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ARTE
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Las malas calles de Jaume Plensa

Las puertas que el escultor instalará en el Liceu de Barcelona están pensadas para proteger los porches del edificio, “un espacio que se ha vuelto violento y poco seguro”, según el director artístico de la institución. Un nuevo ejemplo del poder higienizante del arte

Maqueta de las puertas artísticas que Jaume Plensa instalará en el Liceu en la próxima temporada, coincidiendo con la puesta en escena que prepara para una nueva producción del "Macbeth" de Verdi.
Maqueta de las puertas artísticas que Jaume Plensa instalará en el Liceu en la próxima temporada, coincidiendo con la puesta en escena que prepara para una nueva producción del "Macbeth" de Verdi.Andreu Dalmau (EFE)

Ningún admirador de la obra escultórica de Jaume Plensa podrá superar el discurso embelesado que el artista hizo sobre su último proyecto en Barcelona: las tres puertas que cerrarán los porches del Gran Teatro del Liceu, que desvelará a la vez que el diseño de la escenografía y vestuario del Macbeth de Verdi. “Mi obra será el nuevo rostro del Liceu y tendrá el color de la luna. Odio la palabra puerta, todo lo que se cierra me pone nervioso. Pero estas serán más un homenaje a la diversidad de Barcelona, a un arquitecto como Gaudí y sus rejas, y a la obra de Miró, que ha marcado el influjo de las Ramblas incluso en los momentos trágicos como el del atentado [de agosto de 2017]”. Sobre su apuesta estética para el Macbeth, desveló entusiasmado que hará desfilar sus clásicas cabezas de malla y personajes hechos de alfabetos. “He hecho una extraordinaria ópera mental, inolvidable, increíble”, aseguró.

Es difícil encontrar un artista que sienta tanta adoración por sí mismo. Con su aspecto humilde y su tono de voz discreto, casi monacal, sus constantes alusiones a la poesía y a la filosofía, y un espiritualismo casi fundamentalista, es el tipo de artista al que no le hace falta ni marchante ni agencia de publicidad. Incluso la abrumadora máquina asesina que son Macbeth y su Lady, exceso de sangre y energía, eróticamente feroces, es para Plensa otra cosa diferente, más higiénica y cándida. “Ha habido un error de aproximación al texto”, opina Plensa. “No he querido ver ningún Macbeth porque nunca me ha gustado. Hay demasiada sangre, sudor y suciedad. Mi Macbeth es más estético. Es una obra sobre la dualidad del cuerpo y alma, lo visible y lo invisible, cuerpo y materia”.

Pero la ruda magia del Macbeth de Shakespeare, su poder de fantasía y algo de esos personajes que se deleitan en la maldad apocalíptica —asesinos, ladrones, usurpadores, violadores, porteros borrachos, mendigos— sí que contagió al director artístico del Liceu, Víctor García de Gomar, cuando quiso argumentar la necesidad de proteger los espacios de acceso a la ópera con las puertas de Plensa, que cerrarán el histórico vestíbulo a esas gentes de mal vivir que hasta ahora nos inundaban tanto de miedo como de piedad. De Gomar nos ofrece una catarsis para los horrores que existían bajo la entrada, con situaciones como, dijo, “prostitución, gente pinchándose heroína o haciendo el amor, violaciones y gente durmiendo porque no tienen ningún otro sitio y no quiere marcharse”. “Necesitábamos proteger un espacio que se había convertido en difícil con violencia y poco seguro. En las puertas del Paraíso hemos encontrado el infierno”, afirmó con horror gnóstico. Y buscaron una propuesta artística para solucionarlo: Plensa y su nueva religión de paciencia y ascetismo que exorciza la indignación del ciudadano ante la suciedad y el latrocinio, de políticos y administradores (el caso Millet y Montull), de carteristas y buscavidas. Ya lo hizo con la cabeza de niña colocada en 2016 delante del Palau de la Música Catalana, titulada Carmela. Y es curioso que la acupuntura a la ciudad enferma que ofrece el escultor barcelonés, ganador del Premio Nacional de Artes Plásticas de 2012, del Premio Velázquez de 2013 y del Ciutat de Barcelona de 2015, sea esa poco inquietante expresión de aceptación y serenidad que tanto atrae al gusto popular.

Las vallas de Plensa están pensadas, según Víctor García de Gomar, para evitar situaciones de “prostitución, gente pinchándose heroína o haciendo el amor, violaciones y gente durmiendo porque no tienen otro sitio”

Ahora vuelve a ocurrir lo mismo. Así que, ¿por qué llamarlas puertas cuando quieren decir vallas? Son “unas puertas que no parecen puertas”, reconoce Plensa. Las obra ha tenido el visto bueno del departamento de Patrimonio del Ayuntamiento de Barcelona sin pasar por concurso público. Se instalarán en septiembre, cuando comience la temporada, y consta de tres piezas de cuatro metros por otros cuatro, cóncavas, de solo un centímetro de ancho. Pesan 550 kilos cada una y están decoradas con sus ya conocidas —aburridas— letras de distintos alfabetos. Su mensaje huye de la sangre, sudor y mugre que dejan allí los que, según dicen, van a parar cuando cae la noche. La respuesta a la inmundicia son esas letras metálicas, frías, que proyectan la sombra suficiente para espantar a los delincuentes.

¿Es de verdad esta la realidad de las calles de Barcelona, esas fantasmagorías macbethianas tan expresionistas que husmean en portales y soportales y que han acabado por acicatear al extasiado artista para su proyecto sublime en la ciudad? El poder higienizante de la obra de algunos artistas puede lograr afirmar una realidad que no es tal (y si fuera así, habría que ponerles “puertas” a prácticamente todos los edificios emblemáticos de la ciudad, por no hablar de los barrios periféricos) e indudablemente influyen en el sometimiento de los ciudadanos a su imaginación ambiciosa, conducto de energías trascendentes. Plensa busca completar sus metáforas de Gaudí y Miró; las rejas del primero, las constelaciones del segundo. Esa audacia es la firma del artista, la que provee de espacio limpio, neutro, lejos de las malas calles, al que nosotros, como público, nos vemos arrojados. Nos demuestran engañosamente que los crímenes quedan reparados cuando el orden social pacificador del arte queda restaurado.

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