llevado a cabo con el caso Romand. Antes y después del juicio estableció una correspondencia con él y le expresó su voluntad de entender los motivos que le llevaron a perpetrar la masacre. En V13 también rebusca las causas de la locura asesina de los yihadistas. Narra, con un lenguaje vigoroso y hasta cruel, la situación en el interior del club en el que tres asesinos “necesitaron 10 minutos para matar a 90 personas y herir a unas 200″. “Una palabra, eres hombre muerto; un gesto, estás muerto; te suena el móvil en el bolsillo, estás muerto”. Pero Guillaume, testigo de cargo en el juicio, cuenta que se cruzó la mirada con un terrorista, Kaláshnikov en mano, Samy Amimour. “Me hizo una señal con los ojos que me indicó que no me mataría”. ¿Por qué lo hizo aquel tipo que estaba asesinando a todo el mundo sin distinción? “Quizá —dice con calma Guillaume— porque esa noche no cruzó muchas miradas”. Ese incidentalmente benévolo asesino haría estallar poco después su cinturón bomba haciendo llover “sobre la pista un chorro de pernos, de plumas de ­anorak, de pingajos de carne humana”. Los pingajos del cuerpo de Samy.

La trepidante prosa de Carrère, tan sincera como cruel, se vuelve en cambio introspectiva y delicada al narrar la triste peripecia de las víctimas y sus allegados. Como cuando señala que Nadia, una egipcia nacida en El Cairo, casada con un bretón y dedicada a ayudar a los inmigrantes en Francia después de haber escrito una tesis sobre el movimiento salafista. Tras perder a su hija Lamia en los atentados, se lamenta de que quienes la asesinaron tuvieran su misma edad, la edad de todos. De niños caminaban hacia la escuela de la mano de sus padres, como ella llevaba a Lamia. “Eran niños pequeños a los que se llevaba de la mano”. Abrumada quizás por ese sentimiento, tras declarar ante el juez se dirige a los abogados de la defensa y les dice: “Hagan su trabajo. Háganlo bien. Lo digo sinceramente”.

Apoyándose en los testimonios de unos y otros, los silencios y los desplantes de los acusados permiten adentrarnos en las intrincadas entrañas de esos jóvenes que abrazaron el terror en el nombre de Alá. ¿Cómo fue posible que unos muchachos nacidos en Bélgica o Francia, en el seno de familias creyentes, en algún caso no solo mahometanas sino también cristianas, acabaran arrebatados por el fundamentalismo yihadista hasta el punto de matar a gente inocente argumentando que los occidentales también masacraron al pueblo en las invasiones de Irak o Siria? Quizás en respuesta a esa cuestión, Salah Abdeslam, el único superviviente de los comandos presente en el juicio, inauguró su declaración con una frase lapidaria: “Todo lo que dicen ustedes sobre nosotros, los yihadistas, es como si leyeran la última página de un libro. Tendrían que leer el libro desde el principio”. Un superviviente de la masacre expresó que lo que habían vivido debería llegar a ser un relato colectivo. Dos ambiciones inmensas que Emmanuel Carrère juzga, con cierto asomo de falsa humildad, están “fuera de nuestro alcance. Pero estamos aquí para eso”. Podemos decir que lo ha conseguido.

Portada de 'v13. Crónica judicial', de Emmanuel Carrère. EDITORIAL ANAGRAMA

V13

Emmanuel Carrère 
Traducción de Jaime Zulaika
Anagrama, 2023
272 páginas. 20,90 euros

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