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‘Precipitados’: No son estrellas sino almas llegando

La compañía madrileña 10&10 presenta un trabajo sobre el suicidio lleno de coraje e invención

Precipitados 10&10
Escena de la obra 'Precipitados'.PABLO LORENTE FOTOGRAFIA

En muchas óperas se grita —se canta— la palabra “¡suicidio!”; en la danza se proclama con el gesto y el cuerpo; el más famoso quizás el de La Gioconda de Ponchielli. El asunto se considera, desde la Antigüedad, como una de las situaciones teatrales arquetípicas. Pero a la vez que es un drama, será circunstancia palpable, real, inmediata. Todavía hoy hay prejuicios al hablar sobre ello, y también, al tratarlo en las artes, donde quedan sus hitos gráficos más allá de la huella humana, emergiendo en la poesía, el relato, la pintura y cómo no, en la danza.

Un personaje de Mann llega a decir que la sublimación cultural del suicidio ha desvirtuado su naturaleza; supongamos que en ese saco van víctimas reales y seres míticos, de Séneca a Ajax, de Dido a Eurídice de Tebas o de Cleopatra VII a Lucrezia. No hay que estar de acuerdo para entenderlo. En Precipitados, de 10&10, la melancolía actúa como tono, no como ánimo, en un brumoso tempo rubato.

Es Cirlot quien agudamente señala que es raro el sueño con el propio suicidio; sólo Casandra, en sus visiones, se vio a sí misma entre los muertos suicidas. En este espectáculo, sin embargo, hay múltiples ensoñaciones encadenándose como si se tratara de un ritual. No hay una búsqueda de retener a ninguno de los personajes en una zona determinada del drama, ni tampoco extraerlos del sistema de representación. Se los presenta y comparte como un hecho plástico, dado, donde no podemos intervenir más allá de un razonar que, si se quiere, deviene participativo.

Son nueve artistas en escena, de formaciones muy diversas que, sin embargo, consiguen empastarse en un todo coherente. El vestuario del conjunto bascula entre azules turquesa agrisados hasta hacer que sean uno, la masa ondulante y marina; el suelo, un espejo negro, simula una lámina de agua que juega su papel reflejándolos como un organismo vivo donde hay un desplazado que lucha por integrarse y que, en la escena final, reposa vencido, de manera yacente recrea una pietá.

La estructura de Precipitados es poemática, con cuatro o cinco estrofas —escenas— separadas por oscuros en ese no-lugar donde la luz es siempre fría. Los puntos que destellan sobre el ciclorama son los mismos bailarines al pasar a una zona quieta y lateral del escenario, convertidos en astros. Allí son recibidos, visten de negro y construyen otro no-lugar silente. Al principio una especie de Hécate atraviesa ese espacio, luego Mónica Runde ejerce de psicopompo e ignora el hilo de Ariadna que la roza, bisagra entre los hechos y lo que refiguramos de ellos.

La compañía 10&10 tuvo un parón, y fue el tesón de Runde quien la devolvió a la actividad. La vida de esta agrupación refleja la realidad de la danza española; sus avatares, deserciones, éxitos y pinchazos. Han aprendido la mejora y el sentido ético del trabajo, y en parte, por todo ello, hoy entregan una factura definida, honesta y artísticamente cristalizada. Lo que propone Precipitados necesitaba de mucha fuerza y definición para, en 60 minutos, colocar al espectador donde sólo el arte verdadero lo lleva.

‘Precipitados’. Compañía 10&10. Dirección, dramaturgia, escenografía, vestuario, espacio sonoro y vídeo: Inés Narváez, Mónica Runde y Elisa Sanz. Sala Negra. Teatros del Canal. Hasta el 1 de mayo.

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