‘Un tal González’: Sergio del Molino salda su ‘deuda’ con Felipe
El autor de ‘La España vacía’ repasa la trayectoria del expresidente socialista para analizar en clave generacional el proceso de modernización de España durante su gobierno
La hipótesis que defiende esta novela documental no es fácil de rebatir. A lo largo del siglo pasado, su protagonista —ese tal Felipe González— fue nuestro político más determinante. Lo fue porque España se subió al tren de la historia con él como presidente. Entonces logramos ser un país homologable a los de nuestro entorno, democracias que durante los treinta gloriosos y gracias al consenso socialdemócrata habían mutado para ser Estados del bienestar. En aquellos años de posguerra, España se sabía distinta y se había desarrollado al margen de ese proceso, pero nuestro país convergió con la normalidad durante los ochenta y con los socialistas en el poder. Evidenciar dicha convergencia no es el objetivo principal del libro. El propósito de Sergio del Molino es dotarse del máximo conocimiento biográfico sobre González y sus círculos concéntricos —su esposa, el gobierno y el partido, el periodismo y la sociedad— para mostrar cómo vivió llevando el timón de aquel proceso. Y convence.
Un tal González está escrito con la ironía de un espectador lúcido y la astucia de un narrador que recrea con buen estilo escenas que le permiten sustanciar su hipótesis sobre González. Escenas que van desde el advenimiento de los jóvenes sevillanos para asaltar la dirección exiliada del partido a finales de los sesenta hasta el momento que González dejó la secretaría general del PSOE en 1997. El esquema novelesco que replica para mí está claro. Por el modo como reelabora el documento y por la disposición del discurso, el modelo es Antonio Scurati. Aquí fundamentalmente se nos invita a contemplar a un hombre público desde otro ángulo. En el Parlamento o en la televisión, debates o entrevistas tan bien interpretadas por Del Molino. Pero sobre todo contemplamos a González o en algún caso a su esposa o a sus ministros allí donde no pudimos verlos. Pero si para el escritor italiano la materia prima era el documento, para Del Molino sobre todo lo es el testimonio de los contemporáneos del felipismo.
El libro convence y en algunos casos, por suerte, invita a discrepar sobre las escenas elegidas o descartadas y su interpretación. Es literariamente discutible, por ejemplo, la verosimilitud de un diálogo sobre ETA entre González y Mitterrand. Está ideológicamente decantada su interpretación de la inauguración de los Juegos Olímpicos de 1992. A lo mejor el peso de Guerra en el relato esté descompensado, el emérito está del todo ausente o sería más coherente con el propósito del libro haber elegido momentos donde se visualizase mejor el liderazgo europeísta que consolidó, sincronizado con el atlantismo realista y un socialismo liberal continental que fue el horizonte constante de su política exterior y económica. Pero esa discusión se deriva de una lectura del libro desde la historia contemporánea, una lectura que el texto trata de regatear porque pretende algo distinto. Y convence.
A lo largo del libro resuena la clave de comprensión moral del personaje: “Si te afliges, te aflojan”. La frase la pronunció Omar Torrijos un día de agosto en Panamá, donde González había recalado para pensar tras las elecciones constituyentes de 1977. “Te voy a decir una cosa que no deberías olvidar: no te aflijas jamás. Si te afliges, te aflojan. Que no te vean débil, no dudes, no tiembles. En cuanto te noten el miedo, estás perdido”. La interiorización de esta lección sobre el ejercicio del poder es la clave del González de Del Molino: la novela está cruzada por la tensión entre esa lección casi inhumana y un hombre del poder que no quería dejar de ser un hombre con humanidad, y que para ser las dos cosas blindó su intimidad. Por ello son claves en la narración los diversos momentos en los que el presidente se planteó dejar el cargo. Por ello otra escena climática es la del 1 de enero de 1991 en el palacio de la Moncloa. Redacta la carta dirigida a Alfonso Guerra —aquí el principal rehabilitado— en la que, de facto, acepta su dimisión y entonces se resquebraja el espejo donde el político González se mira para que nosotros descubramos al hombre afligido.
El modelo literario, Scurati. La intención, la de Anatomía de un instante. De alguna manera Del Molino retoma la historia donde la dejó Javier Cercas. Al yuxtaponer su propia biografía con lo relatado -cómo vivó Cercas el 23F, cómo vivió Del Molino la despedida de González-, el resultado de la investigación es la legitimación del proceso político sincronizada con el autorretrato del autor como un nuevo integrante del establishment que se configuró entonces. En el arranque del libro y al final dicho planteamiento se formula casi como un compromiso, como un regreso a la casa del padre. Los hijos de la Transición habríamos asumido un relato condenatorio del felipismo porque, al estrenar las responsabilidades de la madurez con el ascensor social bloqueado, proyectamos un juicio distorsionado sobre aquel período para explicar nuestra democracia regresiva. Parecería como si con nosotros hubiese ocurrido lo que profetizó un periodista que entrevistó a González cuando la corrupción ya corroía los fundamentos de su presidencia: el lado oscuro, con el GAL como paradigma, se habría posesionado de la memoria de los menores cincuenta años, cancelando la valoración de la obra de gobierno que a lo largo de una década nos hizo europeos. Contra esa deriva, Un tal González. “El país que hizo Felipe es mi país, el que me ha hecho a mí”.
Un tal González
Alfaguara, 2022. 373 páginas. 21 euros
Se publica el 6 de octubre
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