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SILLÓN DE OREJAS
Columna
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Cadáveres de permiso

El Estado es el único que detenta el monopolio de la violencia. Algo que en Estados Unidos parece incomprensiblemente compatible con la proliferación y diseminación de las armas de fuego

Manuel Rodríguez Rivero

1. Masacres

Somos muertos de permiso; la inapelable sentencia, que algunos atribuyen a Lenin (así la recoge Godard en À bout de souffle, 1960) y otros a Eugen Leviné, líder de la más que efímera (tres semanas) República Soviética de Baviera (1919), regresó desde algún cajón de mi memoria en cuanto me enteré del monstruoso peaje de víctimas que se ha cobrado la nueva matanza en la Robb Elementary School, de Uvalde, Texas. Al tiempo que recordaba la frase caí en la cuenta de que hace 10 años se produjo la también terrible carnicería en la escuela elemental de Sandy Hook, en Connecticut, donde otro muchacho perturbado acabó con la vida de 26 personas, la mayoría niños, después de haber empezado el día asesinando a su madre, entusiasta, por cierto, de las armas de fuego. Entre ambas masacres, no ha pasado ni un año en que no nos hayan estremecido las noticias sobre las letales consecuencias de la falta de control de armas en la que pasa por ser la primera democracia del planeta. En la matanza de Uvalde —cuyo nombre es una deformación del apellido del gobernador gaditano (siglo XVIII) Juan de Ugalde— el asesino disparó contra su abuela antes de dirigirse al instituto. Se diría que tanto aquí como en Sandy Hook ambos asesinos mataron a un familiar cercano para lograr lo mismo que Cortés quemando las naves: impedir el arrepentimiento, la vuelta atrás, mediante un acto primordial que galvanice el coraje necesario. Solo dos o tres horas después de que se publicara el suceso, Wikipedia (en inglés) ya tenía editada la entrada correspondiente a la masacre de Uvalde, y la “mente colmena” de WhatsApp ya llevaba tiempo funcionando a pleno rendimiento en plena orgía del sesgo de confirmación: casi todo el mundo decía lo mismo. La prevalencia del llamado síndrome FOMO (por el acrónimo Fear of Missing Out, “miedo a perderse algo”) se notaba en la urgencia con que las redes sociales extendían por todo el planeta su (efímera) tela de araña: veremos si esta vez consigue algo el indignado clamor antiarmas. La casualidad quiso que la noticia de la tragedia coincidiera con mi lectura de Las raíces históricas del terrorismo revolucionario (Catarata, 2021), de Ignacio Sánchez-Cuenca, una interesante síntesis comparatista acerca de la evolución del terrorismo de izquierdas y de la llamada “crítica de las armas” durante el último tercio del siglo XX en algunos países desarrollados, con especial atención a las Brigadas Rojas en Italia, los GRAPO en España, la Fracción del Ejército Rojo en Alemania, el Ejército Rojo Unido en Japón, la Organización Revolucionaria 17 de Noviembre en Grecia o las Fuerzas Populares 25 de Abril en Portugal. Un terrorismo que, claro, no tiene nada que ver en sus motivaciones con las matanzas indiscriminadas e “inexplicables” en Estados Unidos. Pero no deja de llamar la atención el hecho de que los gobiernos implicados en la represión del terror revolucionario consiguieran erradicarlo, demostrando que el Estado es el único que detenta el monopolio de la violencia. Algo que en Estados Unidos parece incomprensiblemente compatible con la proliferación y diseminación de las armas de fuego que permite la interpretación más salvaje (y hegemónica) de la Segunda Enmienda. Espero que los papás y mamás estadounidenses crucen todos los días los dedos antes de llevar a sus niños al cole.

2. Tebeos

Conservo entre las joyas de mi biblioteca, como si se tratara del legendario diamante Cullinan, un ejemplar bastante “cansado” (en la jerga de los libreros de viejo) de Los cómics en la pantalla, del también legendario Luis Gasca (1933-2021), uno de los primeros teóricos españoles del cómic. El libro, una especie de catálogo razonado sobre tebeos adaptados al cine, fue publicado por el Festival de San Sebastián en 1965, y Gasca se lo dedicó nada menos que a Alain Resnais. Estos días he recibido dos libros importantes destinados a la estantería en la que almaceno estudios sobre diferentes aspectos de la llamada “cultura popular” (¿queda otra?). En una época en que Hollywood y, en general, las industrias de contenido han reencontrado el filón de los superhéroes más o menos marvelianos y de las historietas gráficas, Cómics en pantalla (Prensas de la Universidad de Zaragoza, PUZ), de Héctor Caño Díaz, viene a clasificar de forma sistemática y amena una gran cantidad de adaptaciones cinematográficas de cómics del siglo XX (a menudo olvidadas o desconocidas). El cómic español de la democracia (también publicado por PUZ), de Julio A. Gracia Lana, estudia de modo exhaustivo y contextualizado el impacto y la influencia de los modernos tebeos (y especialmente del llamado “cómic adulto”: de Cairo a El Víbora y todos los demás) en la cultura española de la Transición, así como la variedad de estilos y preocupaciones de sus autores. Por último, déjenme recomendarles dos álbumes estupendos: Sobre la tiranía (Salamandra), de Timothy Snyder y Nora Krug, y Todo el mundo tiene un trasero (Impedimenta), de Anna Fiske, una historia feminista con muchos cuerpos (y culos).

3. Pantallas

Mientras se instalan las casetas de la 81ª Feria del Libro de Madrid, que este año dirige la polímata (o, mejor, todóloga y mulier universalis) Eva Orúe, recibo algunos libros de cine interesantes que se podrán adquirir en el Retiro y comenzar a leer en el patio de la vecina y neomudéjar Casa Árabe: el interesantísimo Tinieblas (Marcial Pons), de Carmina Gustrán, se ocupa de cómo el franquismo fue tratado por el cine español en el último cuarto del siglo XX; 21 cineastas españoles. Entrevistas (Cátedra), del también cineasta (que no se hace una entrevista selfi) y erudito cinematográfico Augusto Martínez Torres, y Y todavía sigue (Cátedra), unas memorias de Bardem editadas y anotadas por Carlos F. Heredero en el centenario del director.

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